martes julio 16 de 2024

Las lágrimas de Biden

Por Augusto León Restrepo

A mí me parecen muy machos los hombres que lloran y más los que lo hacen en público. Ese cuento tanguero y paisa de que un hombre macho no debe llorar, ha sido el culpable de que los varones que se niegan a hacerlo, en público o en privado, acumulen iras y rencores, infartos y derrames cerebrales, suicidios, y hasta que algunos se hayan vuelto poetas. No hay nada que duela más que un atragantamiento de lágrimas. Como el que sintió y logró liberar el nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, del Partido Demócrata, a quien los partiditos liberales de Latinoamérica lo consideran uno de los suyos y que reemplaza a Donald Trump, del Partido Republicano, a quien los partiditos conservadores de Latinoamérica lo consideran uno de los suyos, en asimilamiento folclórico y tercermundista.

Pero no me puedo apartar del tema a que voy, por detenerme en consideraciones trilladas y molidas, agotadas por los columnistas desde que a Biden lo reconocieron las instancias judiciales y electorales gringas como su nuevo primer mandatario. El tema es la reivindicación de las lágrimas, más si provienen de los poderosos, de lo que todo lo tienen, de los triunfadores, como es el caso de Joe Biden, que me hizo llorar cuando lloró, cuando se le «piantó un lagrimón» -siempre los tangos- al recordar a uno de sus hijos desaparecido a edad temprana.

Esto sucedió en medio de su discurso, ayer, cuando se despidió de sus amigos de Delaware, Estado del que fue su delegado en el Congreso durante muchos años. «Mi lamento es que mi difunto hijo no está aquí para ver cómo me convierto en presidente». Su hijo, «Beau» Biden III, falleció por causa de un tumor cerebral. Con seguridad que hoy va a repetir su lamento, a las 12 a.m., cuando pronuncie su discurso de posesión y en la cara de muchos hombres que han pasado por la desoladora experiencia de perder a un hijo, en un hospital, es una encrucijada, en una guerra, aparecerá una lenta lágrima recordatoria.

Uno de mis poetas predilectos, argentino él, Leo Marini, en uno de sus boleros alude a lo que tenemos en comento. «Lágrimas de hombre que son tan amargas, por estar condenadas a nunca brotar. «Que los hombres lloran como las mujeres, porque tienen débil como ellas el alma». Las lágrimas de Biden presagian que su gobierno va a ser humano, que evitará el llanto de sus conciudadanos por la guerra, que estará al lado de los que sufren hambre y desolación, de los inmigrantes que recorren huidizos las avenidas y las autopistas, de los miles y miles de habitantes de las calles de su país, de las víctimas de los kukusclanes, del racismo de ambos lados, blanco y negro y de los que padecen por las desigualdades del imperio del capitalismo materialista. Y que tienda su mano todopoderosa a estos paisitos de la trastienda de los Estados Unidos, que siguen mirando al norte como panacea y mágica pócima para todos sus males.

En el caso de Colombia, el expresidente Marco Fidel Suárez nos fijó desde su solio, hacia 1921, la doctrina conocida como «respice polum», «mirar hacia el norte». «El norte de nuestra política exterior debe estar allá, en esa poderosa nación, que más que ninguna otra ejerce decisiva atracción respecto de los pueblos de América». Indicación que hemos seguido a pie juntillas, con las consecuencias que el lector podrá extraer por su propia cuenta y riesgo. Y que, digo yo, nos tiene como nos tiene. Pero esta es otra historia.

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