SOS de Instituto Humboldt por especies más amenazadas en Colombia durante la Cuaresma
Bogotá, 19 de febrero_ RAM_ Bajo un sol inclemente que supera los 32 grados centígrados, decenas de personas aparecen en la vía que comunica a Valledupar con Codazzi para venderles su mecato a los conductores. Se trata de un tramo de 48,2 kilómetros rodeado por los árboles espinosos del bosque seco tropical.
La oferta gastronómica es diversa. Bollo limpio, carimañola y arepa de huevo para calmar el hambre y gaseosas y botellas de agua para hacerle el quite a la sed. Sin embargo, los vendedores también ofrecen piezas de algunas de las especies de la fauna más representativas del Caribe colombiano.
Carne de iguana y tortugas como la hicotea y la morrocoy permanecen camufladas en las neveras de icopor, mientras que los huevos de estos reptiles son vendidos de una forma que raya en el descaro: en racimos con un centenar de huevos que los vendedores se cuelgan en el cuello.
Esta venta, catalogada como ilegal por la normatividad ambiental y que puede arrojar penas de hasta 108 meses de cárcel y multas de 35.000 salarios mínimos, no es exclusiva de esta vía del departamento de Cesar: se puede ver en casi todos los municipios de la Costa Atlántica y ha logrado sobrevivir al paso de los años.
La comercialización de iguanas y tortugas llega a su tope durante los primeros meses del año, justo antes de la celebración de la Semana Santa. Como la tradición católica prohíbe el consumo de carne roja, la población ve en estos reptiles una opción diferente al pollo o al pescado para no caer en pecado.
“La Semana Santa en Colombia es una época crítica para muchas especies de fauna silvestre, en especial reptiles como iguana verde (Iguana iguana), tortuga hicotea (Trachemys callirostris), tortuga morrocoy (Chelonoidis carbonaria) y babilla (Caiman crocodylus), todo debido al alto consumo de su carne y huevos”, dijo María Piedad Baptiste, investigadora del programa de biología de la conservación y uso de la biodiversidad del Instituto Humboldt.
Según Baptiste, tres de estos reptiles lideran el ranking de los 10 animales silvestres más traficados en Colombia. Tortuga hicotea, tortuga morrocoy e iguana verde están en el top del listado, seguidas por el periquito bronceado, la lora común, la cotorra cheja, la ardilla, el tití gris, el mico maicero y algunas ranas.
“La demanda de especies silvestres en Colombia tiene varias motivaciones. En el caso de los reptiles es por el consumo de su carne y huevos, una presión que aumenta considerablemente durante la Cuaresma y los días de Semana Santa; las aves, mamíferos y anfibios son para tenencia ilegal como mascotas”.
Andrés Rymel Acosta, curador de la colección biológica de herpetología del Instituto Humboldt, dijo que el consumo de estas especies de reptiles es una práctica de antaño en el país, en especial en los territorios costeños.
“Es una práctica histórica en el Caribe. Por ejemplo, en enero de 1967 el Inderena emitió el decreto 23 sobre la protección de la iguana por el alto consumo de carne y huevos durante la Cuaresma y Semana Santa, al prohibir su caza con fines comerciales y establecer su veda entre diciembre y mayo. Las tortugas dulceacuícolas también son consumidas desde hace tiempos remotos, en especial en zonas de Bolívar, Cesar, Córdoba y Sucre”.
En cuanto a la flora, la especie que más ha sufrido por las tradiciones religiosas en Colombia es la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), planta que en el mundo solo habita en zonas del Quindío, Tolima y Caldas, y la cual ha servido como materia prima para la elaboración de los ramos de Semana Santa.
Sin embargo, Baptiste asegura que la palma de cera cuenta con varias iniciativas que buscan reducir su extracción, “contribuyendo así regionalmente a acciones para su recuperación. Esto demuestra que las iniciativas pueden ser efectivas cuando hay conciencia ciudadana y acción colectiva”, dijo la investigadora.
La Policía Nacional reveló en un balance de gestión que el tráfico ilegal de especies silvestres es considerado como el tercer negocio ilegal más grande y lucrativo a nivel mundial. “Según la Interpol, este tráfico genera anualmente una cifra cercana a los 17.000 millones de dólares a nivel mundial”.
En 2017, la entidad incautó o decomisó 21.127 especímenes de fauna en el país, su mayoría en los departamentos de Sucre, Córdoba, Caldas, Boyacá, Cundinamarca, Valle del Cauca y la región del Urabá. “Las especies de fauna más afectadas fueron la iguana verde (9.588), tortuga hicotea (8.121), babilla (3.537), canario (607) y oso perezoso (157), su mayoría en los departamentos del Caribe”.
Ya inició el viacrucis
Aunque este año Colombia celebrará la Semana Santa durante los primeros días de abril, el viacrucis de los reptiles ya empezó en el Caribe. En los últimos días, más de 9.000 huevos de iguana fueron decomisados en Magdalena y Bolívar: 4.300 en viviendas del municipio de Ciénaga y 5.000 decomisados en un bus que transitaba por Magangué.
En los operativos de Ciénaga, la Fiscalía General de la Nación capturó a tres ciudadanos que al parecer integran la banda de ‘Los Reptiles’, una red dedicada a la comercialización y tráfico ilegal de huevos de iguana en el Caribe colombiano.
“Por estos hechos, un fiscal les imputó los delitos de ilícito aprovechamiento de recursos naturales renovables, en concurso con maltrato animal. Dos de los procesados recibieron medidas restrictivas de la libertad, ya que habían sido capturados anteriormente por conductas similares”, informó la Fiscalía.
Según el ente de control, estas personas tenían un centro de acopio de huevos de iguana para su posterior comercialización en la carretera que de Tasajera conduce a Ciénaga. “Las valoraciones realizadas por peritos ambientales revelaron que, para poder extraer los huevos, fueron necesarias al menos 300 iguanas”.
Ante el inicio del viacrucis silvestre en la Costa Atlántica, el Instituto Humboldt revela los aspectos biodiversos e históricos más importantes de la iguana verde, las tortugas hicotea y morrocoy y la babilla, y hace un llamado a la ciudadanía para que no siga afectando su población con el consumo desmesurado.
“Las tradiciones y el arraigo cultural pueden causar graves impactos en nuestra biodiversidad. Por ejemplo, en Colombia las tortugas hicotea y morrocoy ya están catalogadas como especies vulnerables a la extinción. El llamado es a celebrar las fechas religiosas de una manera armoniosa con nuestros recursos naturales”, precisó Hernando García Martínez, director del Instituto Humboldt.
Rellenada con piedras: la triste historia de la iguana
Un reptil de hasta dos metros, extensa cola y escamas de diferentes tonos de verde, se camufla con facilidad entre la vegetación de los bosques y zonas inundables de América Latina, desde México hasta Paraguay y en varias las islas del Caribe.
Se trata de la iguana verde (Iguana iguana), una especie de climas cálidos que aporta a la regulación y funcionamiento de los ecosistemas, dispersa semillas y favorece el crecimiento de la vegetación.
Aunque esta iguana no representa mayor preocupación para la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), sí se ha visto bastante afectada desde hace siglos por la acelerada pérdida del hábitat, la cacería y el consumo humano.
Esta especie de lagarto arborícola, herbívoro y de gran tamaño tiene una amplia distribución en Colombia, desde La Guajira hasta las selvas del Amazonas. En el Caribe colombiano podría catalogarse como uno de sus mayores representantes, ya que se le ve con mucha frecuencia tanto en los tupidos y espinosos árboles de los bosques secos como en los parques urbanos donde la vegetación sigue en pie.
Tal vez por esa aparente abundancia, los pobladores del Caribe la han cazado para consumir sus huevos y carne desde hace siglos, una tradición que, a pesar del evidente maltrato que sufren las iguanas hembras, sigue viva.
Las iguanas, que se aparean a final de año, desovan justo durante las fechas de Semana Santa en Colombia, es decir entre marzo y abril. Sin embargo, antes de que esto suceda, estos reptiles son cazados en diferentes ecosistemas para extraerles los huevos, que pueden alcanzar la cifra de 30 por postura, y así venderlos en las carreteras del Caribe.
La agonía de la iguana no acaba con esa extracción. Luego de sacarle los huevos, las hembras siguen con vida y en algunas ocasiones, los cazadores les rellenan el vientre con piedras y las cosen. Otros las dejan abandonadas y algunos aprovechan para comercializar su carne cuando mueren.
“Esa práctica nefasta de rellenar los vientres de las iguanas se ve con frecuencia en sitios de Córdoba y Sucre. Sin embargo, algunos de los cazadores solo las abren, les sacan los huevos y las dejan así hasta que mueren”, precisó Acosta, curador de la colección biológica de herpetología del Instituto Humboldt.
Aunque en 1967 el Inderena lanzó un decreto para proteger a la iguana debido a la disminución de su población en la región Caribe y aún hoy en día existen otras resoluciones, su consumo se ha mantenido vivo y con fuerza con el paso de los años.
“A pesar de los frecuentes controles y campañas de sensibilización, el consumo de huevos y carne de iguana sigue vivo en el Caribe porque a la mayoría de sus habitantes les encanta el sabor de su carne, al que comparan con el del pollo”, anota Acosta.
En el Caribe, muchos de los pobladores ven a la iguana verde como una plaga, una etiqueta que para el experto del Humboldt se debe a la reproducción efectiva que tiene la especie. “La mayoría de los iguánidos tienen altas tasas reproductivas. Por ejemplo, en la isla de Providencia, donde la iguana verde fue introducida durante los primeros años del siglo pasado con fines de consumo, hoy cuenta con una amplia población”.
Las iguanas son de suma importancia para el equilibrio ecosistémico. “Por ejemplo, esta especie le sirve de alimento a varias aves, reptiles y mamíferos, es decir que mantiene la red trófica. Los juveniles son el alimento principal de muchos grupos de animales, como es el caso de las culebras”.
Como es una especie herbívora y frugívora, la iguana verde transporta los nutrientes de las plantas a los animales carnívoros que se alimentan de ella. “Hacen un cruce de nutrientes en esa red trófica. Las iguanas no son una plaga, ya que no destruyen ningún ecosistema; la razón de su elevada población es brindar alimento a otro tipo de animales. Las tradiciones o creencias no deberían ir en contra de nuestros recursos naturales”, apunta Acosta.
Consumo histórico
La iguana verde ha sido utilizada en la alimentación de las poblaciones del Caribe de Colombia desde la época prehispánica. Así lo evidencia “¿Comer iguana verde?”, un artículo científico publicado en la Revista Etnobiología en 2019 y elaborado por Elizabeth Ramos (Universidad de los Andes) y Natalia Rodríguez (Universidad de Copenhague).
Luego de analizar 58 trabajos arqueológicos sobre esta iguana en la región Caribe, las científicas encontraron que su consumo viene desde hace por lo menos 3.000 años, aunque es una tradición mucho más antigua incluso a nivel cosmológico. “Esta práctica continuó durante la época colonial y sigue en la actualidad. Sobre esta especie también existen problemas relacionados con la comercialización y el tráfico ilegal”, cita el artículo.
Esto demuestra que la iguana fue importante para la subsistencia de las comunidades prehispánicas de la región, “al igual que otras especies como la babilla y las tortugas hicotea y morrocoy”.
En una revisión literaria, las científicas encontraron 12 fuentes que hacían mención sobre la iguana durante la conquista y colonia española. Una de ellas decía: “comían una manera de sierpes que en la vista son muy fieras y espantables, pero no hacen mal. Ellas andan en el agua, en los árboles y por tierra”.
Otro pasaje revelado por la investigación cita: “quitado el cuero y asadas o guisadas son tan buenas de comer como los conejos y para mí son más gustosas las hembras; tienen muchos huevos”. Un cronista también señaló en sus textos que las tomaban vivas y las mataban a palos.
Una de las descripciones más antiguas sobre la iguana en durante la primera mitad del siglo XVI. “Vale la pena destacar entre las fuentes la de Pedro Mártir de Anglería, quien fue miembro del Consejo de Indias que hizo una crónica a partir del relato de otros viajeros. La fuente señala que los nativos consideraban a la iguana como un manjar exquisito y que los exploradores no la habían probado”.
Actualmente, los patrones de consumo de la iguana varían aún dentro de la región Caribe. Según evidenciaron las científicas en su investigación, los huevos son apetecidos en la mayoría de los departamentos al ser considerados como un plato exquisito y con propiedades nutritivas y afrodisíacas. “En contraste, solo en algunos lugares se consume su carne”.
El artículo indica que la cacería de las iguanas también está ligada a creencias populares. “Algunos consideran que su grasa del animal tiene propiedades curativas para enfermedades respiratorias como el asma”.
La mayor demanda de esta especie en el Caribe, en especial sus huevos, se presenta en los primeros meses del año, justo cuando las iguanas depositan sus huevos y se celebran varios carnavales y la Semana Santa. “Durante esta última se presenta el mayor tráfico y comercialización por la creencia popular de que la iguana es carne blanca. En Cesar y La Guajira se comercializa durante todo el año”, afirman Ramos y Rodríguez.
Las expertas encontraron que, en el año 2000, la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique (Cardique) informó que el valor promedio de un huevo de iguana era de 40 pesos en los lugares de captura por parte de los mayoristas.
“Pero estos mayoristas duplican o triplican estos valores al vender los huevos por cantidad a los expendedores y preparadores, que en muchas ocasiones son mujeres y niños; estos por su parte ofrecen el producto presentado y preparado a un valor promedio de 163 pesos por unidad o tres huevos por 500 pesos”.
Hervidas y cercenadas: la agonía de las hicoteas
Una tortuga de 35 centímetros con manchas negras y líneas amarillas y rojizas y un caparazón verde brillante con cinco escamas vertebrales, ocho costales y 24 marginales, era uno de los reptiles más adorados por las comunidades indígenas del Caribe.
Según la Fundación Omacha, los zenúes y malibú, indígenas que habitaron en la región del San Jorge y La Mojana, le rendían culto a la tortuga hicotea (Trachemys callirostris), reptil también conocido como icotea, jicotea, galápago o morrocoy de agua.
“La consideraban portadora de gran energía y longevidad. Debido a la resistencia y dureza con que enfrenta su entorno natural, los indígenas catalogaban a los hombres de la región como hombres-hicoteas”, cita una cartilla sobre tortugas de Omacha.
La hicotea está cubierta por varios mitos de antaño. La fundación revela que muchos pescadores creen que soñar con una de estas tortugas atrae la escasez de dinero durante mucho tiempo. “Esta idea está relacionada con los movimientos lentos que tiene esta especie a la hora de desplazarse por ambientes terrestres”.
Otros pescadores de la Colombia anfibia manifiestan que hay una estrecha relación entre las hicoteas y las serpientes, “siendo estas últimas las protectoras de las tortugas frente a cualquier depredador o factor que represente una amenaza en el medio natural”, asegura Omacha.
Esta tortuga es única de Colombia y Venezuela, es decir endémica para ambos países. Actualmente se reconocen dos subespecies: Trachemys callirostris callirostris (hicotea colombiana) y Trachemys callirostris chichiriviche (hicotea venezolana).
En Colombia habita en las cuencas y humedales del Caribe y Magdalena, en departamentos como Antioquia, Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, Cundinamarca, La Guajira, Magdalena, Santander y Sucre.
La veneración de los indígenas y los mitos y leyendas de esta tortuga de cabeza grande y hocico cónico disminuyen a pasos agigantados por las múltiples amenazas que enfrenta, como el alto consumo de su carne y huevos por parte de la población costeña.
En las ciénagas, humedales y relictos del bosque seco del Caribe, los cazadores siempre están al acecho de estas tortugas para vender sus partes en el mercado negro o en las principales vías de la costa. Lo primero que hacen es prenderles fuego a las zonas boscosas, para que las tortugas salgan de su refugio.
Cuando las atrapan, las hicoteas son víctimas de crueles maltratos por parte de sus captores. Son puestas vivas en ollas y platones con agua hirviendo, una práctica realizada para aflojar la poca carne que tienen. El paso a seguir es aún más nefasto: con seguetas le retiran el caparazón, las asierran vivas y les extraen la carne para venderla.
Esta práctica tiene su mayor tope en los meses y días previos a la Semana Santa. “Como la población católica no consume carne roja en la Cuaresma, las hicoteas representan una mayor ganancia para los cazadores y comerciantes. Sin embargo, su captura permanece activa todo el año, una práctica que data desde hace siglos”, informó Acosta, el curador de la colección biológica de herpetología del Instituto Humboldt.
Los caparazones de las hicoteas representan amuletos de la suerte para los pescadores. Según Omacha, algunos creen que atrae la abundancia y prosperidad, tanto así que lo usan como elemento decorativo en la puerta principal de sus viviendas.
“La cabeza es usada como reliquia en las cocinas, colgada del techo justo al lado del fogón, de tal modo que el humo procedente de este cree contacto directo con los restos. Esta práctica es empleada para generar buena suerte a la hora de cazar hicoteas para el consumo”.
Para Acosta, su excesivo consumo se debe a que muchos habitantes del Caribe consideran a su carne como un manjar exquisito y con poderes afrodisíacos. “Dicen que la carne de las hicoteas otorga salud, algo que se torna aún más crítico durante la Cuaresma por la prohibición del consumo de carne roja”.
Durante todo el año, los cazadores merodean por los humedales para capturar a las hicoteas. “Son especialistas en identificarlas en el agua. Otras prácticas que utilizan son quemar los pajonales, que afecta tanto a los adultos como a los huevos de los nidos, y la desecación de las ciénagas. Ante esto, esta especie es cada vez más escasa y hoy en día está casi amenazada”.
El investigador del Humboldt manifestó que la carne de esta tortuga es utilizada para hacer sopas. “Las manos y patas son vistas como vísceras. Estos caldos son llamados en la región como levanta muertos, ya que consideran que cura varias enfermedades”.
La más consumida
La hicotea es una especie omnívora y semiacuática que tiene dos temporadas de postura al año: de diciembre a mayo y de julio a agosto, épocas en las que también se incrementa su captura para vender los huevos.
“Las tasas de eclosión y tamaños de las posturas son muy variables: de uno a 25 huevos, con un promedio de nueve a 11”, revela el Libro Rojo de reptiles de Colombia, elaborado por el Instituto Humboldt y otras entidades.
En el bajo río Sinú y en la Depresión Momposina, la anidación ocurre en verano, desde diciembre a mayo, y también durante el veranillo, desde julio a agosto. Las hembras normalmente anidan cerca de la orilla en suelos húmedos y con vegetación herbácea.
“El promedio del tamaño de las hembras en poblaciones con mayor depredación humana es menor. Hay una hipótesis de que las hicoteas del norte de Colombia hoy en día son más pequeñas que en años anteriores debido a las tasas elevadas de explotación”, indica el libro Biología y conservación de las tortugas continentales de Colombia del Instituto Humboldt.
Su reproducción efectiva le ha jugado en su contra. Según el documento, los adultos son capturados activamente todo el año empleando varias técnicas para cosecharlos, en especial durante la época de anidación, cuando las hembras salen a poner sus huevos.
“Las cifras sobre la tasa de cosecha humana son astronómicas. Se estima que más de un millón de hicoteas son cosechadas anualmente solamente en la región de La Mojana en Sucre. En el norte de Colombia, al parecer solo el 30 por ciento de los adultos cosechados son consumidos localmente y la mayoría de los individuos son transportados a los mercados de las grandes ciudades”.
En Sucre se ha documentado que la mitad de todos los ciudadanos participan en actividades relacionadas con la cosecha y captura. “Los 90 cazadores o comercializadores de tortugas en el municipio de Caimito tienen capacidad de procesar 13.644 hicoteas en una estación reproductiva, indicando una tasa de extracción de 150 tortugas por persona en solo cinco meses”, asegura el libro.
Otros estudios sobre la hicotea estimaron que la extracción en toda la costa Caribe de Colombia en un año se aproxima a dos millones de tortugas. “Al hacer el seguimiento de cinco de los 15 cazadores, en la época de lluvia extrajeron aproximadamente 173 hicoteas y 352 en la época de sequía”.
Las afectaciones de este reptil no se limitan a la caza para consumo. La alteración de su hábitat, como ciénagas y otros cuerpos de agua dulce similares, lo tiene en grave peligro. “En los últimos 20 años, la cuenca del río Magdalena ha presentado una transformación del 56 por ciento, como la desecación de los humedales y los impactos de los proyectos hidroeléctricos”, informa el Libro Rojo.
Este abanico de impactos y golpes certeros tienen a la tortuga hicotea en una carrera contra reloj. En Colombia ya fue catalogada como una especie vulnerable a la extinción debido a la reducción mayor o igual al 30 por ciento en las últimas tres generaciones, una estampa que podría pasar a en peligro si sus verdugos continúan cazándola y consumiendo su carne y huevos.
La contaminación ambiental y la alteración del hábitat también afectan la distribución y abundancia local de sus poblaciones. “Por ejemplo, los proyectos hidroeléctricos pueden alterar el ciclo hidrológico normal, mientras que las quemas de los pastizales durante la época reproductiva matan a las hembras y destruyen los nidos”, cita el libro Biología y conservación de las tortugas.
Esta tortuga dulceacuícola, que se alimenta de peces pequeños, invertebrados, anfibios, reptiles e incluso aves, cumple varios roles ecosistémicos. Según Acosta, es fundamental en la cadena trófica de los ambientes dulceacuícolas, ya que controla las poblaciones de ciertos animales.
“Le sirve como alimento a otros y jala los nutrientes del agua hacia los ambientes terrestres cuando se reproduce. Por tratarse de una especie endémica, si llega a desaparecer va a afectar a todo el ecosistema”.
Morrocoy: una grande que sucumbe
Aunque la hicotea es la tortuga más consumida en el Caribe, una pariente también es apetecida por los cazadores y traficantes de fauna silvestre: Chelonoidis carbonaria, más conocida como morrocoy o morrocoyo.
Es una tortuga terrestre grande, de hasta 44 centímetros, con un caparazón alto y abombado de color oscuro con escudos amarillos, naranjas o rojos. Sus patas, pintadas con manchas rojizas, carecen de dedos visibles y solo se le ven las uñas, por lo cual lucen similares a las patas de un elefante.
Habita en varios países de Sudamérica, como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Guyana, Guayana Francesa, Panamá, Paraguay, Surinam y Venezuela. En Colombia está en los departamentos de Antioquia, Arauca, Atlántico, Bolívar, Caquetá, Casanare, Cesar, Chocó, Córdoba, Cundinamarca, La Guajira, Magdalena, Meta, Santander, Sucre, Tolima y Vichada.
La cuenca del río Magdalena, las tierras bajas secas del Caribe y la Sierra Nevada de Santa Marta, son algunos de sus hogares. También hace presencia en la isla de Providencia, donde fue introducida por el hombre.
Habita en el bosque seco tropical y matas de monte en medio de las sabanas, morichales, esteros y bosques de galería. Se refugia en las cuevas que se forman por la acumulación o afloramiento de grandes rocas en diferentes áreas del terreno.
Es un reptil de hábitos diurnos, solitario y omnívoro. Se alimenta principalmente de frutas en el bosque, plantas vivas y muertas como hojas, raíces y hojarasca, insectos, caracoles, lombrices y carroña.
“Las tortugas del género Chelonoidis son carroñeras. En los bosques de la Amazonia, estos reptiles habitan en las zonas con alta presencia de vertebrados para comer sus cadáveres. Sin embargo, también consumen frutas, plantas y otros animales vivos. Aprovecha los recursos del bosque en todo su nivel”, menciona Acosta.
Dada la diversidad de frutos que consume y por retener semillas en su organismo, el morrocoy es considerado un dispersor de semillas muy efectivo e importante. “No son muy abundantes. En expediciones por los Llanos Orientales o la selva encontramos por mucho dos individuos”, complementa el experto.
Tiene su mayor pico de celo entre abril y junio, justo en la época de lluvias. Según el libro Biología y conservación de las tortugas continentales del Humboldt, la hembra deambula olfateando el suelo hasta encontrar el sitio donde excavar su nido. “Siempre entierra los huevos puliendo bien la entrada para que pase desapercibido. El número de huevos por posturas (entre dos o cinco al año), es de dos a siete”.
El Libro Rojo de reptiles informa que en el Caribe tiene sus posturas desde julio hasta febrero, con picos entre septiembre y noviembre. La hembra generalmente excava un hueco en la tierra para sus huevos, cuatro en promedio, y los tapa bien.
En algunos sitios del Caribe, las tortugas morrocoy son cazadas debido a la creencia de que su consumo aumenta el vigor sexual. “Además de este consumo, que también se incrementa durante la Cuaresma por representar una fuente de proteína, los habitantes la capturan o compran de forma ilegal para tenerla en sus casas como un amuleto de buena suerte”, revela Acosta.
Es uno de los animales más traficados para convertirse en mascota. “Muchos habitantes tienen la creencia que atraen la buena suerte y dinero, alejan las enfermedades, propician la longevidad de sus dueños y aumentan el vigor sexual y atraen el dinero”, menciona el libro Biología y conservación de las tortugas del Humboldt.
Aunque durante la Cuaresma y Semana Santa el objetivo principal de los cazadores son las hicoteas, ya que permanecen en grupo y en grandes cantidades, los morrocoy también caen en sus redes para comercializarlos en el mercado de mascotas o consumirlos.
La morrocoy también está amenazada por la deforestación y la transformación del hábitat generada por la ganadería, quemas, minería ilegal y extracción de madera, por lo cual en Colombia está considerada como una especie vulnerable a la extinción.
Aunque en los departamentos de Bolívar, Sucre y Atlántico el morrocoy es común, varias comunidades rurales señalan que esta tortuga ha mermado considerablemente en las últimas décadas. “Se conoce poco sobre la estructura de la población en Colombia”, concluye el Libro Rojo.
La desaparición de la tortuga morrocoy afectaría considerablemente los ecosistemas. Según Acosta, como son carroñeras y omnívoras, cumplen el rol de limpiar los territorios. “Es un organismo que transporta nutrientes en todos los ambientes que habita. Además, son parte fundamental de la red trófica porque hacen parte de la dieta de grandes vertebrados como los felinos”.
Babilla: vendida como carne de pescado
El Caiman crocodilus, más conocido como babilla, cachirre o babo, es considerado un cocodrilo de tamaño pequeño: de hasta 2,8 metros en los machos y 1,8 metros en las hembras.
Cuenta con una amplia distribución en el continente americano, que abarca países como Brasil, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Guayana Francesa, Guyana, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Surinam, Trinidad y Tobago y Venezuela. La especie fue introducida en Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos.
En Colombia hay identificadas tres subespecies: Caiman crocodilus fuscus en las cuencas del Caribe, Magdalena y Pacífico; Caiman crocodilus crocodilus en las del Amazonas y Orinoco; y Caiman crocodilus apaporiensis en Amazonas. “Es una de las especies más comunes y abundantes en todos los ambientes del país”, anota Acosta.
Según el libro Biología y conservación de los Crocodylia de Colombia del Instituto Humboldt, las densidades de las babillas pueden cambiar drásticamente entre la época de lluvias y seca, sobre todo en las regiones con regímenes climáticos estacionales como los llanos colombo-venezolanos. “Allí se han registrado hasta 1.500 individuos por hectárea durante la época seca y tan solo 0,45-0,60 ejemplares por hectárea en las lluvias”.
El documento afirma que las babillas son objeto de consumo por parte de indígenas, comunidades afrodescendientes y colonos prácticamente en toda su área de distribución. Sin embargo, en algunas zonas se han visto afectadas por el deterioro de los ecosistemas.
“En La Mojana sucreña y en general para toda la región del Caribe, el deterioro del hábitat terrestre y acuático afecta en gran medida a la especie. Estos incluyen deforestación, taponamiento de ríos, desecamiento de ciénagas, vertimiento de metales pesados y agroquímicos”.
En la región Caribe, los cazadores y comerciantes engañan a la ciudadanía con la carne de esta babilla. “En la época de Cuaresma, las babillas son altamente cazadas para comercializar su carne. Sin embargo, en los mercados las venden como carne de bagre o pescado salado, uno de los platos típicos de la costa durante la época de Semana Santa”, expresó Acosta.
El investigador del Humboldt precisa que la carne de babilla no es vista como un manjar, como sí ocurre con la hicotea. “Por ejemplo, en las zonas rurales las cazan para darle la carne a los perros. Ni siquiera los indígenas la consideran como una gran fuente de proteína: prefieren la carne de las tortugas”.
La cacería ilegal de babillas en las cuencas Caribe y Magdalena es sin duda la de mayor impacto sobre las poblaciones en todo el país. Sin embargo, la especie cuenta con varias medidas de conservación, como programas en La Guajira y Atlántico, zoocriaderos y trabajo comunitario para monitorear las poblaciones naturales y liberaciones.
El Libro Rojo de los reptiles precisa que, aunque la babilla tiene una amplia distribución y es consumida en toda su área, las subpoblaciones en el Caribe y Magdalena-Cauca son objeto de gran impacto por el sobreaprovechamiento y degradación del hábitat. “No obstante, en el resto del área de distribución las subpoblaciones parecen estar en buenas condiciones”.
Acosta cataloga a las babillas como uno de los grupos de animales más importantes en ambientes anfibios. “Es uno de los grandes depredadores en los ecosistemas donde habita, Puede regular poblaciones de diversos animales y transportar nutrientes de un lado a otro”.
Educación: la clave
El consumo de estos reptiles en el Caribe colombiano es una práctica de antaño que persiste en la idiosincrasia costeña. Aunque ha disminuido en los últimos años debido al trabajo articulado de diversas autoridades y entidades, su final pareciera no estar cercano.
“Uno no debe pelear con las tradiciones ancestrales. La solución está en darle a la población otras opciones y basarse en la educación ambiental de las nuevas generaciones. Los jóvenes y niños cada día son más sensibles a los temas de la biodiversidad y el cuidado de los recursos naturales”, considera Acosta.
El investigador del Instituto Humboldt cree que los centros educativos deben fortalecer las campañas de educación ambiental, en especial de las especies de la fauna y flora colombiana que se han visto afectadas por las tradiciones ancestrales como estos cuatro reptiles.
“Si las nuevas generaciones conocen los diferentes roles que cumplen las iguanas, tortugas y babillas, esa educación ambiental va a frenar de plano ese tipo de prácticas. Más que cambiar las costumbres, la clave está en educar a la población. Así sucedió con la palma de cera, ya que hoy en día los feligreses llevan a los templos plantas vivas para bendecir en lugar de los ramos con la hoja de esta palma”.
En sus diferentes expediciones sobre biodiversidad en el país, Acosta ha visto cambios importantes en las nuevas generaciones, incluso en la región Caribe. “Muchos niños y jóvenes ya hablan de las especies más representativas de sus municipios, algo que no pasaba hace 20 y 30 años. La gente se está apropiando de la información y el conocimiento de nuestra biodiversidad”.
Para Carlos A. Lasso, Investigador Senior del programa de Ciencias de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, es indiscutible que existe una situación de tráfico de fauna silvestre con especies como la iguana, las tortugas hicotea y morrocoy y la babilla, debido a acciones con fines comerciales y no justificados.
“El uso de los huevos, por ejemplo, más que una necesidad proteica es un capricho o costumbre transmitida de generación a generación como un producto exquisito, al igual que la carne de morrocoy e hicotea. Esto no es exclusivo de la región Caribe de Colombia, también existe en Venezuela y en otras regiones de la geografía de ambos países”.
Sin embargo, Lasso precisa que en algunos municipios y las zonas más alejadas hay necesidades en la población en cuanto a la ingesta alimentaria, algo que no ha sido cubierto por diferentes razones y por lo cual las comunidades hacen uso de las especies silvestres.
“La pesca de subsistencia en algunas regiones impactadas no es suficiente para cumplir esa demanda alimentaria, lo que los obliga a consumir especies silvestres como fuentes de alimento. En el caso de la hicotea a veces se da su captura por necesidad y otras por costumbre”.
El investigador del Instituto Humboldt considera que sí es posible armonizar ambos panoramas. “Por ejemplo, se pueden hacer controles dirigidos en ciertas épocas con algunas vedas para disminuir el consumo de los huevos. Además de fortalecer la parte educativa en las comunidades, hay que buscar alternativas productivas que pueden ser con fuentes vegetales o animales basadas en la piscicultura y la cría de especies nativas, no exóticas”.