martes julio 16 de 2024

Samhainofobia y coulorofobia

31 octubre, 2021 Opinión Augusto León Restrepo

Por Augusto León Restrepo

BOGOTA, 31 de octubre,2021_ RAM_ Le apuesto doble contra sencillo, mi queri​do y anónimo lector, a que usted no sabe el significado de la palabra Samhainofobia, ni mucho menos el de  coulorofobia. Sí. Fobia es, para simplificar, ya lo sabemos, un miedo irracional o impulsivo a algo o una aversión obsesiva contra alguien. En las circunstancias de nuestro embrujado país, podemos poner como ejemplo del último concepto la petrofobia o la uribofobia, con todas sus variantes y derivaciones.

La samhainofobia, vine a saberlo por estas calendas, es el odio y el malestar que produce a algunos humanos, entre los cuales me encuentro, a la que llaman fiesta del Halloween. La palabreja se refiere a la tradición celta (Sanhain), en especial irlandesa, que fue la que llegó a los Estados Unidos en el siglo XIX y la copiamos los latinoamericanos,  de celebrar el 31 de octubre la terminación del verano, mezclada con la fiesta cristiana de la Víspera de Todos los Santos. En Anserma Caldas, mi pueblo de origen, se celebraba hasta hace unos cuarenta años o un poco más  la Fiesta de los Niño, el 31 de octubre. Los mayores iban a rezarle a las ánimas benditas al otro día, en peregrinación diurna y nocturna al cementerio, pero a los niños nos dejaban en la casa. Nada que ver con la muerte. De ahí nuestro fastidio por ella. Nuestra aversión por el sueño eterno. Nuestra fobia ante la pelona, que supongo que se debe llamar tanatofobia. Pelonofobia me parece muy de quinta.

Pero a ver yo me acuesto en el diván. En la Fiesta de los Niños, nos disfrazaban.  Los maestros de las escuelas públicas, -yo estudié, a mucho honor, los primeros años de primaria en la Escuela Oficial Mariscal Sucre- disfrutaban al ver la imaginación de los padres para competir ese día por el mejor disfraz, que era hechizo, original, auténtico, creativo. Pero como siempre ha existido «la gente de bien», y los demás, a nosotros, los pertenecientes a «la gente de bien», nuestros padres nos mandaban a confeccionar el disfraz donde doña Isolina Ospina y su familia, encargado desde después de semana santa, por el gran pedido que tenían, lo que implicaba tomar medidas, ir a probárselo, aguantar los caprichos de la madre en relación con adornos, complementos, ganchos y alfileres de la alta costura municipal. Y aquí creo que nació mi samhainofobia. Me sentía ridículo, incómodo, encarcelado y sojuzgado, dentro de los envarados disfraces que recuerdo, el de torero, el de pollito y el de reloj. El de reloj, que marcaba siempre las tres y cuarenta y cinco, 3 y 45, y me obligaba a mantener mis brazos rígidos, extendidos, durante doce horas, me dejó como secuela una atrofia muscular que me impidió ser un buen basquetbolista, como era mi sueño juvenil. Pero, tranquilos papás, que yo ya los perdoné.

Ya grande, por circunstancias insalvables y por no acrecentar mi reputación de hosco y malgeniado, me he disfrazado varias veces, lo confieso. Con utilería prestada por mis amigos teatreros, he hecho el papel de Rey Lear, del Llanero Solitario, de Pedro Picapiedra, del Chavo del Ocho, de Pibe Valderrama. Me he sentido lo mismo de ridículo, pero he pasado de lo más bueno. Sobre todo, después de la primera media botella de aguardiente, porque ya no me da pena hacer el oso, como todos los demás del aquelarre. Hasta que, Dios es muy grande, encontré en un toldo ferial de artesanías un antifaz con bombillitos y una pila pequeña que pongo detrás de la oreja derecha y que permite que se prendan y apaguen con intermitencia. De lo más chusco. Y cada vez que me invitan a un baile de halloween, me lo chanto, y feliz y contento parto sin novedad. Me emborracho como una cuba y se me olvida que sufro de, ¿cómo es que se llama?, de Samhainofobia.

Pero no me puedo ir, sin contarles que Coulorofobia es miedo, repulsión a los payasos. Los niños, en especial, la sufren. Se paralizan los afectados, no pueden llorar, no pueden hablar, tiemblan, se paralizan frente a su presencia. En cada familia, con seguridad, se encuentran niños coulorófobos. Ojo con ellos. Hay que analizar sus reacciones y no considerar que se trata de una simple pataleta. Sin embargo, los grandes también podemos ser víctimas de esta fobia. Hay tanto personaje por ahí, del mundo de la farándula, de la política, de las cortes, de la corrupción, del poder, a quienes se los encuentra uno en la calle, en los clubes, en los cocteles, en los restaurantes y hasta en la sopa, que sin estar con nariz, ni peluca, ni zapatos de payaso, se queda uno súpito y sufre los mismos síntomas  de la coulorofobia. Que le vamos a hacer. Colombia es un gigantesco Halloween, en donde los disfraces más utilizados son los de payasos y de morrongos.

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