lunes noviembre 18 de 2024

La explotación del volcán (1)

Por Augusto León Restrepo

BOGOTA, 22 noviembre,2021_ RAM_ A mí me gusta mucho leer lo que escribe el profesor Titular, Distinguido y Emérito de la Universidad de Caldas, Decano, Vicerrector, laureado en concursos literarios, el Académico Octavio Hernández Jiménez. En los últimos meses ha entregado algunos artículos a Eje 21 , diario digital en el que han sido publicados, y disfruto de sus textos por su contenido y por la forma como los expone: con claridad, conocimiento y cierto dejo de humor, aún en las exposiciones más exigentes y sólidas. A Hernández le he seguido en su ruta como escritor, desde sus primeras apariciones. Es prolijo, como que cuenta con más de diez publicaciones, entre las cuales me quedo con tres de ellas, cuatro, que no dudo en recomendar, si quiere uno ilustrarse, entretenerse, deleitarse, que es al fin y al cabo lo que justifica la lectura. Digo yo.

En su orden, las cuatro obras de Hernández, cuya lectura recomendaría, son, Los Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), La Explotación del Volcán (1989), El Paladar de los Caldenses (2000 y 2006) y Los Ídolos del Hogar, el Mito y la Leyenda en Caldas (2016). En su Bibliografía, ningún título es deslucido. Cualquier otro libro que lleve su firma, tiene garantizada su calidad. Búsquenla en las «librerías de viejo», porque creo que sus ediciones se encuentran agotadas.

Les voy a contar a que viene esta columna. Es que hace treinta y seis años, el miércoles 13 de noviembre de 1985, el volcán Arenas del Nevado del Ruiz explotó y produjo un deshielo que hizo que se creciera el río Lagunilla hacia el lado del Tolima y produjera la desaparición de Armero, con un número de víctimas aproximadas a las 25.000 y que se creciera el Río Chinchiná, para el lado de Caldas, lo que ocasionó unas tres mil muertes. Los flujos piroclásticos emitidos por el cráter del volcán fundieron cerca del 10% del glaciar de la montaña, enviando cuatro lahares -flujos de lodo, tierras y escombros productos de la actividad volcánica- que descendieron por las laderas del Nevado a 60 km, /h y engrosaron los cauces de los seis ríos que nacen en el volcán, según se lee en las enciclopedias. Los nombres de los ríos los desconozco, con excepción del Lagunilla y del Chinchiná. Y pues bien. Octavio Hernández recuerda esta tragedia inconmensurable, en una sintética crónica, publicada esta semana en Eje 21. Y esa crónica me remitió a su libro La Explotación del Volcán, que había devorado en su momento y que releí a las volandas para escribir esta nota.

El libro, lo tienen que leer, en primer lugar, quienes están entre los treinta y cinco y cincuenta años. Allí encontrarán la pavorosa historia de esta tragedia que tantas lecciones dejó, pero que como sucede con la frágil memoria humana, ya casi nadie recuerda, porque la vida como los ríos no se devuelve. Pero que hay que desembobinarla a veces, para estar alerta sobre sucesos que pueden volver a repetirse.

«¡El Volcán Arenas del Nevado del Ruiz explotó… y lo explotaron! Lo explotaron, a su manera, medios masivos de comunicación, gentes eruditas e incrédulas, astutas y otras de la más variada fisonomía. Este es el tema central de La Explotación del Volcán. El autor, haciendo uso de su ameno estilo, husmeó el juego del rumor, siguió el rastro a los acontecimientos desde el momento de la erupción de ceniza en septiembre de 1985 hasta la trágica culminación en noviembre del mismo año y reseñó las repercusiones en los órdenes informativo, antropológico, sicológico, económico, artístico y hasta humorístico. Un acervo cultural fraguado en Manizales y Caldas bajo el agobiante fantasma volcánico», es una ilustrativa síntesis de este relato que, como ningún otro, testimonia este episodio de la historia dolorosa de Colombia.

Los invito para dentro de ocho días a la continuación de esta columna. Mientras tanto, háganse a las ediciones de Octavio Hernández Jiménez, arquitecto destacado de lo que es lo caldense como identidad y como expresión sociológica y cultural de una región consolidada y reconocida. Hernández, se perfila como el más auténtico retratista de lo que somos. Fin de la primera parte.

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