lunes noviembre 25 de 2024

Carta para Beatriz Zuluaga

Por Augusto León Restrepo

BOGOTA, 23 enero,2022_RAM_ Cuando levantamos la copa para brindar por tu salud y porque se prolongará tu presencia entre nosotros, en una ritualidad que en este caso fue como una ceremonia de comunión, fueron explícitos los sentimientos en quienes apuramos el vino. De amistad, de afecto, de admiración. Tus hijos, tus nietos, sus esposas y sus hijos, y desde luego, Omar, tu bastión de tantos años, te sorprendieron con un ágape el día de tu reciente cumpleaños. Y privilegiados quienes fuimos invitados. Ágape, tiene cierta connotación estética, una cierta alusión no solo a las viandas compartidas, sino también a esa especie de comunicación implícita en lo poético, en lo espiritual, en lo del alma. Tú, Omar, tu gente, hemos sido afortunados actores en ágapes que se han sucedido a través de nuestras vidas.

Es que Beatricita -y que me excusen los lectores el tono coloquial con que te trato, pero si escribo Beatriz, así no más, me suena como a golpe acerado- esa fiesta de noviembre del año que terminó, celebratoria de una fecha significativa en tu vida, también lo fue para quienes estuvimos en ella. La palabra, de la que tú has sido mantenedora y mensajera, se tomó el recinto con malabares enjundiosos. La poesía, jugueteó en el aire. La música hizo su recorrido memorioso. Las vivencias compartidas a través de tantos años, resucitaron como en los milagros. Todo, aupado por tus lúcidas intervenciones, deliciosas, cáusticas y oportunas, decantadas por tu proverbial buen juicio y ese salero inigualable con que has rociado tantas horas y días en los que nos has permitido acercarnos a ti y a tu entorno.

Beatriz Zuluaga en la celebración de sus 90 años

Se deslizaron las horas con el ritmo de los momentos plenos y ya cuando el crepúsculo se apoderó de la tarde bogotana, apareció tu vida como un filme inacabado. Y se hicieron presentes las imágenes de la mujer poeta, de la mujer periodista, de la mujer existencial, labrada a plenitud en el taller de la vida, la que te tendió un tapete inagotable de luces, de penumbras, de dolores, de inmensas alegrías, que bien pudieran conjugarse en la consigna nerudiana de confesar que has vivido. Con la intensidad y el vigor, propios de tu carácter, sedoso y dúctil, cuando de la amistad y el amor se ha tratado, pero también recio y vertical cuando has librado batallas por la verdad, la tangencialidad con el prójimo al hacerte eco de sus miserias y de sus reivindicaciones, y de la defensa de la libertad. Tu obra poética, es tu autobiografía. Ahí están el amor, el erotismo, la pasión, la militancia en las causas de los desposeídos, la amistad, lo fraterno, lo filial, y también el grito y la desolación. Bien lo ha expresado Omar, el camarada siamés de tu alma que «tu poesía es un caleidoscopio/ en el que tu palabra/ es un salmo a la vida/ que un dios dejó en tus manos».

Este inventario avaro de tus visibles cualidades, es porque mis frases quieren eludir el ditirambo, las loas desbocadas y los exagerados tributos, que agredirían tu modestia, que ha sido en ti un estandarte. Ni premios, ni encomiables conceptos sobre ti y tu obra, ni antologías ni constantes beneplácitos, han contaminado tu empenachado escepticismo. Cuando tus amigos te han llamado para congratularte por tus consagraciones y tus éxitos, nos tienes como respuesta el apunte incrédulo, humorístico, que ejemplariza y alecciona. Las alturas no deben marearnos. Somos efímeros, somos transitorios. Tu bien podrías, con tu acendrada fe cristiana, hacer tuyo aquello de Kempis, «somos leves briznas de hierba en las manos de Dios».

Beatricita: nosotros aprendimos en el periodismo que no debemos fatigar a quienes nos leen. Y antes de que me reproches por violar el dictado, te digo que lo que quiero transmitirte, es el sentimiento de quienes tanto te queremos. Con la presencia física en tu cumpleaños, los abrazos, lo que te expresamos, las lágrimas de júbilo por tu empenachada y lozana presencia, los amigos de siempre te queremos ratificar, que te consideramos como el mayor oficiante del don preciado de la amistad. Me he tomado la vocería inconsulta de ellos, para expresártelo en público, pero sé que lo suscribirían como que si el concepto fuera propio. De esa cordial cofradía -cordial viene de corazón y declararse cofrade es declararse hermano, tus hermanos- hicimos parte Martha Sanclemente y Jaime Hurtado, Leonora Ocampo y Eduardo Rincón, Álvaro Hurtado e Iván Zuluaga, y mi esposa Sonia Cristina Londoño.  El anfitrionazgo relevante fue el hogar de tu nieto Juan Fernando Mejía y de Isabel Bernal, su señora; y allí compartieron, rodeándote solícitos y amorosos, Omar Morales -tu esposo- tu hija Carmen Ester Villegas, tu nieto Juan Sebastián Mejía, tu musical y mágico biznieto Juan Antonio, y en el ámbito el recuerdo de muchos involuntarios ausentes.

Perdóname si he herido tu modestia, tu monumental patrimonio, lo reitero, al hacer público este relato. Pero como con tu vida, con tu presencia, nos has hecho una fiesta invaluable, así debíamos consignarlo. Hasta pronto Beatricita. Con un beso y el corazón y mi alma en mis manos, te saludo. Augusto León Restrepo.

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