El chontaduro, uno de los frutos de la restitución de tierras del que viven decenas de familias en Putumayo
Por: Emma Jaramillo Bernat
*Fotos y video: Juan David Moreno Gallego
Villagarzón, Putumayo, 17 abril de 2022_ Agencia Anadolu _ Chontaduro: fruta exótica y misteriosa. Para aquellos que no la han probado es difícil llegar a comprenderla o incluso a imaginarla.
Aunque en muchos artículos es descrito como un fruto carnoso, lo cierto es que es duro, más similar a un fruto seco que a uno tropical. Sin embargo, su condición de existencia es el trópico. Se trata de un fruto originario de la cuenca amazónica que se cultiva en bosques húmedos tropicales.
Es una fruta procedente de una palmera que puede llegar a alcanzar los 20 metros de altura y que se encuentra en países de Latinoamérica que disfrutan de un clima con temperaturas que oscilan entre los 24 y los 30 grados centígrados.
En Colombia es especialmente usual en la costa Pacífica, donde ha sido un alimento esencial, especialmente para los indígenas y afrodescendientes, que no solo se han beneficiado de sus múltiples propiedades –es considerado uno de los alimentos más ricos en aminoácidos y se le atribuyen amplios beneficios para la salud- sino que lo han convertido en un producto definitorio de su cultura.
Además, en el marco de la superación del conflicto armado, muchas familias han encontrado una segunda oportunidad gracias al cultivo de este fruto.
Tal es el caso de Noralba López, beneficiaria de la Unidad de Restitución de Tierras del Gobierno colombiano, una entidad creada a partir de la Ley 1448 de 2011 que permite restituir la tierra de las víctimas del despojo y del abandono forzado.
Ella vivía en el municipio de San Miguel, en el departamento del Putumayo, en el suroccidente colombiano, cerca de Ecuador, pero cuenta que hacia el año 2000 hubo mucha violencia en la región.
“Y pues a mí me daba nervios porque pasaban diferentes grupos y a veces nos tocaba debajo de la casa tenderme yo con los niños, porque había enfrentamientos. Entonces yo dije: No, esto no es para mí. Yo cogí mis niños y yo dejé todo, pues la tierra, todo, y salí”, asegura Noralba.
Familias afectadas por la violencia en Colombia tienen una segunda oportunidad con el chontaduro
Llegó a Mocoa y la familia que le ayudó le recomendó que se declara desplazada ante la Defensoría del Pueblo. Luego en Orito, otro municipio putumayense, conoció a Norbi Pantoja, que era la dueña de un predio y que buscaba venderlo, porque tenía abandonada la finca.
Norbi también había sido desplazada de ese predio, pero no quería volver a él, entonces decidió vendérselo a Noralba, quien adquirió la finca por su cuenta. Por ser segunda ocupante de un predio en proceso de restitución, ella también pudo acceder a los beneficios de la Unidad de Restitución, que ayuda a los nuevos propietarios a desarrollar proyectos productivos que contribuyan al sostenimiento de sus familias.
“Allí ya empezamos a sembrar el chontaduro -cuenta Noralba-, y cuando nosotros ya teníamos el chontaduro mi esposo se afilió a la asociación de chontadureros (Asochón), y ya empezamos a asociarnos como mujeres, y así ya hemos trabajado con lo que hemos podido, con la pimienta, con el chontaduro, con el maíz, con la yuca, con el plátano, y ahí ya vamos para adelante”.
Andrés Rivadeneira, director territorial en Putumayo de la Unidad de Restitución de Tierras, cuenta que durante los 10 años que este programa lleva funcionando en dicho departamento, “se han expedido un poco más de 353 sentencias de restitución».
“Hemos invertido un poco más de COP 7.400 millones en proyectos productivos, beneficiando aproximadamente a 256 familias. Son cifras muy buenas y además hemos avanzado casi en un 90% de las solicitudes de restitución que se han presentado en el departamento”, añade.
El chontaduro, además, es una fruta agradecida, ya que su cultivo sí logra el sostenimiento de las familias que trabajan en él, según le contó a la Agencia Anadolu el agricultor Javier Ruíz.
Sin embargo, su cosecha requiere un amplio trabajo. Ya que es una planta muy alta y con peligrosas espinas, se ha desarrollado una técnica que requiere de fuerza y precisión. Una persona se sube utilizando una especie de silleta creada con palos atados, a la que conocen como ‘marota’. Una da el impulso; sobre la otra se sienta el agricultor mientras corta los racimos con un machete y luego los baja amarrados a una cuerda. Otro hombre los recibe en tierra.
Ruíz asegura que hay que hacer este proceso con mucha paciencia, para garantizar que no se dañe el producto, “porque usted sabe que el comprador siempre viene y lo que mira es calidad”. También toca estar pendientes, para cortar los racimos antes de que se dañen aún pegados al tronco.
Este árbol -la palma de la chonta- da sus primeros frutos luego de tres o cuatro años. Así que sí, la paciencia es la palabra clave. Pero “después de ese primer cargue, cada año nos da una cosecha”, cuenta.
“Como es muy demorada la cosecha -añade Javier-, para que sea rentable uno tiene que tener unas 30 hectáreas. Cada hectárea da unas cinco a diez toneladas, entonces si es así, uno puede tener una rentabilidad buena (…) que es para el sustento de nuestra familia. Y si lo sabemos distribuir en el año, tenemos capacidad de solventarnos con ese dinero del chontaduro”.
Una vez se descarga del árbol, el chontaduro debe pasar por otro procedimiento, que lo diferencia de otros frutos: se hierve en agua durante alrededor de dos o tres horas.
Luego de ese procedimiento ya es comestible. Ahora su cáscara brillante y oleosa debe ser retirada apenas siendo guiada por un cuchillo, ya que esta saldrá completa y sin esfuerzo, como una pegatina vegetal.
Este fruto, que despierta amores y odios, es considerado por muchos como un «gusto adquirido». Se podría decir que es una especie de ahuyama en miniatura, solo que con un sabor más neutro y que cabe en la palma de la mano.
Ya que no es perfectamente circular, sino más bien de la forma de una gran bellota, por lo general se parte en cruz por su parte más amplia, dejando cuatro gajos que deberán ir retirando los comensales.
Ahora sí, a disfrutar de su particular sabor. Y a mezclar también según los gustos. Lo más tradicional: untar con miel o con sal. Aunque con él también se hacen jugos, salsas y cremas.
Una vez se consume su carnosidad, finalmente quedará descubierta su semilla en el centro: una especie de coco en miniatura, dura, negra y cubierta de fibras.
Los más valientes osan a buscar abrirla con sus dientes –a riesgo de perderlos– pero también puede ser golpeada con una piedra hasta que la semilla deja al descubierto su interior: una pulpa blanca y dura, con menos sabor y textura de almendra.
Pero ya que es un privilegio de pocos, y teniendo en cuenta que no llega a todos los lugares, las mujeres de Asochón, en el Putumayo, así como en otras partes del país, ahora buscan transformarlo y comercializar algunos de sus productos derivados.
Claudia Moros hace parte de esta cooperativa que busca darle un valor agregado. “Nosotros estamos transformando el chontaduro en harina de chontaduro y en conservas. Las conservas las tenemos en almíbar y en salmuera, dulce y saladita”, comenta.
Así, y ya que por el producto sin procesar a veces no se paga un buen precio, buscan abrir nuevos mercados, tanto a nivel nacional como internacional.
Y más familias se pueden sumar si han sido víctimas y logran ser beneficiarias del programa de restitución de tierras, asegura Andrés Rivadeneira. “Tenemos diez años más de vigencia de la ley 1448. Esto implica una gran oportunidad, es decir, que más familias víctimas que aún no han accedido a nuestra oferta institucional lo puedan hacer, que presenten su solicitud de restitución de tierras y con eso nosotros podamos presentar más demandas ante los juzgados de restitución de tierras”.
“Esto quiere decir -añade- mayor oportunidad de sentencias, mayor oportunidad de proyectos productivos, de viviendas, mayor posibilidad de compensaciones económicas, es decir, más beneficios para las víctimas del conflicto, y mayor cantidad de frutos de la restitución”.