Gustavo Petro, el «revolucionario» que quiere gobernar Colombia
Irene Escudero
Bogotá, 28 may (EFE).- A pesar de haber pertenecido a la guerrilla del M-19, Gustavo Petro prefiere que lo llamen revolucionario a guerrillero porque liderando revoluciones es como se ha sentido siempre cómodo y la de llevar a la izquierda a la Presidencia de Colombia es la que enarbola en estas elecciones.
Es la tercera vez que lo intenta, pero este domingo, según las encuestas, Petro está más cerca que nunca de ganar unas elecciones a la Presidencia, aunque es probable que tenga que jugársela a una segunda vuelta. Solo su némesis, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, ha conseguido en Colombia ganar en primera vuelta.
Nacido en un pueblo del departamento caribeño de Córdoba, Ciénaga de Oro, en 1960, hace 62 años, creció y estudió en el interior del país, en Zipaquirá, un pueblo andino cercano a Bogotá. Es el mayor de tres hermanos, de familia de clase media, con padre costeño y madre del interior.
Esa mezcla también pervive en su carácter: tímido, callado y ufano en lo personal, como se le describe, pero un gran orador y cómodo cuando sube al escenario de una de las plazas públicas que suele llenar estos días, donde encandila a sus oyentes con frases grandilocuentes y discursos embelesadores.
Sus pasos por la guerrilla
«Una vida, muchas vidas», la autobiografía que publicó pocos meses antes de la campaña, da cuenta de que siempre se ha sentido fuera de lugar, solitario, dejado de lado y también de cierta arrogancia con la que se ha sobrepuesto a muchas situaciones de su vida.
En el colegio La Salle de Zipaquirá, el mismo por donde pasó Gabriel García Márquez, contestaba a los curas con altanería y allá comenzó en la militancia, leyendo a intelectuales marxistas, hasta que en 1978, con 18 años, decidió entrar al M-19, donde realizó sobre todo labores de enlace urbano y no tanto lucha armada, hasta su desarme en 1990.
De esos 12 años que vivió en las filas del «eme» bajo el nombre de «Aureliano», como el personaje de «Cien años de soledad», tres los pasó en la clandestinidad y otros dos en prisión. Lo capturaron en 1985 en Bolívar 83, el barrio popular de Zipaquirá que ayudó a fundar, y lo torturaron como a tantos miembros de la guerrilla en la época.
«Yo no sentí el dolor de la tortura hasta cuando llegué a la cárcel. Durante los oscuros días de las golpizas, jamás me sentí doblegado físicamente, aunque psicológicamente fue difícil porque sentí que, de alguna manera, mi vida había cambiado», describe en su autobiografía.
La toma del Palacio de Justicia, uno de los episodios más oscuros del M-19, le tomó a Petro en la cárcel y por su cargo, muy bajo en la organización, poco podría saber de ese intento de toma que acabó avasallado por el Ejército y con casi un centenar de víctimas mortales.
El más brillante congresista
Al Petro que en 2022 quiere ser «su presidente», como proclama en cada mitin, lejos le quedan ya esos años y seguramente le pesen más su etapa de parlamentario. Nunca se sintió cómodo con las armas, pero sí con las palabras, con las que se defendía en la Cámara de Representantes y en el Senado.
Allá se volvió «uno de los congresistas más brillantes que ha tenido Colombia», como se le nombra habitualmente, y ganó popularidad a principios de los 2000 por sus denuncias de los nexos entre políticos y paramilitares en lo que se consideró «parapolítica», volviéndose también un dolor de cabeza para el expresidente Uribe y consiguiendo el enjuiciamiento de varias personas.
La primera amenaza que recibió Petro, de las tantas que vendrían después y que ahora lo tienen subiendo a los escenarios rodeado de escoltas y con uno de los esquemas de seguridad más grandes del país, fue en 1994 y le obligó a exiliarse a Bélgica.
Petro cuenta con amargura su paso por Bruselas, alejado de todos, y con episodios depresivos de los que se sobrepuso estudiando una especialización en Medioambiente en la Universidad de Lovaina, que sumó al grado en Economía que estudió en la Universidad Externado de Colombia, mientras militaba en el M-19.
Vaivenes en la alcaldía
En 2011 salió electo alcalde de Bogotá por la formación Progresistas. «Soy el candidato del progresismo», repite a menudo, para salirse de la casilla de «izquierdas».
Quienes trabajaron con él en la Alcaldía dicen que no es fácil de tratar, que no es muy dado a colaborar en equipo y que toma las decisiones solo. Eso impulsó numerosas renuncias y el cambio de más de medio centenar de altos directivos en los cuatro años de gestión.
Su carácter de no tener miedo al enfrentamiento también le valió una destitución por parte de la Procuraduría, que por sus decisiones en la gestión de la recolección de basuras de la ciudad quiso su muerte política y que la Corte Interamericana de Derechos Humanos revocó.
Petro, casado y padre de seis hijos con diferentes mujeres, llega a su tercer intento por la Presidencia alejado de varios de sus grandes compañeros de viaje, y sin muchas de las ideas «revolucionarias» que evocaba.
Lo hace ahora junto a unos compañeros de campaña más pragmáticos y menos idealistas, como el senador Armando Benedetti que ha pasado por numerosas formaciones de diferente signo y es una de sus personas más cercanas ahora mismo. También con la abogada y activista afro Francia Márquez, que ha recogido el descontento de las calles y rescatado a simpatizantes hastiados del personalismo de Petro.
En 2010, en su primer intento con el Polo Democrático, sacó apenas 1,3 millones de votos y en 2018 se quedó, con más de 8 millones, a un paso de llegar a la Casa Nariño. Ahora, tras dejar algunas de las ideas más radicales de izquierdas atrás y queriendo sumar fuerzas más tradicionales -—las que siempre ha criticado por su corrupción y clientelismo— espera que a la tercera sea la vencida. EFE