Gracias, Padre De Roux
Durante esta semana que termina, corrió por las redes sociales una invitación muy especial. Nos llegó, en una especie de boca a boca, para que nos hiciéramos presentes ayer sábado 27 de agosto en una presentación de la Filarmónica de Mujeres de Bogotá y del Coro de Hijos e Hijas de la Paz – lenguaje incluyente de que hablan ahora- integrado por hijos e hijas de firmantes del acuerdo suscrito entre el Estado colombiano y las Farc en 2016. El sitio: la historiada iglesia de San Ignacio de Loyola, erigida hacia el año de 1691 en la denominada «manzana jesuítica» de la ciudad de Bogotá, enseguida del Colegio Mayor de San Bartolomé, en la calle 10 entre carreras sexta y séptima y colindante con el Museo de Arte Colonial, para que nos ubiquemos. El motivo: reconocer el trabajo de la Comisión de la Verdad, en cabeza del sacerdote jesuita Francisco de Roux y darle gracias por su aporte al esclarecimiento de hechos que constituyen un acervo para olvidar en los capítulos de nuestra ignominiosa historia. Cuando concluyó sus palabras el Padre De Roux, los asistentes corearon ¡gracias Padre De Roux…!
Antes de que se vengan las discrepancias y los denuestos sobre la Comisión, su presidente y sus conclusiones, es bueno recordar que éstas no son autos de proceder contra nadie, ni verdad revelada, inspiración infalible, ni punto final, que, si existiere, no tendrá oportunidad de conocerlo ninguno de nuestros lectores. La discusión sobre su texto, va a hacerse interminable. Siempre existirán quienes consideren que hay sesgos en su elaboración, como otros sostendrán que es sentencia inapelable. Pero al menos, unos y otros tendrán que partir de la base de que se han dejado establecidos unos números de víctimas del horroroso conflicto armado, que aún persiste, que nos imprecarán y nos recordarán a los colombianos el mandamiento ético de ¡No matarás!
Voy a citar sin comillas, las cifras que trae en su última columna de El Espectador, Patricia Lara Salive, quien antepone, antes de presentarlos esta válida reflexión: la comisión para el esclarecimiento de la verdad deja una obra monumental, un informe de cerca de 10.000 páginas en las que se encuentran miles de testimonios de víctimas de todas las violencias, desgarradores y ciertos, pero inverosímiles por la crueldad de lo que relatan, HECHOS INCONTROVERTIBLES PORQUE SON HECHOS, mayúsculas mías.
Y cifras espeluznantes, frías y estadísticas, pero por ello mismo, inobjetables: 450.664 muertos dejados por la guerra entre 1985 y 2018. De ellos, el 80% fueron civiles y apenas el 20% combatientes. Los desaparecidos sobrepasan los 120.000. Los secuestros sumaron 50.770 entre 1990 y 2018.Hubo 16.238 casos de reclutamiento infantil, la inmensa mayoría por parte de las guerrillas. Y 6.402, conocidos como falsos positivos. Estos números, afrentosos, agresivos, desmoralizantes, no los podemos olvidar. Ni alimentar.
Padre De Roux: siempre había querido estrechar su mano. Hasta ayer pude hacerlo. Y le di las gracias, por su tesón, bondad a flor de piel, carácter infranqueable y derroche de solidaridad evangélica. Lo hice en nombre de mis hijos, de mis nietos y de quienes vendrán en el tiempo. Al lado de la incomprensión, los calificativos en su contra, las descalificaciones personales y políticas, en su interior resonará el eco del agradecimiento que ayer le expresaron las gentes que colmaron el recinto del templo de San Ignacio. Y de la ovación de que fue objeto. Y de la música de las mujeres inspiradas y los coros de esos niños que agitaban sus humildes banderas blancas de papel en su homenaje. Son justos y sinceros los homenajes de anónimos colombianos que en forma espontánea fueron a cumplimentarlo. Para usted, debió haber sido una fiesta. Yo lo vi así, en su mirada limpia y bondadosa. ¡Que buen hombre ha sido usted, Padre De Roux!
Después de lo de San Ignacio, me di una vuelta de nuevo por la exposición permanente de las fotografías lacerantes sobre la historia del conflicto armado, colgada en las paredes del Claustro de San Agustín, cuyo autor es Jesús Abad Colorado López. Allí encontré debajo de una de ellas, esta frase que copié y que me sirve de punto final: «Uno puede hablar del conflicto desde las aulas o desde las cabinas de radio. Muchos orientan sobre la paz y la guerra sin saber lo que es el dolor, sin saber lo que es el desplazamiento, sin haber andado los territorios con las víctimas… ¡Y que me dicen a mí los campesinos? «Oigan, si esas personas supieran lo que es la guerra, no sembrarían tanto odio».