Xi, dictador
Andrés Hoyos
Los golpes de mano se suelen dramatizar para multiplicar el efecto. No de otra manera se entiende que por órdenes obvias de Xi Jinping un par de funcionarios hayan forzado ante las cámaras la salida de su predecesor, el anciano expresidente Hu Jintao, de la ceremonia de clausura del XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh) en el Gran Palacio de Pekín. Así se pone fin de manera oficial al curioso “invento” que los chinos implantaron tras la muerte de Deng Xiaoping, según el cual los presidentes tenían diez años en el poder, durante los cuales lo ejercían sin límites. La última movida solía ser designar más o menos a dedo a su sucesor. Comentario aparte merece la idea cursi de algunos corresponsales europeos según los cuales este sábado Hu Jintao estaba indispuesto. Claro, la defenestración lo indispuso, eso es seguro.
Pues bien, el esquema del poder flexible se acabó en China. El mensaje de Xi al resto del Politburó de 25 miembros es claro: o te alineas conmigo o te vas. Ya salieron varios que supuestamente estaban en la fila y Xi nombró a seis de sus fichas en el Comité Permanente. Los analistas internacionales se han dedicado a desmenuzar las hojas de vida del resto de los miembros de este Comité, como si uno de ellos se perfilara para algún tipo de sucesión. Dudoso en extremo. Xi ha asumido todo el poder para sí mismo, echó el “invento” de los diez años a la basura y ahora todo dependerá en principio del estado de salud del mandamás, quien a sus 69 años luce muy en forma. ¿Cuánto durará su dictadura, cinco, diez, quince años, más? El PCCh es la organización política más grande del mundo, con un estimado de 96 millones de miembros.
Otro cantar es saber a qué se dedicará Xi. Se señala que su nueva política será de mayor confrontación con Occidente. Eso parece probable, toda vez que su ilusión es llegar algún día al primer lugar. Sin embargo, ni el crecimiento reciente o esperado, ni las perspectivas de población, ni la influencia ideológica parecen ameritar ese temor. Muchos países tienen tratos con China, es cierto, pero resulta cada vez más obvio que lo hacen por pragmatismo, no porque deseen emular los pasos, las ideas o el esquema de gobierno del gigante asiático, y menos ahora que toda limitación al poder de Xi ha desaparecido. Según varias encuestas, la influencia internacional de China va en descenso.
Insistamos, además, en que la mayor virtud del “invento” ha desaparecido. Los regímenes dictatoriales suelen tener graves problemas en el momento de la sucesión. Churchill, tan diestro en metáforas y símiles, decía que un dictador es como alguien que va encima de un tigre. Desde ahí se siente todopoderoso, pero si se tiene que bajar… Sobra decir que al morir Xi la cúpula del poder chino se tendrá que bajar toda del tigre. El riesgo que entonces vendrá es muy grande, no solo porque no hay manera de evitar confrontaciones fuertes, sino porque el premio otra vez será un puesto como el de Xi, es decir, una dictadura omnímoda.
La otra virtud del “invento” que también ha desaparecido son los contrapesos que existían a las decisiones equivocadas del dictador. Los errores de Xi, recientes y futuros, van porque van. Nadie puede hacerles contrapeso, lo que constituye todo un peligro para la inmensa población de China y, por extensión, para el mundo.