PANORAMA Legalidad y confianza en el proceso de negociación con la insurgencia.
Por, Jairo Franco Salas.
Existe una medida para saber con exactitud si una negociación es genial y legítima, y está precisamente, debe ser honda en su raigambre y vasta en su floración, decía un gran pensador.
Ciertamente en materia de negociación y procesos de paz, el gobierno que articula el presidente Gustavo Petro Urrego, ha visionado una serie de proyectos muy progresistas especialmente en lo referente a la construcción de una nueva Colombia, ajustada a la balanza de la justicia social. Todos al unísono, proponen diseñar una propuesta de agenda entorno a los acuerdos en el que se plasmen las condiciones de igualdad y justicia social. Pero lo importante aquí, no es dar rienda suelta a un discurso retórico, impregnado de entusiasmo y optimismo, lo fundamental y prioritario, es cimentar un documento más allá de las diatribas y vicisitudes.
Con fundamento en este sano propósito, es menester liderar la compleja maraña institucional en medio de un mundo cambiante a velocidades insospechadas; De allí que Petro Urrego, en calidad de mandatario nacional, viene predicando su visión progresista a una población cada vez más escéptica y frente a líderes políticos cada vez más autoritarios o más débiles.
No hay que olvidar que en septiembre de 2017, se firmó en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón, los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC; preferimos llamarle acuerdo de La Habana o cese al conflicto con las FARC, la más antigua de Latinoamérica, logrando la desmovilización y desarme de sus combatientes. Pero, desafortunadamente, no todo fue color de rosa, pudo más la ambición e intolerancia por seguir la guerra a través de una disidencia que truncó y deformó el Acuerdo de La Habana, para dar paso a una división ideológica absurda y nefasta que aún mantiene la prolongación bélica en el territorio nacional.
Ahora, aparece en el panorama Colombiano la intención de diálogos es con el ELN, Ejército de Liberación Nacional, segundo grupo armado en el país, con más de 60 años de existencia; diálogos, que deben estar alejados de propósitos torcidos, perversos, oscuros y de malas intenciones.
La misión y visión de estos diálogos tanto en México como en Venezuela, deben encaminarse a generar un ambiente de participación y entendimiento que busque rutas para avanzar. La idea es eliminar formalmente formalismos; ser más realistas en las negociaciones. No dilatar porque sí, o protagonismos sin razón la paz no se consigue con decretos, si con buenas intenciones, al proyectarnos en todas las dimensiones.
No hay que olvidar que los cambios tienen un reto, en especial cuando el reto, está direccionado a construir la paz con democracia y equidad.
El cambio que nos conviene a todos es el de construir un modelo de democracia con justicia social y crecimiento económico. Este cambio no debe ser para fortalecer el poder unipersonal, o sea ni a los jefes políticos, ni al presidente de la República. Por el contrario las negociaciones de paz con la insurgencia deben darse para el bienestar del tejido integral, comenzando por desarmar la perversidad y la violencia enquistada en nuestra sociedad.