miércoles diciembre 18 de 2024

Cordial saludo, od Javier Darío Restrepo: profesión reportero

Oscar Domínguez

El 9 febrero es el Día del Periodista. Los que nos ganamos la vida con este destino nos damos coba que da  miedo. También aprovechamos para reflexionar sobre el oficio.

Es un buen tiempo para escuchar a los maestros. Como el fallecido Javier Darío Restrepo. Comparto apartes de una entrevista que le hice hace varios años para la revista Pulso, de la Universidad de la Florida.

A manera de ñapa, una columna que escribí a la muerte de su esposa Gloria .- od

Pulso: ¿Es bueno o malo ganar premios de periodismo o lo malo es no habérselos ganado nunca?

Javier Darío Restrepo: Creo que es malo ganarse uno un premio si lo saca de su propia realidad y le hace perder el sentido de las proporciones. Que te lleve a mirar a los demás por encima del hombro, o solo el pensamiento elemental de que soy mejor que los otros. Entonces el premio es dañino, no es aconsejable y como los malos tragos se deben dejar a un lado y no usar. Puede ser bueno en el sentido de que te zarandea y te obliga a preguntarte, por qué, en razón de qué. Y te responsabiliza.

Cuando el premio responsabiliza, es bueno. En este caso ha habido una dimensión muy buena, y la he sentido yo como un homenaje superior al premio mismo, y es que los colegas llaman y casi todos tienen la misma frase: «sentimos que es un poco nuestro ese premio». Sobre todo los compañeros reporteros que sentían que el reportero no tenía acceso a ese tipo de distinción. Era una distinción que en realidad se había reservado para directores, dueños de medios y sólo una vez, en el caso de José Salgar, que era subdirector de El Espectador, se habían salido de ese esquema. En mi caso veo que se salieron completamente del esquema y que ya están volviendo los ojos a los reporteros y seguramente que van a encontrar entre ellos una cantidad de gente que es realmente premiable. Aunque para decir la verdad, el reportero- reportero se siente con un premio todos los días, con ese descubrimiento, ese hallazgo que uno hace del ser humano cada vez que emprende una nueva tarea periodística.

P.: ¿Cómo has vivido ese oficio de la reportería?

J.D.R.: Como una aventura diaria, porque desde el momento en que en el consejo de redacción te asignan un tema, el tema es una aventura. Y es una aventura generalmente gratificante; hay veces en que uno vuelve con el rabo entre las piernas, sin haber logrado nada importante, pero en la generalidad de los casos uno resulta gratificado con un hallazgo. En mi vida de reportero que es tan larga, fueron gratificaciones tras gratificaciones.

A veces pensaría uno que lo más interesante es cuando va al exterior a cubrir un evento. No, a veces dentro de esa reportería medio rutinaria que se hace diariamente se aprende mucho y yo creo que en mucha parte soy producto de ese aprendizaje.

P.: Ahora que hablas de rutina diaria, ¿cuál ha sido tu receta para no dejarte aburrir por el oficio?

J.D.R.: Yo le atribuyo esa renovación permanente a una preocupación que siempre mantuve y es que la nota que estoy haciendo hoy, es mi mejor nota. Siempre rechacé un cierto lugar común que es el del reportero que dice: «mi mejor trabajo fue cuando entrevisté a fulano de tal o tal cosa…». Esa es una tentación que dentro de mi manera de ver es peligrosa porque te anquilosa, te deja en ese momento en esa satisfacción y como que allí se hubiera suspendido la búsqueda, el empeño, el trabajo de hacer algo creativo, de hacer algo nuevo, de descubrir nuevas cosas. De modo que siempre yo tenía esa preocupación y en el momento actual en que no hago ese tipo de trabajo, sino otros, es lo mismo: mi trabajo de hoy tiene que ser mejor que el de ayer. Eso, desde luego, lleva un cierto perfeccionismo que es muy angustioso, pero creo que lo mantiene a uno en una tensión de creación.

P.: ¿Y cómo hacer para que ese oficio de reportero no se convierta, como en la definición de García Márquez, en un museo de cosas efímeras?

J.D.R.: Depende de una decisión que generalmente los periodistas tenemos que tomar. Hay algún instante en el ejercicio periodístico en que tienes que decidir si lo que estás haciendo es el ejercicio del cuarto poder o el ejercicio de un servicio.

Si lo tuyo va a hacer una manera de poder y lo haces para poder, te condenas a la esterilidad y a esa cosa efímera, a esa cosa que no vale la pena. Si por el contrario, siempre estás pensando que ésta es tu manera de prestarle un servicio a la sociedad, eso consigo trae la fórmula de la renovación y una dinámica simple.

P.: ¿Y cómo te encaminaste en tu vida profesional hacia esta actividad de la reportería?

J.D.R.: En realidad, no fue algo deliberado, sino algo que se fue dando. Siempre trabajé en ese campo, le tomé gusto y en razón de ese estar pensando en el asunto y estar reflexionando sobre lo que hacía, fui encontrando que es la forma más atractiva y más rica de ejercer el periodismo. Había otras perspectivas, como tareas de dirección o cosas así y esas nunca me atrajeron.

P.: Pero, ¿no estás siendo egoísta en ese sentido en la medida en que una persona como tú al mando de una mesa de redacción haría una gran labor?

J.D.R.: En su momento no lo vi como un egoísmo, sino como realismo. La primera vez que me ofrecieron la dirección de un noticiero, aquello me golpeó. Me golpeó tanto que no pude dar la respuesta en ese momento. Entonces «pedí time» para el día siguiente y aquella noche, fue una noche bastante lenta, como todas esas noches en que uno no puede dormir, porque eran argumentos en pro y en contra. Y el argumento que más pesé fue: «si tu accedes a ser director de un noticiero, nunca vas a dirigir el noticiero».

Los directores generalmente tienen que obedecer a otras presiones, a otras alternativas distintas de lo que ellos tendrían como periodistas puros. Entonces ya interviene el factor político, el económico, las relaciones públicas, una cantidad de cosas. Entonces, de ser director para no poder dirigir a ser reportero, para ser dueño de mis propios instantes y personajes, indudablemente no había mucho de donde escoger.

P.: ¿Ni siquiera te tentó desde el punto de vista económico?

J.D.R.: Hay algo que a mí me dejó mi formación de seminarista y de sacerdote y es una cierta austeridad de vida. Me encantan las cosas cuando las tengo y las disfruto, pero no me echo a morir cuando no las tengo y no las puedo disfrutar. Luego, la vida me ha enseñado que hay una cierta aristocracia del espíritu que consiste en no vivir para tener y en no dedicarle ni tiempo ni deseos a cosas que no se pueden tener. Y luego la misma formación humanística, la afición a las cosas intelectuales, a la lectura, a la investigación, al estudio, me dan otra manera ver las cosas. Y di con una fortuna, y es con una esposa que es una maga… Vivimos austeramente y vivimos contentos. Total que para mí no constituyó en ese momento una tentación el hecho de que si va a aumentar tu ingreso o vas a tener carro con chofer, ni cosas de esas. Para mí eso es más bien secundario.

P.: Cuando te comparas en tu austeridad con los demás mortales que hacen el mismo oficio tuyo, ¿qué reflexiones te haces?

J.D.R.: Cada uno tiene su vida, pero todos tienen su ideal periodístico, eso sí es indudable. Lo que pasa es que muchas veces las circunstancias para todos nos son tan favorables, como para que puedan hacer una reflexión que les dignifique y les magnifique la profesión. Asumen la tarea un poco como una supervivencia, primero supervivencia puramente humana, y después supervivencia profesional.

Es una profesión muy competida, entonces el colega como que en un determinado momento piensa: «Yo primero tengo que sobrevivir como persona, después tengo que sobrevivir como profesional y si me queda un margen voy a exaltarme profesionalmente ya con más estudio, más reflexión». Lo que pasa es que esa tercera etapa muy pocas veces se logra.

Yo creo que al periodismo colombiano le está haciendo mucho mal el sentido empresarial con que se acomete y el no haber entendido en las empresas periodísticas la verdadera dimensión que tiene esta profesión. Los que se destacan, y hay muchos que se destacan, lo hacen combatiendo contra viento y marea; de ninguna manera con facilidad.

P.: ¿Consideras que de pronto es «peligroso» que a los periodistas les paguen sumas astronómicas en la medida en que así se estaría enajenando la capacidad de independencia?

J.D.R.: Sí, las sumas astronómicas dejan la sospecha de que se ha pignorado la independencia y en ese sentido las sumas astronómicas son tan corruptoras como las sumas de hambre que también pignoran la independencia. Fíjate que en los dos extremos se encuentra en peligro el mismo valor, la independencia.

Javier Darío Restrepo, por Gloria Ortega Pérez (La Búnker).

Obituario:

Mujer de reportero

El varón domado, acostumbrado a quedarse con el pecado y con el género, ha sido avaro a la hora de reconocer el aporte del eterno femenino en su enriquecimiento lícito material y espiritual.

Las ejecutorias masculinas tienen aroma de mujer. Sólo que los hombres tenemos especial facilidad de expresión para ignorarlo. Los periodistas con más veras.

Por eso alegra el elogio en fa mayor que hizo alguna de vez de Gloria Castañeda, su esposa fallecida hace poco, un colombiano de alto turmequé que nunca se enferma de su importancia: el reportero eterno Javier Darío Restrepo, premio de Periodismo Simón Bolívar por su vida y obra, entre otros muchos galardones que le han llovido.

Sus ejecutorias en el oficio no son producto de una mojada acalorado, sino de una entrega insomne. Cuando Javier Darío habla  lo hace tan bien que nos mejora el currículo a sus colegas. Es de los que sube el periodismo al estrato seis.

En achaques de ética, parece datiado por el Espíritu Santo desde cuando ejerció el sacerdocio hasta que mandó el celibato pa’l carajo. (“Señor, hazme casto, pero todavía no”, podía decir con Agustín de Hipona en sus “Confesiones”. Hasta que apareció su Gloria).

En el caso de Javier Darío, el periodismo ha sido la prolongación del sacerdocio. No hay tutía: con este gurú del oficio, el periodismo sí tiene cura.

Con Gloria tuvo dos metáforas: María José, ecológica guardaparques (Cousteau bogotana), y Gloria Inés, scout, muy Restrepo ella, activista por la paz (Gandhi de tacón bajito) y quien «escribe mejor que Javier». Palabra de mamá.

Pero veamos lo que dijo Javier Darío de la mujer que lo conquistó y que se nos anticipó en el viaje con tiquete de ida solamente: «Di con una fortuna y es con una esposa que es una maga en todo sentido: me transformó la vida y luego se ajustó a mi manera de ser y de pensar. Vivimos austeramente y vivimos contentos».

Cuando le sugerí cuantificar ese aporte de su esposa me respondió:

«Sí, y que no me crean que exagero si digo que es el 95%. Es un altísimo porcentaje. Es que todo lo que significa paz interior, satisfacción, alegría, orgullo, pues ella lo ha fabricado. Fabricó ese par de criaturas y tú sabes igual que yo lo que significan los hijos. En mi caso, esas dos hijas y esa esposa han representado ese 95%. Y temo de pronto ser mezquino».

Le pregunté cómo ha asumido la familia su destino de periodista.

«Tal vez lo describiría con una situación que me resultó muy reveladora. Siempre que anunciaba esos viajes al exterior que generalmente eran para cubrir alguna guerra o alguna cosa de esas, Gloria, en silencio, me hacía la maleta y demás. Se despedía, desde luego con la natural tensión de las despedidas. Y hubo una ocasión en que a última hora se dañó el viaje. Entonces regresé a la casa diciéndole: ‘Mañana no viajo porque no hay necesidad de hacer el viaje por equis motivo’. La explosión de alegría de esta mujer me indicó lo que había quedado implícito o en silencio en todos los anteriores viajes. Es decir, ella había asumido como una disciplina personal que no interferiría, ni siquiera con la expresión de sus sentimientos,  ninguno de mis trabajos. Y eso ocurría siempre”.

¿Cuántos bípedos desplumados no le pondríamos papel carbón a este merecido elogio de Javier Darío a su costilla?  Paz sobre la tumba de la mujer que miraba a su esposo asomarse a  la ventana y sabía que estaba trabajando, como dijo no sé quién.

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