La noche trágica en el Club El Nogal
Por Augusto León Restrepo
Eje 21 reprodujo ayer el relato que escribí para el diario La Patria de Manizales el día 9 de Febrero del 2003 sobre el acto terrorista que las Farc dirigieron contra el Club El Nogal de la ciudad de Bogotá que ocasionó la muerte de treinta y seis personas y 167 heridos, muchos de ellos con secuelas físicas permanentes como consecuencia de semejante atrocidad.
Yo estuve con mi esposa Sonia Cristina esa noche en las instalaciones del Club y somos sobrevivientes milagrosos de ese episodio que afectó a algunos de los compañeros de festejo en su integridad física y que a nosotros nos dejó secuelas de orden sicológico que en apariencia ya desaparecieron, pero que reviven en un subconsciente de esporádicos sueños y pesadillas.
Los lectores van a perdonar que en este artículo hable en estricta primera persona para referirme a este acontecimiento no sin antes advertir que desde luego no asumo la vocería de nadie mas que la propia, ni mucho menos la de ninguno de los amigos que con nosotros, por razones providenciales, no seríamos mas que un recuerdo en los corazones filiales y amistosos.
Yo adivino las reacciones que pueda despertar este tema tan sensible y desde luego las respetaré. Tomaré el tema con pinzas asépticas porque se trata de dar por saldado el resentimiento, la desazón interior, la impotencia y el miedo que padecí con el estruendo terrorífico de esa malhadada noche y el rencor subsiguiente contra quienes idearon tan malévola y demoníaca acción. Esta es una decisión personal que tiene que ver con la reconciliación y el olvido, que mas adelante la plantearé en términos concretos y definitivos.
Las investigaciones realizadas por las autoridades no dejan dudas sobre que los autores intelectuales y materiales de la intervención asesina fueron las Farc. A la cárcel llevaron a los responsables del acto terrorista, conocidos como los hermanos Arellán, que obedecían las órdenes del individuo Hernán Darío Velásquez, «El Paisa», sanguinario jefe de la columna Teófilo Forero, de las Farc, quien hoy goza de libertad en cumplimiento de las normas que permitieron poner fin al conflicto armado con ese grupo subversivo, que para muchos es un adefesio de impunidad y que para mí es el fin político y realista de una oscura noche en la historia de Colombia, surtida de muertes inútiles por todas partes de su geografía.
Según se ha informado por los medios de comunicación ha habido encuentros entre delegados de los victimarios y las víctimas. Y la conclusión a que han llegado los victimarios y que expusieron ante los representantes de las víctimas en La Habana es que el Club era centro de reuniones de funcionarios del Estado, en las que se planificaban las acciones contra la guerrilla. Y hasta se ha afirmado que en el Hotel anexo al Club había un jefe paramilitar, Mancuso, en una de sus habitaciones y que la Ministra de Defensa Marta Lucía Ramírez , pernoctaba en sus instalaciones y que por consiguiente eran objetivo militar, dentro de la confrontación armada. Hasta se ha llegado a insinuar que el Das sabía de la posibilidad de un atentado contra El Nogal y que el Estado en su inoperancia no había proporcionado protección suficiente. Estos son los escuetos hechos que se conocen por distintos conductos y que les han servido a las Farc para tratar de explicar lo inexplicable. Haber tomado la decisión, con premeditación y alevosía de volar con 200 kilos de explosivos una instalación civil, donde estaban varios centenares de personas inocentes ajenas al conflicto para alcanzar un logro terrorista, adolece de la mas mínima justificación.
Las Farc así lo han reconocido por medio de uno de su vocero, Carlos Antonio Lozada, quien expresó a través de distintos medios de comunicación que en efecto, no hay ninguna justificación para haber ordenado el inhumano acto y que cuando comparezcan en instancias como la Comisión de la Verdad y la Sala de Reconocimiento de la Verdad y Responsabilidades de la JEP, las víctimas conoceremos la verdad como «la forma fundamental y primaria de la reparación». «Reconocemos que fue un error grave (?!!) que cometimos, de orden político y militar. Les hemos pedido perdón porque fue fue una equivocación y causamos un dolor innecesario».
Esta manifestación de perdón se hizo ante representantes de las víctimas que se hicieron presentes en La Habana. Y hasta aquí hemos llegado. No han pedido las Farc perdón a la totalidad de las víctimas, a la sociedad violentada y han dicho que asumirán responsabilidades en términos colectivos. Esto es, grosso modo lo que hay, después de quince años del hecho de guerra causado por un grupo subversivo que de igual o peor manera atentó contra la vida de miles de compatriotas de la Colombia ignota y olvidada y que han carecido de la resonancia de los hechos de El Nogal.
En aras de la reconciliación, declaro que el tiempo se ha encargado de menguar y casi que de echar al olvido el resentimiento, la desazón interior y el rencor subsiguientes a la dinamita. Pero que no perdono. Lo del perdón de La Habana, me parece insuficiente. El perdón es un sentimiento individual que anida en el alma de las personas. No me nace. No siento ese hálito, que me permita concederlo, por lo menos hasta las horas de hoy. Ojalá llegue el día del perdón. Sin el, seguirá gravitando en el mundo interior el reclamo y la incomprensión ante la ignominia y la desolación de las muertes inútiles. Y de la guerra.