Ojo con el elogio desbordado.
Por Esteban Jaramillo
«El equipo nacional, con intensidad y seriedad, sin gesticulaciones posudas ni justificaciones inoportunas, cuando los resultados no se dieron».
Recuerdo al “Chocolatín” Becerra, muerto en 2006 a los 27 años, en una pelea que no era suya, en noche infortunada, en lugar inadecuado. Cuestión de baile, licor y vendetta entre bandas al margen de la ley, en las que no militaba.
Estaba en rebeldía con su club, el Al- Jazira de Emiratos Árabes Unidos.
Edson, uno de los mejores jugadores de la época, perdió el camino en su apogeo, por la fama incomprendida.
Por lo anterior, y muchos casos más, a raíz del entusiasta recorrido de la selección juvenil, su emocionante campaña y la clasificación al mundial, ojo con el elogio desmedido que marea a los futbolistas, para no torcer su destino.
Ha jugado, el equipo nacional, con intensidad y seriedad, sin gesticulaciones posudas ni justificaciones inoportunas, cuando los resultados no se dieron.
Con aptitudes para la alta competencia, las que deben madurar, mientras suspiran por ellos ojeadores, empresarios e instituciones.
No pudieron imponer la autoridad para lograr el título, pero dejaron gratas sensaciones, que se reflejaron en el beneplácito general de los aficionados.
Disfrutamos la selección por su despliegue físico, su velocidad y su poder con el balón, pero no podemos desconocer sus confusiones atacantes, la ausencia, en ocasiones, de pausas creativas; la escasa consolidación de una idea colectiva y su irregularidad.
En medio de la admiración que despertaron y los aplausos recogidos, el futuro del futbol colombiano, a nivel de selección, obligado por rendimiento y resultados a una urgente renovación, se ve prometedor.
A vuelo de pájaro, pidiendo pista, encontramos a Luis Sinisterra, Yasser Asprilla y John Durán quienes caminan firmes por Europa. A Gustavo Puerta, Castillo Manyoma, Jhojan Torres, Kevin Mantilla, Oscar Cortés, Fernando Álvarez, Hurtado Cabezas, Johan Torres y Eider Ocampo, de la juvenil.
A Oscar Perea, Jhon Solís, Henry Mosquera, con sus primeras horas de vuelo en Nacional, y Carlos Ordoñez, Juan Manuel Zapata y Jefferson Rodallega de la camada inagotable de Envigado
Se producen en Colombia jugadores con clase y por cantidades. Brotan con naturalidad desde canchas de barrio y de potreros, impulsados por la vocación formativa de algunos clubes que entendieron dónde está el futuro. Pero tanto se malogran porque no habitan la cabeza, extravían el rumbo con facilidad.
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