domingo noviembre 17 de 2024

Para donde va Petro

25 febrero, 2023 Opinión Juan Manuel Ospina

Juan Manuel Ospina

En Gustavo Petro se expresa, se resume el cruce de caminos, el trancón de cambios que vivimos hoy en Colombia. Estamos en un cruce lleno de conflictos e incertidumbres, temores y esperanzas, con un horizonte de claroscuros, de nubes que pasan y claros que se entreabren en el cielo, que se despeja para volverse a cerrar. Petro no provocó la situación, pero cabalga en ella, anunciando proféticamente que algo va a pasar, que tiene que pasar, pero sin definirlo. De alguna manera, con su estilo populista y mesiánico, con sus arrebatos e inconsistencias, contradicciones y vislumbres, pleno de anuncios que no se concretan, pero eso sí, con un afán obsesivo por romper lo que existe, por la simple razón de que viene de atrás, por ser producto de ese viejo mundo que para Petro sencillamente debe desaparecer, sin ninguna claridad de que lo sustituiría.

Para mejorar el panorama, Colombia navega en el caos mundial, creo que de civilización, similar al de la caída del Imperio Romano y las invasiones de «los bárbaros». En el último medio siglo ha vivido, mejor decir padecer cambios que han minado la sociedad que había sobrevivido la violencia y los cambios urbano – industrializadores que desembocaron en el Frente Nacional, que cerró heridas pero dejó una modernización inconclusa que no desembocó en una modernidad plena. Aparece entonces una guerrilla, hija de un escenario de confrontación internacional trasplantado al país. Continua su urbanización con un trasfondo de gran pobreza y abandono rural. Las clases medias especialmente urbanas, pelechan entre las grietas de un mundo tradicional agotado, pero que no desaparece. Colombia se urbaniza, con una demografía y unas clases medias en ascenso y una creciente presencia e influencia de jóvenes y mujeres que irrumpen, principalmente en el dinámico corazón urbano; muchos de ellos son los primeros de sus familias que llegan a la universidad, especialmente a las públicas regionales y a institutos tecnológicos.

La caldera social va cogiendo presión; se da el violento paro urbano de 1977 en el gobierno de López Michelsen; como consecuencia, aparece en el escenario político el tema de una reforma constitucional, al reconocerse que la del 86 estaba superada por las realidades de una sociedad bien distinta a la de entonces; emerge en medio de los conflictos, la necesidad de una nueva constitución para un país en construcción. En 1992 se aprueba la Carta que rompe la visión decimonónica de una Colombia homogénea y centralizada y reivindica nuestro carácter de sociedad y nación pluralista y diversa, con sus territorialidades definidas, más allá de las divisiones administrativas; es el paso de una constitución de deberes a una de derechos, para una población diversa; de un bipartidismo cerrado y excluyente, a una política abierta y multipartidista, con libertad y respeto a las creencias, no confesional.

Como colofón a la tarea de transformación de las instituciones y el espíritu público y de elementos de la cultura ciudadana, generada por una constitución que poco a poco se ha ido integrando a nuestra realidad, están los Acuerdos de La Habana que en mucho son desarrollos del 91. Es el fin negociado de la lucha armada, de la violencia subversiva, precisamente uno de los propósitos de la nueva constitución; son acuerdos que abren un proceso complejo y aún inconcluso de terminación de la lucha armada de unas guerrillas con sus objetivos políticos embolatados en una guerra interminable. Acuerdos que permitieron desatanizar la protesta social al separarla de la guerrilla, facilitando el hasta entonces bloqueado desarrollo democrático del país, al quitarle el san benito de ser subversivo. Regresan al país las movilizaciones y a escucharse voces de protesta.

El lento avance de los planteamientos constitucionales ha hecho que la política salte en mil pedazos, que es lo que estamos viviendo. Urge una nueva política y actores que orienten y organicen el proceso de armar un nuevo país. Ahí es donde entra Petro que tiene una visión radical de que para lograrlo es necesario destruir previamente lo existente, producto de un viejo país al cual le llegó su hora. En su visión, el actual es un momento apocalíptico, el del ángel exterminador del pasado, cuya misión histórica es despejar la cancha para construir el nuevo país. Petro tiene esto claro y por ello no está afanado. La suya es una apuesta de todo o nada. No es el momento de la tibieza. Por su parte, Colombia no tiene claro el propósito de Petro y difícilmente lo podría acompañar; la incertidumbre la devora.

Para Petro, en su encumbramiento profético, podría aplicarse una frase de Churchill que recordé en una columna pasada, «no tengo más para ofrecerles que sangre, sudor y lágrimas…» Quedan dos preguntas ¿Fue eso lo que votaron los colombianos? ¿Y después de la demolición del viejo edificio, qué sigue? La incertidumbre reinante tiene causas reales y a Petro poco parece importarle.

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