domingo noviembre 17 de 2024

Pequeña historia de la ignominia

17 febrero, 2023 Opinión Augusto León Restrepo

Por Augusto León Restrepo

Fueron 36 los muertos en el atentado terrorista del 7 de febrero del 2003 al Club El Nogal de Bogotá y 198 los heridos. En la lista de muertos figuran los nombres de los dos autores materiales del horroroso empeño, Jhon Freddy Arellán Zúñiga y su tío Oswaldo Arellán, quien introdujo, éste último, a los garajes del edificio , el vehículo envenenado con 200 kilos de dinamita, que solo por un milagro no condujeron a su desplome total, que hubiera elevado las víctimas mortales a seiscientos,  número de personas que esa noche se encontraban en las instalaciones del Club, entre los cuales nos contamos mi esposa Sonia Cristina y yo. Así lo he recordado en varias publicaciones, una de ellas que escribí para el diario La Patria de Manizales dos días después del atentado y que algunos de mis lectores recordarán.

A las ocho y cinco minutos de la noche, varios de los invitados a la celebración del cumpleaños de María Helena Reyna de Amaya, en el octavo piso del Club, estábamos tendidos en el piso, lanzados por la implosión causada por el Renault Megán rojo, modelo 2002, activado por los infames terroristas e introducido a los parqueaderos por Oswaldo Arellán, tío del socio y profesor de squash del Nogal, Jhon Freddy Arellán , quintacolumnista de las Farc y avezado dinamitero. Las investigaciones posteriores llevaron a señalar a los hermanos Hermínsul y Fernando  Arellán Barajas como los que acondicionaron el carro bomba, quienes fueron condenados, vencidos en juicio y castigados con severas penas de prisión. Hoy en día se encuentran en libertad, por cuanto se presentaron ante la Jurisdicción Especial para la Paz-JEP- y prometieron colaboración para esclarecer la verdad sobre los hechos, su motivación y sus determinantes. Hasta el día de hoy, la JEP no se ha pronunciado al respecto. Lo del crimen de El Nogal está registrado en el Tribunal como el macro caso número 10, crímenes no amnistiables cometidos por las Farc. Ojalá pueda-podamos- conocer sus resultados en el tiempo que nos queda por vivir.

Quien dió la orden y craneó el ignominioso crimen fue Hernán Darío Vásquez Saldarriaga, «El Paisa»,  jefe de la columna Teófilo Forero de las Farc. Vale la pena que nos detengamos en «El Paisa» un par de renglones, para decir que, si hubo alguien tenebroso en la historia de este país, fue este individuo. Parece que lo mataron en Venezuela en el 2021. Pero puede suceder que, como Mirús, un endiablado delincuente que asoló los pueblos del occidente de Caldas, que desaparecía y aparecía cuando le provocaba, ande por ahí, o como otros de su misma calaña, que sobreviven como que si tuvieran las 7 vidas del gato. A quienes les resulta placentero leer biografías macabras, les recomiendo la de «El Paisa». Al escribir su nombre se me revolvieron los entresijos y aparecieron las náuseas.

La memoria de los colombianos no puede sellarse con una lápida acerada e infranqueable. Hay que recordar a diario los actos que nos han lesionado, dignos de pertenecer al inventario de la ignominia universal. Máxime, si los vivimos de cerca, nos tocaron, nos afectaron, nos causaron tristeza y llanto por las víctimas, así no fueran cercanas ni prójimas. Víctimas inútiles, que siguen creciendo en ciudades y campos. Su sangre clama al cielo, por que su derramamiento ha sido inoficioso. Lo abyecto no puede seguir entronizado como argumento reivindicatorio de injusticias, fundamentalismos o luchas. Lo del Palacio de Justicia del M19, lo del edificio del DAS de Pablo Escobar y su demencial imperio, lo de El Nogal de las Farc, lo de la Escuela de Cadetes del ELN, para solo citar algunos horrores emblemáticos, no puede repetirse.

Ni justificarse bajo ningún pretexto, lo que sería abominable. En el Credo de Las Naciones Unidas, reza: «Los actos de terrorismo siempre serán condenados y censurados, en todas las circunstancias, sean cuales sean las supuestas consideraciones políticas, filosóficas, ideológicas, raciales, étnicas, religiosas o de otra índole que se hagan valer para justificarlos».  Que su eco se oiga en todos los ámbitos para que no repitamos los infames episodios con que nos han afrentado los violentos.

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