miércoles diciembre 18 de 2024

Carta a un amigo no íntimo

24 marzo, 2023 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Hola, querido amigo innominado. No doy tu nombre porque lo que aquí quiero plantear no es un debate personal, sino que destaca la que me parece una tendencia dañina.

Nos cruzamos en años recientes sobre todo por pertenecer al centro político, es decir, por no apoyar las opciones extremistas que fueron surgiendo como hongos en el bosque después de la lluvia. Pues bien, desde agosto del año pasado, una de esas tendencias entró al gobierno y, te concedo, ha sido extremista a veces sí, a veces no, a veces… no se sabe. El mesianismo sí ha sido una constante.

La reformitis por avalancha es inconveniente. El viejo ideal de mejorar lo que no funciona o podría funcionar mejor se pierde cuando se atropellan los proyectos. Ojo, que el más grave de los peligros es no solo no mejorar lo existente –bueno, regular o malo–, sino incluso empeorarlo. De todos los proyectos que hay sobre la mesa, tomemos el de tema laboral. Muchos han señalado que la informalidad en Colombia excede el 60%, pero eso no se debe, como dicen por ahí, a que los empresarios sean malas personas. Alguno maluco habrá, si bien no puede ser la norma. Hay dos razones de gran peso que explican este fenómeno. La primera es que cualquier sueldo formal implica para quien lo paga un sobrecosto de más del 60%, en primas, cesantías, pagos de seguridad social y demás. Me atrevo a apostar que este método de cobrar impuestos por vía de la nómina es raro en el mundo. La segunda razón es que a medida que pasa el tiempo, los costos reales de un contrato a término indefinido suben, al final de manera prohibitiva. Repito aquí que en Dinamarca se aplica una lógica del todo diferente. Allá el Estado se hace cargo de la gran mayoría de los beneficios que aquí de forma subrepticia se cargan al empleador, y ello cobrando a los ganadores unas tasas de impuesto mucho más altas que en Colombia, sobre todo a los individuos. Sin embargo, si las condiciones de cualquier negocio empeoran, el costo de despedir a alguien en Dinamarca es bajo y las condiciones flexibles.

Se atribuye falsamente a Einstein una frase sabia: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes”. El proyecto de la ministra de trabajo ni siquiera hace lo mismo, sino que acentúa el error. ¿Cómo? Por la vía de aumentar el sobrecosto y las rigideces de un contrato a término indefinido, prohibiendo o haciendo casi imposibles las tercerizaciones. De modo, mi querido amigo, que los empresarios, buenos o malos, de seguro van a tomar el riesgo de saltarse muchas normas laborales, creando puestos informales pero reales, así exista el riesgo de que el Ministerio del Trabajo después los sancione. Dirán ellos que cuando las sanciones tienen que caer en teoría sobre el 60% de los empleos del país –que ahora van a ser más–, la sanción para un determinado empleador es poco probable. Porque, ojo, es sencillamente imposible que el ministerio o los jueces laborales tengan cómo intervenir en una cantidad tan grande de contratos. ¿Ergo? El proyecto del gobierno, que desestima soluciones viables como la danesa, no va a arreglar nada.

Piensa en lo siguiente: aunque la cháchara gana elecciones, es inútil para reparar algo a mediano o largo plazo. Por el contrario, al fracasar hace que las soluciones de orientación opuesta agarren fuerza. Candidatos a Bukele abundan en estos países. Mejor no abrirles la puerta por la vía de las buenas intenciones fallidas.

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