miércoles diciembre 18 de 2024

El eslabón turco

15 marzo, 2023 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Las elecciones presidenciales en Turquía, programadas para el 14 de mayo, prometían un “triunfo”, legal o no, de Recep Tayyip Erdogan, pero se atravesaron los terremotos del 4 de febrero y ahora hay dudas sobre lo que va a pasar. O sea, Erdogan la tenía bastante ganada, con todo y los problemas económicos del país que para algunos analistas equivalen a la quiebra, hasta que tembló.

El manejo económico ha sido heterodoxo, por decirlo suave. Un ejemplo claro es el banco central. A diferencia de la gran mayoría en la Unión Europea, el turco no es independiente, pues a lo largo de sus más de veinte años Erdogan lo ha ido llenando de “discípulos”. Ellos se han negado a subir las tasas de interés para controlar la inflación que ha cundido en medio mundo. Muy por el contrario, incluso las bajan. ¿Resultado? Una inflación que ha oscilado entre el 64% y el 85%, o sea que está fuera de control, mientras que la tasa de cambio de la lira turca ha pasado de 5 por dólar en 2019 a 19 hoy, casi la cuarta parte.

Turquía padece la misma infección antidemocrática que predomina en Eurasia Central.

Mucho más enfermos están los vecinos: Siria, el Líbano, Irak, Irán, Afganistán. Como el país todavía pertenece a la OTAN, no puede borrar de un plumazo todos los procesos democráticos. Lo que sí puede hacer es manipularlos en su favor, incluso sabotearlos.

Erdogan ha ido incurriendo en los pecados típicos del dictador en ciernes: nepotismo, estadísticas trucadas, la cancha cada vez más inclinada hacia el lado del gobierno, eliminación de puestos intermedios (nada de primeros ministros), bloqueo efectivo de la televisión de oposición y de los canales digitales, soborno de los electores según alcance la plata, manipulación religiosa, nacionalismo desbocado (por ejemplo, contra los kurdos).

Las prisiones están llenas de políticos de oposición, un signo fatal. Por ejemplo, el filántropo Osman Kavala acaba de ser condenado a cadena perpetua.

Sin embargo, Erdogan es un autócrata muy hábil y parecía camino a una nueva reelección, hasta que tembló. En sus años, las ciudades se llenaron de multifamiliares nuevos, construidos bajo códigos permisivos y defectuosos. Además, en 2018 hubo una amnistía para los constructores que habían violado las normas. Esto hace inevitable que los miles de edificios que colapsaron durante el reciente terremoto sean achacados al gobierno.

En Turquía hay una larga tradición paternalista, de suerte que cuando es el padre quien te traiciona, la cosa se pone color de hormiga.

Turquía es demasiado importante para la OTAN, así que a Erdogan le dejan pasar cada pecado antidemocrático. Tanto lo consienten, que de él depende el ingreso de Suecia y Finlandia a la alianza. En fin, aunque hoy es posible, a muchos todavía nos sorprendería que pierda las elecciones presidenciales. Un dictador es un dictador es un dictador, es decir, alguien que dicta los resultados políticos en su país. El régimen puede intentar posponer las elecciones para después de junio, violando de forma abierta la Constitución. Se sugiere que esto podría ayudarle, pero al menos yo lo dudo. Por si fuera poco, ha habido muchos errores y desatinos de la oposición. Hacerle frente a un autócrata suele ser muy difícil.

Igual, ¿le están los turcos perdiendo el miedo a Erdogan? Parece que sí. En fin, si el autócrata va a perder, lo hará por pasos, no de una buena vez. En los siguientes meses iremos sabiendo lo que va a pasar.

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