Brutos ante la Inteligencia Artificial
Javier Borda Díaz
Hace pocos meses, a una cadena de televisión internacional en la que trabajan varios periodistas colombianos llegó la Inteligencia Artificial (IA) y el aviso, cómo no, fue recibido por algunos con incertidumbre mientras otros tomaron la vía del optimismo.
La inquietud ante esta realidad de la IA se podría decir que es mundial, mientras que el optimismo es más bien excepcional. Animado con la noticia, uno de estos periodistas comentó que le parecía muy bien que la IA llegara a la redacción, porque así podría verse disminuida la carga laboral.
Hace unos días apenas, sin embargo, fueron despedidas decenas de personas de la cadena de televisión. A un costo económico menor para la compañía, por una «optimización corporativa», la IA hará el trabajo de decenas sin tener que pagarle a nadie seguridad social o cesantías y se enfocará, sobre todo, en desarrollar reportes automatizados con información fácilmente comprobable, como la reseña de un partido de fútbol, por ejemplo.
Fue en 1956, en la Universidad de Darmouth (EE. UU.), cuando se acuñó el término “Inteligencia Artificial”, durante un encuentro de expertos en teoría de la información, redes neuronales, computación, abstracción y creatividad. Ahora esta IA se nos ha estrellado en la cara, justo cuando el mundo comprueba todos los días que no somos lo suficientemente desarrollados ni precisamente inteligentes como para garantizar nuestra subsistencia.
Nos llegó un punto en el que nos vimos obligados a confiar más en la inteligencia de una máquina que en nuestro instinto.
Sam Altman, CEO de OpenAI, empresa que desarrolló el famoso ChatGPT, confesó en una reciente entrevista a ABC News que esta capacidad tecnológica remodelará la sociedad y reconoció los riesgos de lanzarla incluso sin conocer los riesgos. «Creo que la gente debería estar feliz de que esto nos asuste un poco», apuntó, y entre muchas otras cosas vaticinó que la IA va a eliminar miles de puestos de trabajo.
Mientras todo esto sucede, en Internet abundan los gurús que afirman que la IA solo eliminará los trabajos de las personas que no sepan desenvolverse en ella. Pero eso es una quimera y será la excepción a la regla. Millones verán su mercado laboral afectado, por más de que la IA sí pueda conllevar nuevas oportunidades de mejora para todos. La brecha digital, de paso, será aún más severa, sobre todo en países subdesarrollados, como el nuestro.
Al margen de buenas profecías o sentimientos agoreros, nunca vimos una ironía tan grande en este planeta: ser tan inteligentes como para crear un desarrollo sin reversa, sin poder confirmar su control, sin asomo de regulación, sin anticiparse a su uso indebido y a sus posibles consecuencias. Todo en un tiempo en el que la humanidad necesita in extremis cuidar el planeta, sufre varias guerras y a la vez siguen aumentando el calentamiento global, la contaminación, la pobreza y la concentración de riqueza.
¿Podrá la IA hacer lo que el ser humano no? En 1996, Deep Blue venció al campeón del mundo de ajedrez Gary Kaspárov. En 2014, la Universidad de Osaka y Toshiba diseñaron un androide capaz de hablar en lenguaje de señas. ¡El avance tecnológico ha sido abrumador! Sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a hablar con robots en chats de servicio al cliente, a consumir contenido personalizado en la Web, a recibir información comercial de acuerdo con los intereses que identificaron —y les dejamos a placer— las grandes empresas tecnológicas, como Google o Facebook, y ya hay agencias de noticias, por decir lo menos, que están probando presentadores televisivos artificiales.
“La velocidad es uno de los dioses más crueles de la época, más vale desconfiar”, escribió el escritor William Ospina. Así, en el futuro que es hoy podemos preguntarle a una máquina qué nos pasó. Y un chat de IA podrá contestarnos que nuestra especie fue muy inteligente para lograr avances sin evitar desastres. ¿Qué tan estúpido puede ser que millones de toneladas de comida vayan a la basura todos los días mientras miles de personas mueren de hambre? Entonces nos llegó un punto en el que nos vimos obligados a confiar más en la inteligencia de una máquina que en nuestro instinto. Porque el Hombre en sí nunca fue capaz de dejar de botar plástico al mar, de parar los exterminios o de cuidar a los niños. Junto a esta información, la máquina bien podría agregar en apenas segundos videos, audios, presentaciones, resúmenes, exposiciones y miles de testimonios que así lo comprobarían, por si acaso tenemos dudas.
JAVIER BORDA@javieraborda