De la comida rápida a la vida rápida
Javier Borda
La escena es patética: sin despegar sus ojos del celular, una pareja hace fila para pedir unas hamburguesas en combo. El cajero despacha a toda velocidad a los clientes tomándoles tan rápido como puede sus pedidos. Poco después, los comensales recogen sus alimentos y se sientan. Ambos están escuchando notas de voz aceleradas; mastican como vacas, sin reparar en lo que comen. En 15 minutos han terminado con su cena, casi sin mirarse y sin conversar.
La comida rápida llegó para no irse jamás de este mundo y posiblemente pase lo mismo con el consumo acelerado de información digital. Ver contenidos a una velocidad aumentada es una tendencia cada vez más común en las nuevas generaciones y es posible que usted, de a poco, caiga en ella.
Es así porque los vicios digitales se han normalizado. Leer tuits sin parar (así se vayan a limitar gracias a las arrebatadas ideas de Elon Musk), escribir todos los días en decenas de chats o grupos de WhatsApp, publicar constantemente fotos o videos en distintas redes sociales y contestar o atender durante horas correos electrónicos es algo ya cotidiano para el trabajo y la comunicación digital.
Para hacer todo eso a la vez está la llamada generación ‘faster’, esa que quiere maximizar el tiempo y consume los contenidos de audio y video a una velocidad de reproducción mayor que la real. En WhatsApp, por ejemplo, es común aumentar la velocidad de las notas de voz, así sea incluso la de un familiar.
Un antídoto que quizás usted anhele: el ‘movimiento slow’, que inició en Italia como el ‘slow food’, en defensa del placer de comer con calma y disfrutar de alimentos buenos y limpios.
Usted debe saber que eso está mal: ¿acaso no tiene la gente de este siglo ni siquiera dos minutos para escuchar la voz de sus hijos o padres? Estos problemas suelen pasar inadvertidos y eso lo aprovechan las plataformas que siguen haciendo todo por mantener nuestro interés y adicción a ellas. En Spotify o YouTube se permite lo mismo: se abre la puerta para que los usuarios puedan acelerar o desacelerar el ritmo de un video, un pódcast o un mensaje de audio.
Estas compañías, cómo no, ven con buenos ojos que este fenómeno conocido como speedwatching se normalice. Según YouTube, en 2022, los usuarios de la plataforma ahorraron más de 900 años de tiempo diario al consumir los videos con una velocidad de reproducción acelerada. Canciones del pasado incluso se han vuelto famosas ahora en sus versiones aceleradas.
Podría decirse que estas opciones permiten controlar mejor el tiempo y personalizar la experiencia de consumo de los contenidos digitales, sin embargo, también es claro que están hechas para que permanezcamos más tiempo en ellas y nos alejemos, por ende, del consumo de información más profunda. La prueba más contundente está en TikTok: entra uno a ver un par de videos y termina enganchado 10-15 minutos viendo decenas de publicaciones de menos de un minuto. “¿Cómo es posible este suceso?”.
Pues bien, este es el fiel reflejo de la sociedad posmoderna, del ritmo de vida frenético que llevamos. Si antes era normal que una mujer fuera solo ama de casa, hoy en día no nos asombra que sea ama de casa, cuide a sus hijos, trabaje formalmente en una empresa y hasta tenga un emprendimiento.
El problema es que tanta velocidad es sinónimo de superficialidad. Es imposible advertir los detalles y reflexionar si todo el tiempo consumimos información desde miles de orillas diferentes y, peor aún, a velocidades aumentadas.
Existe, por fortuna, un antídoto que quizás usted anhele: el ‘movimiento slow’, que inició en Italia como el ‘slow food’, en defensa del placer de comer con calma y disfrutar de alimentos buenos y limpios. Esta corriente promueve vivir con más calma para tener una vida más plena y se puede extender, en línea con nuestros hábitos, al mundo digital. En el cuento de la liebre y la tortuga nos enseñaron que despacio también se llega a la meta. Y es que andar corriendo todo el tiempo es muy agotador.
Javier Borda
En Twitter: @javieraborda