domingo noviembre 17 de 2024

Reportaje a una herida

Rodrigo Zalabata Vega

Abogado y escritor colombiano

Bogotá, agosto, 2023_RAM_Se equivocan quienes califican la entrevista de Vicky Dávila a Nicolás Petro como un mal ejercicio periodístico, así sea cierto. A lo sumo sería test de admisión en cualquier facultad de periodismo que filtre quién no tiene vocación ni corazón para entrar en carrera. De lo contrario, formarían escuelas de sicariato moral, si se trató de sacarle la entraña al personaje en cuestión. Peor aún, la periodista conducía la entrevista y llevaba al entrevistado en la parrilla de su programación a cometer parricidio: asesinar moralmente a su padre.

Aunque en realidad ambos lo llevaban a cabo, solo que ella le manejaba para que Nicolás disparara. Vicky lo tomaba en adopción con la sangre caliente en la cabeza, mal parido por la audiencia judicial en la que la Fiscalía no pudo sostener su propia acusación, mientras ella le husmeaba como sabuesa las pruebas ignotas para que no escapara de la justicia. Ante algún reato moral del hijo renegado al amor de su padre, Vicky desenfundaba otra pregunta sibilina que recargaba sus rencores intestinos y lo aupaba: ¡dispara! ¡dispara!

Se trataba, en verdad, de un tortuoso crimen de poder, un encargo por hacer, a órdenes de los determinadores que complotan en la sombra.

El periodismo, en primer lugar, consiste en hacerle un reportaje a la realidad, tal como se presenta, para procurar la verdad en estado de pureza, porque cualquier intervención que se haga sobre la revelación de los hechos haría sojuzgarla a las veleidades que se da la razón, salvo la consideración humana. Una prueba para descubrir el alma del periodista sería plantarlo en una situación hipotética en que ocurre un accidente, cuya tragedia arroja un herido, el estudiante debe decidir entre prestarle ayuda o reportar la noticia que la recibirá como periodista. En la situación calamitosa del país muchos son los periodistas graduados.

En la entrevista a Nicolás, Vicky encuentra un ser humano que sufrió un accidente familiar y sangra por la herida, mientras ella respira por la herida. Si de por sí no debe entrevistarse a un herido la periodista le hurga la herida. En lugar de prestarle los primeros auxilios le abre la herida, le echa sal y le pregunta metiéndole el micrófono en los más profundo: ¿Te dolió lo que te hizo tu papá? Por el trato que le da podría pensarse que está llenándole sus vacíos afectivos con querencias domésticas, tal como las fieras lamen la herida de su presa mientras la devoran. Hasta aquí podría considerarse el ejercicio de un periodismo visceral, hecho con las tripas de su víctima; pero no para allí, su interés final no es periodístico sino político, causar el magnicidio moral del presidente Petro con el dedo acusador de su hijo, para que no haya dudas de tener su merecido.

El cargo político de su misión corresponde al poder que ella representa, el que le encomienda en tinieblas la muerte política del presidente elegido por virtud de la democracia, aquel olvidado gobierno del pueblo que en cabeza de Gustavo Petro se rescató de 200 años de secuestro institucional.

La democracia nace pensada en la condición contradicha de ser humano, un mono evolucionado en sociedad que entró en razón cuando comprendió ser más sumado cuanto menos reducido al monopolio. Tal como lo expresa el teorema musical de Rafael Campo Miranda: “Uno para todos es la consigna general / no más injusticia”. En Colombia, el ejercicio de la democracia se instituyó en sentido contrario: todos para uno; en tanto los menos suman más derivado si los más suman menos. El resultado, una sociedad fraccionada entre tanta riqueza en forma inequitativa; en suma, los ricos; en lo que resta, los pobres. El aserto con que Jorge Eliecer Gaitán diagnosticaba la herida de nuestra historia: un país político se tituló la fortuna de su nación, testada en la democracia sin pueblo del frente nacional, mientras sus gentes viven en la nada pisando sin suelo su suelo.

El gobierno con que se arrogaban el poder formalizado en instituciones fue lo que perdieron; es decir, su oficina privada oficializada en el Estado, con el que se permitían apropiarse la riqueza de la nación expósita. Así se digan heredar los genes divinos de quienes descubrieron perdido el nuevo mundo, después de transferirse los títulos que se robó la Corona, mas 200 años de guardar en sus bolsillos lo que tendría que pagar por derecho el trabajo de su pueblo, no les fue suficiente, a ellos sumaron los incalculables capitales sangrientos del narcotráfico, los que lavan de toda mancha a través de sus inmaculados apellidos, cuyos blasones esgrimen para defender a sangre y fuego su poder amasado por fortuna.

Por un inusitado fenómeno de insurrección electoral, el pueblo, por primera vez, se dio un golpe de Estado democrático y se puso al frente de su propio gobierno. Siglos después de hacerles sentir y creer que por ser indígenas y negros no eran llamados a ocupar los escaños del olimpo griego; obligados, a decir verdad, si cuidados por el Estado que los representa les habían asesinado a tantos líderes nacidos en sus entrañas populares. Mejor suerte corrió el hoy presidente Gustavo Petro, un líder que, luego de sufrir en carne propia la guerra multiplicada en nuestra historia, comprendió que solo es posible cicatrizar la herida que atraviesa a Colombia, en manos del pueblo, accionando su única arma de la democracia.

El problema para el establecimiento, al perder el control que corre los entretelones del teatro de su poder, representado en el Estado en que se presentan, es que podrá verse la miseria de su riqueza, sepulcros blanqueados por la cocaína. Por ellos, la lucha que libran en estos momentos no es por el capital que la democracia no les discute, sino tener que pagar por sus fortunas mal habidas. Si su forma de mantener la frente en alto es parecer antes que ser. Para ellos, tienen que hacer de la justicia su gran aliado. Y de sus medios de comunicación los subterfugios a través de los cuales pasar sus fechorías sin ser advertidas.

El oculto establecimiento que hizo de la Constitución del 91, consagratoria de un Estado Social de Derecho, una oportunidad de negocios con los derechos de su pueblo. Hoy sus gentes reclaman las reformas que le restituyan lo que quiso para sí como constituyente primario, pero la manipulación mediática les hará ver que la realidad no es lo que sufren a diario; la salud del que muere sin atención en la puerta de un hospital, la falta de educación de quien ni siquiera sabrá lo que le pasa en la vida, el despojo de sus derechos laborales, la pensión que no le ha de llegar en cien años de soledad; sino el escenario virtual en que ellos proyectan las luces providenciales de sus particulares estrellas.

Tan distinto es el país político que construyeron con la nación al margen, en el que la corrupción y la violación de los derechos humanos son su traza inocultable, que la gran cicatriz que atraviesa nuestra historia la representa nuestro Estado.

Por el momento se notan preocupados, han despojado de su suerte a su pueblo. Si no gobiernan su poder no podrán imponer su monopolio y tendrán que pagar por ello. Bien saben que el pueblo reunido en democracia es inexpugnable, tal si levantara la mítica muralla de Troya. Por eso tratan de derribar, desde adentro, aquello, o aquel, en que fija su fortaleza. Nada ni nadie resiste el derrumbamiento moral. Por lo que tratan de configurar al hijo del presidente en el caballo de Troya y así meterlo llevando por dentro a sus enemigos a palacio.

Igual sucedió en Roma, en aquel aciago momento en que Julio César es apuñalado en el senado por cada uno de los políticos que entonces se mostraban sus amigos, al gobernante que por mostrar favor por su pueblo le acusaban de pretender una dictadura. Es así como el establecimiento colombiano asume a Vicky como la apropiada, con carita de yo no fui, para llevar de la mano a Nicolás Petro a asestar al padre la puñalada moral, haciéndolo pasar por Bruto.

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega

E–mail: [email protected]

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