El nacionalismo y la religión juntos, un coctel mortal
Juan Manuel Ospina
En Palestina, en Gaza concretamente, se vive hoy un drama humano indescriptible, con viejas raíces e historia y con las características de una guerra primitiva, sin reglas pero eso sí, con tecnología de punta, lo cual la hace más mortífera, en todo sentido, más destructiva. La capacidad de crueldad de los humanos, como está sucediendo ahora, lo exacerba el fanatismo religioso y el instinto atávico (¿natural?) de los hombres por la tierra, como el elemento que asegura la continuidad de la vida y que es la base material de la identidad y el sentido de comunidad.
La identidad judía es de raíz cultural y religiosa, pues por siglos fue una nación sin territorio, por el cual siempre han sido nostálgicos. Por el contrario, los árabes tenían y tienen territorialidades definidas; en ellos las creencias religiosas, la fe musulmana, a diferencia con el judaísmo, no es consustancial con el mundo árabe – hay países musulmanes no árabes, como Irán -. El judaísmo es el alma y la identidad de Israel; pueblo y religión se confunden.
Son antecedentes de la actual situación, las persecuciones a los judíos a finales del siglo XIX, en los pogroms de la Rusia zarista y de países de Europa Oriental que de siglos atrás contaban con muy importantes comunidades de judíos askenazi, no árabes como los sefardíes que continuaron viviendo en el Medio Oriente. Estas persecuciones, unidas al derrumbe del Imperio Otomano luego de la Primera Guerra Mundial, que abarcaba diferentes pueblos históricos, judíos incluidos, llevaron a que Inglaterra a quien le había correspondido Palestina en el reparto del antiguo Imperio, liderara una campaña afín con la de los sionistas, los nacionalistas judíos, con su demanda por la tierra. En 1917, el primer ministro Balfur plantea la política inglesa al respecto, el establecimiento en Palestina «de un hogar para los judíos», con la condición de no perjudicar «los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías de Palestina». Al tiempo, el reclamo de un estado unitario de judíos y árabes fue planteado en los Acuerdos de Versalles de los aliados, al finalizar la guerra mundial. Churchill, precisará el punto al establecer que el control final del gobierno en Palestina, lo tendrá quien tenga la mayoría poblacional, una de las razones, especialmente antes y después del holocausto de los nazis, para tener una agresiva política israelí de inmigración, a lo que se añadía que, desde entonces, la natalidad palestina es muy superior a la judía, como se nota ahora cuando casi la mitad de las víctimas son niños y menores.
En 1947, la Asamblea de la ONU aprobó la creación del nuevo Estado de Israel y la necesidad de crear el Estado palestino; Jerusalén sería una zona neutra. Inmediatamente, los judíos sionistas en el poder, lanzaron la guerra y desconociendo la resolución de Naciones Unidas, comenzaron el acorralamiento que no ha terminado, a Palestina y sus derechos, reconocidos reiteradamente por el organismo internacional y que en los Acuerdos de Oslo en 1983, dieron un paso fundamental, pues los judíos con Rabín y los palestinos con su gobierno de la Organización de Liberación de Palestina y su presidente Arafat, apoyados por Estados Unidos, firmaron un acuerdo reconociendo, en la línea de lo acordado por la Asamblea de la ONU, la existencia de los dos estados, descartando la alternativa de un estado federal o binacional.
Las negociaciones para su materialización se iniciaron. La reacción extrema y nacionalista – religiosa de los palestinos se materializa en 1988 con la creación de Hamas, un pacto del movimiento de la resistencia islámica, verdadero brazo armado de la venganza del Islam. Derroca a Arafat y asume de hecho la dirección y representación palestina. En Israel, la extrema nacionalista – religiosa entra igualmente en acción. Rabin terminó asesinado y hoy Netanyahu los representa en el poder, con la tarea, diría la obsesión, de borrar a Hamas del mapa de la política y de la vida. La situación es explosiva y la única salida está en retomar la experiencia de lo exitoso en el pasado, adaptada a la gravísima crisis de hoy. Urge que la Asamblea de la ONU intervenga como lo hizo en 1947, para imponer un cese al fuego y que se retome, en su espíritu y procedimientos, el camino abierto en los Acuerdos de Oslo, haciendo los cambios que las nuevas realidades reclaman.
El rancho arde y las perspectivas son, si no se actúa con prontitud y ánimo abierto y no sectario, que el incendio se expanda en el mundo árabe y sigan muriendo, en lo que no es una guerra sino, de lado y lado, una horrible carnicería de inocentes, igualmente, de lado y lado.