Empate en el infierno
Esteban Jaramillo Osorio
Descomunal esfuerzo en un partido intenso, escaso en brillo, con protagonismo individual de James y Vargas, con final inesperado e injusto resultado.
Colombia no encontró las condiciones necesarias para ganar por la impericia en la definición, sus errores defensivos, la debilidad del filtro de marca y la confusión en la pizarra del entrenador, agobiado por el calor, nublo su mente y su libreto.
En el fútbol no se trata de correr. Es saber hacerlo. Es estar en los lugares esperados, en los momentos indicados en la doble función de defensa y ataque, sobre todo al nivel del mar. El juego desde lo físico fue de máxima exigencia.
Contraste en los estilos. Uruguay al repliegue, atento a los errores de Colombia, con réplicas feroces, que movían la defensiva nacional y dejaban en evidencia sus grietas. Los recorridos del visitante, con la pelota, tuvieron como eje a Valverde.
Bielsa apabulló a Lorenzo, un entrenador plano de limitadas variantes, con su versatilidad de módulo, con los cambios funcionales, en encomiable labor estratégica que rebasó a la técnica, escasa por pasajes. Audaz al final con defensa de tres, regaló espacios los que recreó Colombia sin éxitos en el gol, pero encontró el empate.
Muy mal se veía Uruguay en las postrimerías del partido, cuando un error repetido, descompuesta la defensa colombiana, obligó a Camilo una vez más, a jugar un mano a mano aparatoso en el que se llevó la peor parte. Merecía la jugada un VAR, pero el árbitro optó por el juicio riguroso al guardameta colombiano, lo que de manera impensada cambió la historia y modificó el resultado con el penalti.
Colombia pasó en un santiamén de la apoteosis al caos y Uruguay del desfallecimiento a la gloria, por el valor del empate.
Esta vez Camilo con sus atajadas de anticipo, su óptima colocación y James, por la clarividencia de su fútbol, sus ajustados pases, la visión periférica del juego, la influencia en el crecimiento creativo, consciente de su lentitud, la que contrarrestó dándole velocidad a la pelota, fueron los protagonistas en el reparto de figuras.
Ruidosa fue la reconciliación del creativo, empeñado en el retorno a su forma técnica ideal, distante aún de un estado físico óptimo, a pesar del negacionismo de sus críticos a la hora de reconocer su importancia en el juego y en el resultado. Mucho de bronca hay en los juicios.
No hubo fantasías, salvo en los goles colombianos, por la inconsistencia en el juego creativo y la falta de olfato en la ejecución, en la zona de gol.
Imposible encontrar la excelencia en el infierno. Los futbolistas lo dieron todo en un partido sin treguas, con desgaste físico, en una temperatura que se roba las fuerzas para darle cabida al desaliento.
Esporádicas siguen siendo las apariciones de Luis Díaz, con su fútbol relampagueante; encomiable la dinámica de Mateus Uribe, reconfortante por su larga ausencia el regreso de Santi Arias, defensa extremo vinculado a la ofensiva; silencioso y efectivo es el trabajo de Jhon Arias, e indescartable la aportación de Santos Borré en las jugadas previas a los goles.
Colombia es un equipo sin equilibrio, que tiembla cuando lo atacan. Por ello el protagonismo excesivo de Camilo Vargas en la portería.
Salto brusco el martes del nivel del mar a la altura. Lo que no preocupa tanto como la confusión del cuerpo técnico para alinear, sustituir, cerrar los partidos y construir un sólido equipo.