domingo noviembre 17 de 2024

Obsolescencia

07 octubre, 2023 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Las películas que ocurren en la primera mitad del siglo XX tienen un par de particularidades notables. De un lado, casi todos los hombres llevan sombrero —las mujeres también, pero menos— y la mayoría de la gente fuma. Lo del sombrero es notable. Tal vez sin saberlo, los hombres con calvicie incipiente o avanzada se protegían así de cáncer en la piel, aunque esa no parece ser la razón principal para esa moda pues los efectos cancerígenos del sol no eran de veras conocidos. Los sombreros simplemente gustaban mucho. Con el paso de los años, su uso se volvió casi obsoleto, de suerte que aquí y allá quedaron unas pocas sombrererías finas, para eventos y actividades especiales. El resto fue desmantelado y los sombreros fueron a parar al ático.

Hoy se están perfilando nuevas obsolescencias, por ejemplo, la de los relojes de pulsera. ¿Cómo así, señor, entonces van a cerrar Rolex, TAG Heuer, Patek Philippe? Pues si las cosas siguen como van, todas estas marcas están abocadas a una crisis creciente que podría ponerlas fuera de combate. Y no solo a ellas, sino a todos aquellos lugares en los que las grandes marcas de relojes ponen publicidad, por ejemplo, este periódico. Hablando del cual, otra de las actividades económicas que pasan por las duras y las maduras es la de la prensa, en particular la que todavía se imprime en papel. A los jóvenes millennials, para no hablar de la generación Z o de cristal, no les gustan las noticias impresas. Además, quieren la información casi gratis, aunque aquí y allá prosperan páginas web pagadas, nacionales e internacionales, muy selectas.

Son los celulares los que han venido a reemplazar a los relojes y a muchos otros aparatos, no solo para los jóvenes sino para la población en general. Estos adminículos mágicos tienen una obsolescencia rápida. No se reemplazan todos los años, pero sí cada dos, de suerte que a los cinco años o por ahí uno anda con un vejestorio entre el bolsillo, al cual los operadores pronto dejarán de prestar servicio.

La moda sí sigue su rumbo como antes, pese a que produce prendas casi desechables. Por ejemplo, no parecen abundar los trajes y las chaquetas de paño. Muchos prefieren la ropa usada o reciclada. Los jóvenes son muy dados a las compras online y poco van a las tiendas físicas, de suerte que los grandes centros comerciales empiezan a ver despoblados sus pasillos. Las marcas, en cambio, no han perdido nada de su atractivo, a menos que el producto, tipo reloj, sí lo esté perdiendo. Los jóvenes no son propensos a comprar automóviles, toman menos cerveza y más vino; prefieren los apartamentos a las casas; las oficinas tampoco les gustan compradas, sino alquiladas por horas; les basta con tener buen wifi y una silla cómoda. En fin, mucha de esta gente no tendrá hijos o a lo sumo uno por pareja, al tiempo que abundarán las mascotas. La mayoría subirá de peso, de modo que la diabetes les llegará más rápido.

Dinero no les falta a estos jóvenes. Lo que cambia es la presión sobre cómo gastarlo. Según decía atrás, unos mercados se marchitan, otros florecen y no parece haber manera de alterar las tendencias. La economía de mercado es, como lo sabe cualquiera, una actividad de tremenda crueldad implícita. Lo malo de todo ello es si la nueva realidad te pilla en el lugar equivocado. Entonces a tragar saliva y, de repente, a cambiar de mercado, cuando no de oficio. Suerte con ello.

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