Un novelón de primera
Por María Angélica Aparicio
Bogotá, 17 octubre, 2023_RAM_Levanté la cabeza sorprendida. La reflexión que acaban de hacerme sugería que mis personajes de novela fueran menos acartonados y físicamente más atroces, más feos que una bruja de cuento. Sentí un aguijón picándome en la piel. ¿Cómo podía convertir a un ser ficticio en una criatura de lunares estrambóticos y ojos ocultos, rechinantemente negros, bajo unos párpados caídos? El mundo se me vino al piso. Tenía que inventar figuras deformes, cojos o mancos para que mis textos surtieran efecto. Ahora estaba condenada a la tristeza. Mi manía por lo “perfecto” era sagrada.
Resolví prender la televisión. Cambiar los canales lentamente era uno de mis placeres favoritos. Pero esta vez, moví el control tan rápido que reflejaba el estado de confusión y desánimo en que me habían metido. ¿Cómo abandonar a hombres guapos y a mujeres con siluetas espectaculares? ¡Se trataba de mi estilo y no podía modificarlo! Abrumada, seguí pasando los canales a velocidades de bala hasta que, de pronto, me detuvo la imagen de una chica divina. Paré en seco. Ahí estaba la modelo que yo reflejaba en mis libros: preciosa, delgada, de tremendos ojos negros.
La joven se hallaba de pie junto a un puente de cemento. Se movía de frente, con los pies separados, muy lento. A pocos metros se encontraba un muchacho de cabellos negros, calzado con unos zapatos relucientes de blanco. Jugaban con los pies y con los brazos, riéndose a carcajadas. Se acercaban mutuamente, despacio, como dos tortolitos perdidos en el desierto. Tras sentir el beso cariñoso de su compañera de trabajo, el chico sacudió su cuerpo. Se escuchó entonces una música fascinante, interpretada con silbidos cortos y largos; una música instrumental desconocida, pegajosa, que puso mi cuerpo y mis hombros a bailar.
Sinem Ünsal –su nombre verdadero– era la fabulosa actriz que besaba con susto, como a escondidas, a su novio de novela: un médico autista, solitario, que había perdido a su familia. Sinem se encontraba en una calle desolada de Estambul, en su día libre, intentando desparramar sus besos en el rostro del adorado Ali Vefa –su nombre de actor–. Los rostros perfectos que yo utilizaba en mis libros, ¡Dios! estaban en la pantalla, haciendo parte de la televisión. Y fijándome bien, escuchaba que la pareja usaba otras expresiones para comunicarse, predominaban otros diálogos; se reían en escenarios nuevos, impecablemente limpios, muy distintos a los tradicionales.
Ese día era el año 2019 y el mundo vivía conmigo la epidemia del covid 19. Para entonces, la imagen de Sinem con Ali se hallaba en su máximo apogeo, en la cúspide de la fama. La serie causaba en Turquía verdadero furor, verdaderas tormentas, cuando se presentaba un capítulo nuevo. Una parálisis de 55 minutos se apoderaba del país a lo largo y ancho del territorio. Nadie quería perdérsela.
Hoy, vuelvo a encontrarme son Sinem y Ali en la telenovela que ha generado auténtica fiebre en países latinoamericanos como México y Argentina. ¡Qué novelón! Colombia la transmite actualmente, de lunes a domingo, en el canal TNT. Entre semana se repite cuatro veces durante el día. En turco se titula: “Mucize Doktor”. Es una historia original creada por los surcoreanos, en cuyo país asiático generó un altísimo apego visual por el contenido y la calidad de la obra. Los turcos tomaron nota del acierto, y adoptaron el argumento a su estilo, a su elegancia y a su filosofía espiritual y humana.
El éxito de este trabajo audiovisual ha radicado –para desdicha mía– no en los hombres altos con cuerpos de atletas –como el doctor Ferman, ni en las mujeres de ojos envidiablemente verdes –como Beliz Boysal–, que actúan con protagonismo, sino en la trama cuidadosa y a la vez sencilla que manejan los personajes. En el contexto, los actores construyen un movimiento de valores ascendente que hace palpitar al televidente: Aliviar al paciente; convencer al turco irracional; amar con debilidades; agachar la cabeza como símbolo de error; perdonar con humildad; celebrar los triunfos del día con ciega gratitud. Son tantos los ejemplos de vida que el público termina atrapado.
Los 64 episodios filmados en el hospital “Medical Park de Estambul –conocido en la novela como hospital Berhayat– dejaron de transmitirse en Turquía hace dos años. La audiencia, apasionada y consagrada, pidió que la telenovela se extendiera para gozar del tejido de reconstrucción humana que se apreciaba en los capítulos. Pero el mensaje del productor fue contundente: se había cumplido el objetivo: unir a Sinem con Ali, ninguna otra escena se justificaba más. Así llegó el punto final y radical de “Mucize Doktor”.
La excelente actuación de Ali Vefa como residente autista del hospital subió el rating. Padres con hijos autistas se pegaron al televisor, cada noche, fielmente. Querían ver a Ali, al muchacho que corría como avestruz por los pasillos del centro hospitalario; al joven de espalda inclinada, de ojos y dedos en constante movimiento, que deseaba ser cirujano por encima de los desafíos. Fue su mente brillante y su inocencia emocional de niño, las condiciones que le permitieron triunfar como médico.
La dulce y sensual Sinem Ünsal –llamada en la novela Nazli Gülengü–se enamoró, en secreto, de Ali. Se cautivó con la capacidad cognitiva del joven para leer y analizar, y de sus salidas geniales para salvar la vida de centenares de turcos –entre ricos y pobres–, que acudían al hospital en busca de atención. Su dicha se amplió mucho más cuando descubrió que Ali Vefa había anclado sus oscuros y llamativos ojos sobre ella. Desde entonces, la suntuosa modelo luchó por este joven sensible, educado, de limpios sentimientos, hasta el minuto cero del último capítulo.