miércoles diciembre 18 de 2024

Cuando la revolución tecnológica se volvió contra la vida

17 diciembre, 2023 Opinión Juan Manuel Ospina

Juan Manuel Ospina

Atrás quedaron los años de la euforia de una Modernidad, que de la mano con la cascada de desarrollos tecnológicos que por entonces se inició, ofrecía o mejor soñaba, con una era donde la pobreza sería finalmente vencida y las fronteras nacionales desaparecerían, para abrirle el camino a una sociedad y a una economía universal, regida por mercados igualmente universales, globalizados. Habría prosperidad para todos y la integración de las economías permitiría que, una de las grandes causas históricas de las guerras y de la violencia, la de los intereses económicos nacionales confrontados, simplemente perdería su justificación. Optimismo ingenuo reforzado con la idea de que, desaparecidos o debilitados los estados nacionales, se impondría una suerte de ciudadanía mundial, consecuencia de la desaparición de los intereses nacionales, subsumidos en una globalización, donde los conflictos entre naciones, poco a poco serían absorbidos o por lo menos sensiblemente disminuidos, por la agenda mundial que se establecería.

Esa utopía de paz, justicia y convivencia, vigente hasta ayer no más, hoy podemos decir que voló en añicos, por cuenta de la fuerza que se impuso, visible y dominante, la del egoísmo ilimitado, porque el egoísmo siempre ha existido, de los individuos y las clases; de las regiones y de las naciones. El sueño, la utopía de las décadas anteriores, simbolizado por las Naciones Unidas, se desvaneció y la organización internacional terminó reducida a un insulso club de debates; la realidad le sacó la lengua y la dejó de lado.

La tecnología, el avance de la ciencia y el conocimiento, motor principal de lo logrado en esos años como impulsor del desarrollo material de la humanidad y de la sociedad, independientemente de su sistema o ideario político, alimentó su afán inmediatista y materialista por tener más bienes y riquezas, sacrificando la posibilidad de avanzar como humanidad, plenamente integrada con la vida y con la naturaleza. Ya desde entonces, se escucharon las primeras voces, reclamando la defensa de esa naturaleza, sometida a los abusos que le imponía un desarrollo sin normas ni límites; y esto de la Unión Soviética a los Estados Unidos, de la Europa Occidental capitalista, a la oriental socialista. Coronando la empresa, se localizaba la extracción de la riqueza, principalmente natural, de las viejas colonia, convertidas en un tercer mundo difuso, para alimentar el frenesí universal.

Esos desarrollos tecnológicos continuados y crecientemente acelerados, concentradores de riqueza y de la capacidad de crearla, no solo generaron una nueva revolución industrial, sino que sofisticaron la guerra, esa vieja costumbre humana, a unos niveles delirantes, con la producción de instrumentos y tecnologías eficientísimas para matar, reduciendo simultáneamente los riesgos para quien mata.

Y el resultado, es el pandemonio que hoy vivimos, donde la crisis de una globalización sin regulación, ha hecho resurgir sentimientos del viejo nacionalismo, del cual la guerra se ha alimentado desde siempre. Una guerra en Ucrania y en el medio oriente judío – palestino, con armas de última tecnología, que matan indiscriminadamente población civil, menores y mujeres incluidos, adquiriendo las características de un genocidio. Y esto, en medio de una crisis climática, ante la cual la tecnología ha sido menos eficiente que respecto a las técnicas e instrumentos para asesinar al prójimo. Estamos matando la vida, embarcados en una carrera ciega de suministrarle a la producción, la energía que demanda, insaciablemente. Mucho discurso y golpes de pecho, pero poca decisión para avanzar rápidamente en unas reglas de juego que ordenen el escenario de catástrofe que enfrentamos. Las energías alternativas, «limpias», no toman el escenario mientras que el consumo energético no cede y los intereses económicos ligados a los combustibles fósiles están más cínicos y poderosos que nunca. La reunión en el Marco de la Cumbre Climática, La COP28 en Dubái, fue la prueba dramática de que mientras unos hacen declaraciones y discursos patéticos reclamando un cambio fundamental, los otros, los cacaos del régimen energético mundial se dan la mano y siguen para delante con sus negocios. Y el planeta Tierra calentándose y la vida achicharrándose.

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