James: amores y rechazos
Esteban Jaramillo Osorio
El balón para él, como para muchos, fue la vía de escape a la pobreza. El instrumento para realizar sus sueños. Pero, con el paso de los años, el aplauso no le importó, desaparecieron las ganas de jugar, el apetito de triunfos y la voracidad del campeón.
La burguesía de su vida limitó sus ambiciones. La fama, las mujeres, la noche y la poca vocación al entrenar, derrotaron la pasión por competir.
Ganar o perder le dio igual.
Sus grandes faenas cambiaron de lugar. De los estadios llenos, donde acarició la gloria por sus indiscutibles aptitudes, que fueron deleite y disfrute de los hinchas y los periodistas, saltó a otros escenarios, llenos de conflictos, por su inestabilidad.
Sus llegadas y partidas de grandes clubes y su vida ventilada entre manipulaciones, con opulencia y toques de arrogancia, lo convirtieron en apetitoso menú para la prensa amarillista, que encuentra escándalos en pequeñeces, o los inventa.
El James bullicioso, siempre en primer plano de la información, porque su imagen y su nombre, dan tráfico, dan viralidad, el eje de las mediciones de la sintonía hoy.
Se le trata con excesiva ordinariez, olvidando lo que fue. Sin respeto a su vida personal. A sus decisiones, a su deseo de jugar o no, que solo a él compete.
Igual que a otros futbolistas que tomaron el camino insensato de la irresponsabilidad, entre borracheras y quiebras financieras, lo que a James no le ocurrió.
No es lo que gana, sus rizos a la moda, sus bellas compañías, lo que lo hace diferente. Es su clase al jugar, que ya no quiere demostrar.
James, el hombre que amó al fútbol. El goleador exquisito, figura mundial que tocó el techo hace diez años, por su genialidad. Protagonista de una novela rosa, que puso el mundo a sus pies, por sus prodigios con el balón.
Convertido en plato preferido de las críticas, distante de los estadios, de los instrumentos que le dieron fama y vida, que lo llevaron a volar, hasta encontrar sus sueños, a triunfar.