domingo noviembre 17 de 2024

Utopía versus realidad

10 febrero, 2024 Opinión Andrés Hoyos

 Andrés Hoyos

Las dos damas del título a las que me he referido con frecuencia en estas columnas tienen desde hace siglos una relación tormentosa.

Sirven muchos ejemplos, pero tomemos uno reciente. A fines de 2023 el mundo noticioso se agitó por cuenta del descubrimiento de un gran depósito de hidrógeno blanco (geológico) en la región de Lorena en Francia. Por si acaso, ya se sabía de un pozo pequeño en Mali que llevaba dos décadas produciendo electricidad a partir de este gas, aunque por ocurrir en los extramuros africanos el hecho pertenecía al ala utópica. Tuvieron que llegar unos investigadores franceses que buscaban gas metano y hallaron el gigantesco pozo mencionado para volverlo más real.

¿El hidrógeno blanco se cobija hoy bajo cuál de las dos damas? La verdad es que se lo pelean. Pese a los hechos reales que han surgido, no deja de darse una lectura del uso posible de este gas bajo el manto de la dama utopía. Se dice que sí, que se descubrió esto o aquello, pero que el efecto que eso tendrá en el futuro será mínimo. ¿Por qué mínimo? Dizque por realismo, o sea porque faltan datos comprobados de yacimientos explotables, como por lo general faltan cuando se busca gas o petróleo. De ahí que sea necesario esperar cinco años, quizá diez, para evaluar el asunto. ¿Qué sucede? Sucede que los seres humanos tenemos vidas finitas y por ello mismo queremos ver resultados en tiempos que deben ser razonables: diez años, quince máximo. Más de eso, estamos ante una utopía.

En los libros y las películas solían abundar las utopías, si bien pronto cedieron el lugar a las distopias, o sea los mundos que no funcionan, donde se mata gente a diestra y siniestra, donde se presentan sociedades futuras en las que los recursos naturales se habrán agotado, donde la reproducción es imposible, triunfan las dictaduras y se impone la inteligencia artificial, es decir, sociedades en las que a nadie le gustaría vivir.

Las utopías descarriladas han afectado negativamente su prestigio, sobre todo porque se pretendía A pero se llegó muchas veces a otra letra, si no a lo contrario de A. El leninismo, tan enemigo de cualquier forma de socialdemocracia, fue un desastre. Por si acaso, la socialdemocracia se impuso como un antídoto a la utopía leninista. Y en la época de los hippies abundaban las utopías colectivas, las parejas abiertas que terminaban en pedazos y a veces con alguno de los miembros en una casa de reposo.

Eso sí, las utopías generan optimismo. “¿Sabe cuál es mi enfermedad? La utopía. ¿Sabe cuál es la suya? La rutina. La utopía es el porvenir que se esfuerza en nacer. La rutina es el pasado que se obstina en seguir”, decía Víctor Hugo, a lo que Claudio Magris agregaba: “Utopía significa no rendirse a las cosas tal como son y luchar por las cosas tal como debieran ser”.

Sin embargo, la utopía no mejora el presente, lo mejoran los descubrimientos y novedades virtuosas que surgen. La utopía no mueve estos avances, es la investigación ardua y crítica. Igual, las utopías todavía tienen un gran prestigio, pese a las gehenas a las que han conducido. El aplomo o la lectura crítica de las posibilidades no son bien vistas por los utópicos, quienes suelen creer en los cambios revolucionarios, es decir, catastróficos casi por definición.

En fin, no está mal pensar en cómo será mejor la sociedad del futuro; lo que está mal es pensarla sin contradicciones ni problemas reales.

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