El hiperindividualismo que mató el interés general
Juan Manuel Ospina
Desde las cavernas, la vida en comunidad y la individual, se han debatido entre la necesidad de agruparse para sobrevivir y progresar y el afán individual de ser libre, de no tener ataduras ni responsabilidades. Esta tensión vital no es solo propia de la vida humana, sino de la vida animal en general; desde siempre ha sido un elemento fundamental del pensamiento religioso, envuelto en un halo de respeto por el otro, de «amor al prójimo», de reconocer nuestro origen común, la fraternidad humana. Pero al lado de estas «buenas intenciones» permanecen los impulsos al egoísmo, al yo primero y luego los demás.
En cada época de la historia humana se ha dado este forcejeo, con sus propias características, según los tiempos. Se dio en los países exsocialistas, en medio de un discurso copado por el interés general, circunscrito a los propósitos colectivos y subyugando, cuando no simplemente ahogando, toda consideración del individuo, del ámbito de la individualidad. Quien controlara un poder que era cerrado y absoluto, lo controlaba todo. La nueva clase, monopolizadora del poder y los privilegios, que defendía sus privilegios a sangre y fuego, empaquetado en el discurso «del camino al socialismo», a la sociedad utópica donde las clases desaparecerían; pero no desaparecieron, fueron sustituidas por esa nueva clase y terminaron sumidas en la corrupción y en el sistemático abuso de un poder acaparado, donde la vieja Unión Soviética es el mejor ejemplo.
A la par, en el creciente espacio de una economía capitalista, finalmente mundializada en grados diversos, se fue imponiendo el monopolio de las fuerzas del mercado, frente a un estado cada vez más debilitado por la fuerte crisis que vivía su anterior etapa, la del estado interventor nacida luego de la crisis de los treinta y de su criatura, la Segunda Guerra Mundial. Esa crisis le abrió el camino a la nueva etapa de la globalización de la economía, el neoliberalismo, nacido del paso del capitalismo mundial de su fase de capitalismo industrial, productivo, al de capitalismo financiero, fuertemente especulativo.
Neoliberalismo, que mejor debía conocerse como hiperindividualismo, donde reina una visión anarco -libertaria de la prevalencia de lo individual sobre lo colectivo, el reverso del viejo sueño del socialismo, donde lo colectivo sumergía lo individual, hasta ahogarlo. La víctima en este caso es el interés colectivo, el bien común aristotélico, el interés general sacrificado en aras de un hiperindividualismo donde prevalecen los intereses particulares, sean personales o de grupo, bajo las banderas identitarias de género u opción sexual, étnicas o etáreas, que desplazan en vez de complementar lo que nos es común como humanos, como miembros de una comunidad, de una nación. Somos náufragos en un cosmopolitismo donde solo reinan mi persona y mis intereses y afinidades. Lo demás, simplemente no existe. Vivimos un nuevo tipo de feudalismo, el de las identidades de grupo, olvidando que todos hacemos parte de un grupo mayor que encarna objetivos de interés general como la paz y la convivencia y que encara amenazas generales, como el cambio climático y los incontenibles avances tecnológicos, que amenazan nuestro ser como personas autónomas, pero no aisladas.