domingo noviembre 17 de 2024

Una Constituyente para salvar al ahogado

24 marzo, 2024 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

La elección hace casi dos años del primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia no ha conducido a la implantación de nuevas y virtuosas instituciones progresistas o socialdemócratas, sino al caos de la improvisación perpetua. Y ahora, lo que faltaba: Petro quiere echar a la basura la Constitución de 1991, tan exitosa en estos 33 años de trayectoria, tan llena de pesos y contrapesos, como que sirvió para que él saliera elegido en 2022. Dicho de otro modo, la semana pasada se pospuso la oportunidad de dar un viraje hacia la socialdemocracia, vaya uno a saber por cuánto tiempo. En el proceso, los grupos armados podrían hacer su agosto, como el que ya están haciendo el clan de Euclides Torres y otros colectivos corruptos.

A ver, los requisitos para convocar a una Constituyente son obtener la mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso y, tras la revisión de la ley de convocatoria por la Corte Constitucional, que la mayoría en favor del “sí” constituya al menos la tercera parte del censo electoral, o sea 13+ millones de votantes. Hacerle atajos a esta normativa sería una clara forma de golpe de Estado.

De acuerdo, estimados lectores, todo eso luce hoy en extremo improbable. Ah, y por si las dificultades descritas fueran pocas, lo más probable es que la mayoría de los delegados para la eventual Constituyente resultare cualquier cosa menos petrista. Habría, por supuesto, una reacción contraria, con toda seguridad muy fuerte. O sea, usted viene con un camión, va a embestir la casa que construí en 1991 y ¿yo me quedo quieto? Ni hablar. En caso de que el proceso siga, tendremos dos años de conflicto constante.

Bueno, pero digamos que se ratifica la intención del presidente, en cuyo caso se vislumbran varios desenlaces posibles. El primero, y de lejos el más probable, es que el Congreso –una de las cámaras o las dos– no apruebe la ley de convocar a una votación para dar curso a la dichosa asamblea. Ahí muere el asunto, aunque Petro estará en su derecho de dar sus patadas de ahogado.

La segunda opción, mucho más remota, es que sí se apruebe la convocatoria y entonces se fije una fecha para la votación en favor de los posibles delegados. Ahí, una vez más, lo probable es que no voten los más de trece millones de personas que se necesitan, lo que otra vez mata el asunto. Pero digamos que el proceso no muere –remotísima posibilidad– y es convocada la Constituyente. ¿Quién dijo que en tal caso la mayoría de los delegados serían petristas? O sea que por esa vía también se le pueden defenestrar los planes al presidente.

En fin, si los colombianos resultamos tan rematadamente idiotas como para permitirle a Petro salirse con todas las suyas, nos mereceríamos el catastrófico resultado. Queda dicho que no creo que algo así suceda. Ni por un momento. Basta con mirar, digamos, la experiencia chilena para ver por dónde se pueden hundir esas chalupas de la loca ilusión.

Lo mejor, sospecho, es echar a andar proyectos políticos nuevos, candidatos novedosos, y discutir sobre el futuro sin la camisa de fuerza de una ideología asfixiante. Pasado mañana Petro será expresidente, un expresidente probablemente muy alharaquiento, dueño de su verdad, como ya los hemos tenido antes. Asunto de oír llover. Que diga entonces lo que quiera. Las palabras no tumban aviones.

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