Beatriz Zuluaga. En su memoria
Augusto León Restrepo
Beatriz Zuluaga falleció el 19 de marzo del presente año. De La Patria de Manizales me llamaron para que dijera unas palabras sobre su deceso y del corazón me salió la frase de que Beatriz había sido mi hermana mayor. Los amigos son los hermanos que uno se encuentra a través del itinerario de la vida, según se ha consignado. Las comuniones estéticas, los sueños y alegrías compartidos, las esperanzas y los dolores, son los hilos conductores hacia la amistad. Beatriz Zuluaga fue mi amiga. Mi amiga-hermana.
Cuando inicié mis balbuceos en el periodismo y en la expresión poética, en días ya lejanos, supe de la existencia de Beatriz Zuluaga. Aparecían sus páginas firmadas en el diario manizaleño y se le veía en actos sociales y culturales, al lado de los intelectuales, escritores y columnistas como la única mujer sobresaliente. Yo andaba con mi primo William Ramírez Tobón en los inicios de nuestros estudios académicos de La U. de Caldas -William en Filosofía y yo en Derecho- y publicamos un único número de «Éxodo», periódico contestatario que llegó a manos de Beatriz. Celebró su aparición en su columna, la buscamos para saludarla y agradecerle y ahí comenzó nuestra estrecha afección, nuestra afinidad espiritual, que perduró hasta su último suspiro.
Un día antes de expirar, Omar Morales Benítez, su devoto esposo, y Carmen Esther Villegas, su solícita hija, en gesto invaluable y cordial, cordial viene de corazón, nos permitieron a Sonia Cristina, mi esposa, y a mí, que fuéramos a despedirnos de Beatriz, quien se encontraba exánime en su lecho hospitalario. Yo cogí una de sus manos entre las mías, acaricié su frente y deposité sobre ella un beso agradecido por todo el entrañable afecto, comprensión y complicidad de que me hizo depositario. Abandonamos su habitación, nos abrazamos con Omar y Carmen Esther y veinticuatro horas después le llegó la muerte a Beatriz. Desde entonces me acompaña una infinita tristura. Los recuerdos se compactan y las palabras se rebelan para expresar los sentimientos.
La tristura es sinónimo de la tristeza. Pero para mi, es más lacerante, más profunda, más amarga. Y produce esterilidad, impotencia. Los sustantivos y los adjetivos se resisten a acudir a quien escribe. Además, es rencorosa. He ahí la dificultad para encontrar el tono, el sentido que expresan las palabras. Mi tristura me ha impedido aproximarme a la ausencia definitiva de Beatriz. Y a comunicarme con Omar, porque no sé aún que decirle para tratar de paliar su inmensa orfandad e infinita desolación.
Pero tal circunstancia no me ha causado remordimiento. En vida de Beatriz, ya había tenido ocasión de decirle cuanto la quisimos. En carta que le dirigí, fechada el 22 de enero del 2022, con ocasión de su cumpleaños, había escrito que su vida había pasado ante nuestros ojos, como una obra de reiterados alumbramientos. Lo expresamos con exultación, con alegría, sin pensar que algún día lo tuviéramos que repetir con una profunda tristura. Delante de sus amigos de todas las horas, al levantar la copa para brindar por su vida, expresé que ésta había aparecido como un filme eterno, inacabable, tal habían sido las tardes y las noches de compañía que habíamos agotado en tantos y tantos años de cofradía , de conversaciones, de poesía, de risas y de angustias existenciales.
Que se nos hizo presente la imagen de la mujer poeta, de la mujer periodista, de la mujer reivindicadora y disruptiva, a la que la vida le tendió un tapete en extenso inagotable de luces, de penumbras, de inmensos regocijos, que bien pudieran concretarse en el confieso que he vivido, de reminiscencias nerudianas. Y todo, con la sinfonía de lo poético, en lo que Beatriz fue tan afortunada. Su inspiración fue autobiográfica. En sus versos delineó el amor, el erotismo, la pasión, la militancia en las causas de los desposeídos, la amistad, lo fraterno, lo filial y también el grito y la desolación. Su inspiración la escorzó Omar Morales, el camarada siamés de su alma: «Tu poesía es un caleidoscopio/en el que tu palabra/ es un salmo a la vida/ que un dios dejó en tus manos.»
Ante su féretro, palabras similares y aún más enaltecedoras, fueron pronunciadas en la capilla del Gimnasio Moderno de Bogotá, donde fuimos en actitud contrita cientos de amigos. Y sus deudos. La tristura, mi tristura, contagió e invadió el ámbito fúnebre que creció cuando sus biznietos Maloun y Juan Antonio despidieron a Tita y su nieto Juan Sebastián y el escritor Jaime Echeverri exaltaron el tránsito de Beatriz Zuluaga por su trascendente vía terrenal. Las canciones litúrgicas del rito cristiano y las evocadoras de su sensibilidad romántica, interpretadas por Alcira Vargas, su musical y sensible amiga, y por Laura Quintero, inspirada cantante, esposa de un su nieto, fueron el marco nostálgico para que la tristura infinita de Omar Morales se acrecentara y se aguaran los ojos de los presentes de manera incontenible.
Mi tristura por la muerte de Beatriz, se hace de nuevo ostensible. Un abrazo condolido para Omar, Carmen Esther y Carlos Eduardo, extensivo a sus nietos, biznietos, sobrinos. Y hasta pronto, mi amiga-hermana, Beatriz Zuluaga. Cae sobre el teclado una lágrima. Y otras, muchas más, en mi alma.