domingo noviembre 17 de 2024

“La supervivencia de la naturaleza está unida a la supervivencia de los libros”: Irene Vallejo en la FILBo

19 abril, 2024 Bogotá, FILBO, Libros

Intervención de Irene Vallejo Inauguración FILBo2024 

Bogotá, 18 abril 2024_RAM_ “El libro es ser vivo, engendrado, parido se desarrolla”, dijo la escritora Irene Vallejo en sus palabras inaugurales, de la FILBo2024, citando las palabras del autor afrocolombiano Arnoldo Palacios, cuando se celebra el centenario de su nacimiento. Vallejo se enfocó, en su discurso, en el nacimiento de la escritura, del alfabeto mismo, cuando una P no representaba la letra sino la lengua humana para empezar a nombrar la realidad.

«Los humanos primitivos eran capaces de descifrar símbolos en la realidad que veían y vivían: distinguir a los animales en el horizonte lejano, reconocer a un pájaro que resbala en los toboganes del viento.

“Las letras nacieron como dibujos”, dijo Vallejo. Dibujos de camellos, monos u olas marinas que se convirtieron en la materia prima de las letras. “Como dicen los neurólogos, tras este invento, ya nunca fuimos los mismos”. La lectura modificó nuestra capacidad para pensar. Y la naturaleza, sus distintas formas o materiales, nos permitió nombrar la realidad.

Intervención de Irene Vallejo Inauguración FILBo2024

Cuenta una antigua leyenda que una mujer joven inventó la pintura para aferrar sus recuerdos, para poseer la huella de un instante pasajero. Ella de cuyo nombre el escritor romano Plinio el viejo no quiso o supo acordarse, era la hija de un alfarero; estaba enamorada de un hombre que pronto partiría de viaje.

En aquel tiempo era tan peligroso aventurarse por los caminos polvorientos entre los bosques donde acechaban los bandidos, que nadie decía adiós sin un nudo en la garganta.

Durante la última noche juntos, a la luz de una vela, la chica dibujó la sombra de su amante en la pared de la habitación; ese primer trazo fue una rebelión frente al olvido y a la ausencia. Así empezó el arte, la inminencia de una separación, la primera punzada de la nostalgia, un contorno en un muro; el amor en rebeldía contra lo efímero.

La escritura también nació como dibujo y como promesa de salvarlo fugaz; durante la mayor parte de nuestra historia las palabras escapaban de los labios y no existían nada capaz de retener aquellos sonidos breves y fugaces. Apenas una vibración de aire, nuestros relatos son al brotar de la boca tan solo un pálpito de brisa, un soplo semántico, una trenza etérea de sueños, deseados con anhelo.

Emma Reyes contó en su “Memoria por correspondencia” que en medio de las inclemencias de su infancia, intercambiaba su exigua comida por historias. “La felicidad de escuchar merecía todos los sacrificios”, escribió.

En “Manos” habla de la dicha de los dichos, conservar los regalos de la refulgente y efímera oralidad fue una difícil tarea, como sujetar el viento, como acariciar la piel del agua, como tatuar el humo.

Nuestros antepasados tuvieron la asombrosa idea de dibujar sus pensamientos, igual que aquella primera pintora, atrapó el contorno de su amante y así conservó su recuerdo.

Las letras nacieron como dibujos, en los textos por los que paseas la mirada, desfilan ante ti camellos, monos, ovillos de hilo, manos, látigos, olas marinas, peces, ojos que no pestañean.

Esta uve alberga un anzuelo, la eme el ondular del mar y la ene una serpiente, la pe una boca. Aprender a atrapar las sombras fugaces de las palabras, ha sido una tenaz aventura del ser humano; no hemos nacido lectores, hemos llegado a hacerlo.

Pero quizás lo más sorprendente es que culturas diversas, sin contacto entre sí, fueran capaces de crear sistemas de escritura en lugares y continentes alejados, en distintas épocas y en cada una de esas primeras veces, los creadores de alfabetos tuvieron que enseñarse a leer a sí mismos y a sus cerebros; fueron al mismo tiempo maestros y discípulos, además como confirman los neurólogos tras este invento, ya nunca fuimos los mismos.

La lectura modificó nuestra capacidad para pensar, que a su vez transformó para siempre la evolución intelectual de nuestra especie y cimentó un extraordinario y vertiginoso progreso histórico. Escribir se convirtió en una suerte de asidero, de certeza, nuestro dique frente a la destrucción, la calumnia o la amnesia. Como escribió Gabriel García Márquez vivimos en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras.

La escritura nombra, atrapa, perpetúa el fluir huidizo de nuestras sensaciones y hallazgos, nos ancla en una bahía tranquila, rodeada por el caos. Cuando un anciano Aureliano empieza a asomarse a los abismos de la vejez y a las infinitas posibilidades de la desmemoria, comprende que la realidad habría de fugarse sin remedio, cuando olvidaran los valores de la letra escrita.

Aprender a leer nos parece un suceso rutinario, porque ocurre cada mañana en las escuelas, pero ser capaces de traducir trazos pictóricos y descifrarlos como palabras, es un logro de una trascendencia milenaria, es una hazaña titánica.

El cerebro humano no estaba preparado para esta extraña y sutilísima tarea; la plasticidad de nuestras estructuras mentales nos permitió inventarnos, recrearnos, ser otras personas. Estamos preparados genéticamente para las transformaciones más audaces.

Esta herramienta prodigiosa de la lectura, nació tras milenios de vida cazadora y recolectora, procede del corazón mismo de la naturaleza, de los altos cielos y de los senderos de la selva.

Los humanos primitivos eran capaces de descifrar símbolos en la realidad que veían y vivían, distinguir los animales en el horizonte lejano, reconocer a un pájaro que resbala en los toboganes del viento, interpretar las señales del paisaje e identificar las huellas de otros seres vivos en la tierra.  La naturaleza y el origen de las historias se trenzan, se anudan, se buscan.

Nuestros antepasados transformaron en herramientas de orientación la salida y la puesta del sol, los eclipses, las fases lunares y la posición de las estrellas. Los astros servían de guía a los navegantes y mercaderes en sus travesías por el mar o el desierto, imaginando figuras con las que unían los grupos de estrellas y creando leyendas e historias sobre aquello que representaban; lograron trazar sus rutas, y así nacieron las constelaciones, como una brújula de luz en medio de la oscuridad, como una brújula de historias, relatos creados para leer el cielo, miradas adiestradas en cuentos y estrellas para un día aprender a escribir.

Como semilla y estrella describió el escritor chocoano Arnoldo Palacio Palacios nacido hace 100 años, la íntima esencia de la escritura. El libro, es ser vivo, engendrado, parido se desarrolla, canta, amamanta la inteligencia, sufre y se aterra, reflorece la alegría milenaria bordada de semillas; cuanto más se nutre, más ingiere energía, lo que lo convierte en estrella negra, la que no se extingue sino que es eterna. Persiguiendo la casa o los frutos aprendimos a orientarnos en un territorio prestando atención a los hitos del camino el Atlas Celeste que dibuja el sol, la luna y las estrellas, a la dirección en la que fluye el agua, a mil signos que convierten la naturaleza salvaje en un texto legible, para quienes conocen su lenguaje.

De alguna manera ya leíamos antes de leer, las palabras inteligencia e intelecto contienen la raíz de lector, porque ser inteligente consiste en leer entre líneas la realidad y leer rostros, como libros abiertos. También ahí nace la palabra “elector” leer más para mejor elegir, por eso cultivar la lectura significa cuidar nuestras sociedades y nuestras democracias.

Este año celebramos el centenario de “La Vorágine” de José Eustasio Rivera que termina la novela con el rastro de dos amantes que se pierden la selva, ese exuberante jardín de las delicias sin paraíso.

El libro concluye como empezó la historia de la lectura, caminando por los senderos del tiempo y las fronteras del alba. El cielo, la tierra y la naturaleza como nuestras primeras páginas. Tal vez por eso hemos trazado esas diminutas huellas de nuestra memoria sobre la naturaleza, libros de arcilla, de metal, de piedra, de papiro, de piel animal, de árboles, de luz.

Hoy las páginas de nuestros libros se abren como paisajes nevados, que nos invitan a seguir líneas paralelas, de pequeñas huellas agrupadas en azarosos intervalos. Gracias a esas pisadas negras, que son las letras, podemos seguir el rastro de pensamientos y sueños de aquellos que escriben. Viajamos tras sus pasos, la proeza se repite día a día ante nuestros ojos, ante la mirada de cada niño que descubre el secreto de este hechizo ancestral y renacerá estos días aquí en esta Feria de La Capital de la Palabra, ante cada lector que asome su rostro a un libro.

No olvidemos que este descubrimiento es fruto de asombrosos hallazgos, siglos de búsquedas, una aventura a través de senderos desconocidos que nos atrevimos a explorar. El futuro es un caminante audaz, en esas mismas rutas.

Aprendices todos y cada una, de la muchacha de Plinio, la hija del alfarero, hemos alcanzado una gran victoria sobre la fugacidad. Con la ayuda de la luz y unos simples trazos, sabemos atrapar las sombras más efímeras que existen, los ecos de las aladas palabras; en nuestras manos está tratar las huellas de la memoria que seremos. Muchas gracias.

Irene Vallejo, escritora de España

Irene Vallejo, escritora de España

Atraída desde la infancia por las leyendas de Grecia y Roma, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el doctorado europeo por las Universidades de Zaragoza y Florencia. En las bibliotecas florentinas nació su ensayo El infinito en un junco (2019), que ha recibido una extraordinaria acogida entre crítica y lectores, convertido ya en un éxito internacional. Además de los galardones internacionales que ha recibido, como el Prix Livre de Poche en Francia, el Premio Wenjin de la Biblioteca Nacional de China o el Premio Henríquez Ureña de la Academia Mexicana de la Lengua, también ha sido reconocido en España con el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Ojo Crítico de Narrativa, el Premio del Gremio de Librerías, el Premio de las Librerías de Madrid, el galardón Líder Humanista, el premio José Antonio Labordeta, el Premio Antonio Sancha de los Editores y el Premio Aragón 2021, entre otros. Convertido en fenómeno editorial, este ensayo ha superado las 50 ediciones en España, se traduce a 38 idiomas y se está publicando en más de 60 países.

Colabora con prestigiosos medios como El País o Cadena Ser en España, Milenio en México, Corriere della Sera en Italia, Página 12 en Argentina, La Tercera en Chile y El espectador en Colombia. Ha publicado las antologías de artículos Alguien habló de nosotros (2017) y El futuro recordado (2020), además de ensayos breves, como el Manifiesto por la lectura (2020). Entre sus obras de ficción destacan La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015), peculiar novela histórica con ecos homéricos y virgilianos, también traducida a numerosos idiomas. Ha publicado dos álbumes ilustrados: El inventor de viajes (2014), con el artista José Luis Cano, y La leyenda de las mareas mansas (2023), con la pintora Lina Vila, en los que acerca las leyendas clásicas a los lectores jóvenes. Colabora con proyectos sociales como Érase una voz, que recrean el arte y la literatura en los hospitales infantiles.

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