domingo noviembre 17 de 2024

No, señores, a cacuchazos no

06 abril, 2024 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Dos impresentables de signo opuesto, el presidente argentino Javier Millei y el colombiano Gustavo Petro (o viceversa), se han trenzado en una pelea a sombrerazos por las verdades a medias que cada uno dice sobre el otro, si bien quienes sufrimos los golpes somos los cien millones de personas que conformamos la población conjunta de los dos países. Según parece ya se arreglaron. Ambos fueron elegidos por sus propios pueblos, que por lo tanto son responsables finales de los desatinos que ellos cometen.

En claro contraste, según lo pude comprobar en la semana larga que pasamos en Buenos Aires, los habitantes de los dos países tenemos mucho en común y vaya que se nota. Se debe decir que el argentino promedio sabe poco de Colombia y casi nada de Gustavo Petro. Cuando surge el tema, levantan un poco las cejas en signo de un interés muy relativo, dado que no tienen la mejor imagen de los gobernantes, propios o ajenos. Por lo general, están dedicados a lo suyo, que raramente tiene que ver con la burocracia, aunque también existe una buena cantidad de mantenidos, dada la tradición clientelista del peronismo. Entrando a algunas de las raíces del conflicto, las universidades públicas en Argentina son buenas y no tenían ningún costo para los estudiantes extranjeros. De ahí que hoy haya casi 100 mil colombianos inscritos en ellas. Se entiende que Millei quiera modificar eso; lo que no se entiende es lo que en Colombia llamamos la “lora”.

La oferta cultural, sobre todo en Buenos Aires, es estupenda. Contra lo que muchos piensan, el tango está redivivo. Camino al aeropuerto de Ezeiza uno pasa por el antiguo pueblo de Flores, hoy barrio de la gran ciudad. En su origen se consideraba un arrabal amargo, como los llamaba Gardel, y estaba –aún está– lleno de boliches (discotecas). Allí se oye el tango popular, más barato que el que se explota en el centro y que es para turistas.

La del tango es una tradición llena de poetas. Por asuntos de espacio, voy a hablar solo de uno, Enrique Santos Discépolo, Discepolín. Discépolo no era el clásico “argentino”, por lo narizón y feo, como un estrellón. Poeta, eso sí, de los más tremendos. Sin embargo, en él también se dio la confusión que detalla Carlos Granés en su libro Delirio americano, que lo hizo un peronista irredento hasta el día de su muerte en 1951. Se dice que la gran depresión que pudo contribuir a su muerte provino del desprecio de parte del colegaje, a su vez odiado por Perón. Al mandamás no le gustaban quienes no se volvían tapetes a su paso, diga usted, Libertad Lamarque, Berta Singerman o Borges. Buena parte del tango clásico, siempre acompañado por uno o varios bandoneones, fue escrita en lunfardo. Las letras tenían una notable tendencia a los dramas terribles, historias de infidelidades, traición y burla, tanto que según la mala leche en cada tango muere un argentino.

En medio de la profunda y prologada crisis económica, que tiene postrada a Argentina, hay también desarrollos magníficos, además de rentables, como Puerto Madero en Buenos Aires. En fin, con tal cual excepción, diga usted Carlos Fernando Galán, el alcalde de Bogotá, en estos dos países no hay políticos que de veras nos representen. Claro, sí hay gente honorable dedicada a la función pública, pero no suelen salir bien librados en las elecciones. ¿Por qué? Porque mucha gente vota con las patas tras oír idioteces altisonantes. Que con su pan se lo coman.

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