Andy Warhol o el gran cansancio
Andrés Hoyos
Supongo que fue para revivir viejos fantasmas, pero decidí aplicarme la totalidad del extenso documental que ofrece Netflix, Los diarios de Andy Warhol, estrenado en 2022 y dirigido por Andrew Rossi. Él tan solo es conocido por esta producción, pese a que tiene algunas más. El documental está basado en el libro homónimo de Warhol. No fue un proceso fácil, pues con frecuencia me vi aburrido o exasperado. No comparto la idea de que Warhol era un genio sin igual. Aquí y allá dejó algunos lienzos apreciables, aunque nada del otro jueves.
El 90% de la fama de Warhol se debe a que triunfó en Nueva York, ciudad que por unos años fue la Meca del arte plástico en la postguerra. ¿Lo que allá se hacía era superior a lo que se hacía en otras partes? No, pero sí tenía mayor resonancia y publicidad en los medios. Warhol emigró a Nueva York en 1949, a los veinte años, y fundó lo que se conoce como The Factory, un estudio ubicado en Unión Square. Es archiconocido que muy pronto buscó codearse con multimillonarios, en el entendido de que eran ellos quienes podían comprar su obra por precios crecientes. ¿Los ricos son grandes críticos? Lejos de, pero sí tenían chequeras abultadas.
Es cierto que a Warhol le tocó el coletazo final de la época homofóbica en Estados Unidos y el mundo, lo que lo traumatizó, al igual que traumatizó a muchos otros. Lo peor, claro, había pasado antes de la Segunda Guerra y en el siglo XIX, cuando los homosexuales podían ir a parar a la cárcel, como le pasó a Óscar Wilde. Igual, Warhol fue una víctima de la homofobia hasta el punto de que murió sin reconocer su orientación sexual en forma explícita. ¿Significa eso que su arte es valioso? Claro que no. La sexualidad está en el cuerpo de una persona, no en sus cuadros. ¿La quiere reflejar allí? Bien puede, pero algo así no da valor estético a la obra per se. Uno de los grandes pupilos de Warhol fue Jean-Michel Basquiat, un pintor heterosexual consagrado en buena parte por el portazo que dio a su vida a los 27 años (1988), tras una sobredosis de drogas. Basquiat era negro mientras Andy era homosexual. Ambos ambientes en la segunda mitad del siglo XX sufrían discriminación, de la cual todavía queda bastante. Ok, sin embargo, los artistas de ambas condiciones que hoy son apreciados lo son por sus obras y sus talentos, no tan solo por pertenecer a una minoría. He visto la obra de Jean-Michel en numerosos museos y no me dice mayor cosa, algo que contradicen los precios de las casas de subastas.
El documental viene salpicado de entrevistas, y aquí y allá la voz de Andy comenta mediante la inteligencia artificial, no sé con cuánto impacto. Aparecen Jed Johnson, un diseñador de interiores con el que Andy compartió su vida doce años; Jon Gould, vicepresidente de Paramount Pictures, un amor no se sabe si platónico o físico, quien murió de sida. En el documental abundan escritores, artistas y críticos, al parecer conocidos, aunque no para mí, pobre ignorante. Todos se presumen dueños de la verdad.
Debo decir que la época en que Warhol brilló no fue buena para el arte plástico y no solo porque entonces empezó a surgir el infumable arte posmoderno, instalaciones, video arte, fotografía no de valor estético sino con “mensaje”. Robert Hughes llamó a todo aquello “el vómito de los 80”. Además de Warhol y Basquiat, en la época figuraron Julián Schnabel y Jeff Koons, a quienes al menos yo tampoco considero valiosos.
Warhol murió en 1987, a los 58 años. Me encantaría tener hoy una obra suya, para poderla vender y pasarla bomba con las ganancias.