Refrescando la memoria
Hace unos días, me contó un compañero de curso que, derretido por el calor, pasó por una tienda y pidió “una Maltina”.
Al ver que la tendera lomiró como a un extraterrestre, decidió cambiar supedido por una Lux Cola; al final estaba dispuesto a transarse por una Kol-Kana.
Ni lo uno ni lo otro, “esas bebidas ya no existen”, me dijo la tendera, “usted debe ser de la generación de la Uva Canada Dry”.
Un poco avergonzado y ya con un ligero dolor de cabeza producido por el sofocante bochorno, brincó a la farmacia contigua en busca de una Cafiaspirina, un Conmel, un Mejoral o un Veramon. Como no obtuvo respuesta, Preguntó si de pronto tenían Anacín, Calmadoral o Procasenol.
Se dió cuenta que Colombia cambió, y con ella el remedio.
Recordó una mañana en que no pudo ir a la escuela aquejado por bronquitis, que fue conjurada con jarabe San Ambrosio o pectoral San Blas y cucharadas de aceite de tiburón en ayunas; en la casa todos los males del cuerpo desaparecían con una purga de Limolax o de Vermífugo Nacional, y la vida se volvía más ligera y saludable con aceite de castor o de ricino.
Su padre estaba convencido de que podía tener los músculos de Charles Atlas si tomaba Emulsión de Scott. Sus hermanos y él en fila, se sometían a la tortura diaria de paladear aceite de hígado de bacalao, previa apretada de nariz que atenuaba el lamparazo del pescador escocés que le daba fuerzas para leer unas revistas suecas.
Se preguntó entonces, qué fue del Sulfatiazol, el Sulfacol, del Baltisicol compuesto, la Pomada Merey, del Mentolín, Yodosalil, Ungüento Indio, el Iodex, el Mentholatum, la Visina, el Merthiolate, el Cheracol, Penetro, el Quinopodio y el Dencorub, la sal de Edson, el jabón de romero y quina, el gaucho, la chancarina, el cofio, y la chancaca.
Hubo un tiempo en que Farina fue el alimento de los niños de Colombia.
“Si su niño no camina, caminará con Farina”, decía el lema y todo el mundo se lo creyó, como creyeron que la ‘Colombiarina’ y su sucesora, la Bienestarina, eran suficientes para levantar sana y fuerte a la muchachada que llegó después del Frente Nacional.
Si el cura guerrillero Camilo Torres no hubiera caído en Patio Cemento, diciendo que la leche y el queso de la ‘Alianza para el Progreso’ esterilizaba, hoy más nacionales tendrían la enzima que le faltó al gen colombiano para evitar la violencia.
Con mis hermanos bebimos de esa leche por cantidades, pues la recibíamos como refrigerio en las escuelas y en los colegios públicos, en donde estudiábamos todos los hijos del de la tienda, el almacén, el taller, la modista, del médico, el abogado, de la muchacha del servicio etc, etc.
Alcanzamos a conocer la leche Salomia, Cremex y la San Fernando en botella.
Mientras el mundo despedía a Pipelón, el jarabe del niño flaco y barrigón.
Para los nacidos en la generación de Glostora, surge la pregunta acerca del paradero del fijador Lechuga, si su pelo se le arruga… aplánchelo con lechuga, el Tricófero de Barry, el Bay Rum 7 monedas y el Agua Florida de Murray & Lanman, antiguallas que sobreviven en el Almanaque Bristol, junto al Mareol, el Old Spice de Shulton, el Pino Silvestre, el Agua Brava y el Vetiver, pero no las linternas Rayo Vac.
Afortunadamente se acabaron Kan-Kill, Black Flag, el específico, el espiritismo, las enaguas, el colirio Eye-mo, las lavativas y las ventosas, las babuchas Croydon doble piso, el suspensorio, los calzoncillos Don Juan Punto Verde y el calzón ‘matapasiones’ tipo ‘Imperio’.
También se fueron las medias ‘Maratón’, la ropa El Roble, las botas Cauchosol, los zapatos Grulla, el Cherrynol, las peinetas Vandux y el Mejoral.
Mientras seguía sin saber quién inventó el hueco del pandebono, vemos cómo a la galleta costeña se le llama hoy ‘oblea’ y de las calles desapareció el ‘pan de huevo’, pero sobreviven las cucas de las monjas de San Antonio en Cali.
Debe decir que para recordar estos íconos colombianos, debió tomar, durante quince días, Vitacerebrina Finlay, Tricortin fósforo y vino Sansón.