miércoles diciembre 18 de 2024

Algo de cielo en el infierno del coronavirus

03 junio, 2020 Opinión Javier Borda Diaz

Esta pandemia nos ha hecho revaluar lo que mejor podemos invertir en la vida: las horas y segundos.

Javier Borda Diaz

@javieraborda

Bogotá, 03 de junio_ RAM_ Hay un proverbio africano que dice que el hombre blanco tiene reloj, pero no tiene tiempo. Y es concluyente que esta pandemia nos ha hecho revaluar lo que mejor podemos invertir en la vida, es decir, las horas y segundos que consumen poco a poco nuestros alientos.

El tiempo que pasamos con nuestras familias y con nosotros mismos es otro. Quizás más nostálgico, sí, pero más recurrente al final de cuentas. Ahora sacamos tiempo para hacer videollamadas con familiares y amigos. Y las personas mayores, sin darse cuenta, se han apropiado de virtudes tecnológicas para poder estar ‘en contacto’.

Este coronavirus nos ha obligado a recordarnos más simples. Entre tantas opiniones alrededor del tema, alguien preguntó, acertadamente, si acaso en este confinamiento ya nos habíamos dado cuenta de que nos vestimos bien para los demás. Aunque no es siempre así, en casa nos percatamos de que podemos vivir con sencillez y hacer las cosas nosotros mismos.

En esta crisis hemos cambiado nuestros hábitos y muchas de nuestras ideas. Nos hemos cuestionado la vida que estamos llevando. Obligados o no, hemos pensado en los demás, en la gente que se gana la vida limpiando la mugre ajena, en las personas que tienen que salir a la calle a trabajar, sabiendo que un virus las puede matar. Y, claro, claro que sí, en tantos que han sufrido la inclemente muerte de un ser querido por culpa de un enemigo que ni siquiera podemos ver.

La cruda realidad podría hacernos más pesimistas, aunque al menos en estas líneas se cree en el optimismo como placebo. Las tendencias negativas de la sociedad continuarán (el egoísmo, la insolidaridad y el racismo, por ejemplo), pero en los momentos más adversos ha salido al rescate la intrínseca humanidad. Esta pandemia como mínimo debería dejarnos –o recordarnos– lo valiosos que son los abuelos y lo frágiles que son los niños. Debería tatuar en nosotros el recuerdo indeleble de un abrazo con alguien que amas. Impulsarnos a rescatar viejas amistades para volver a reír. Comprender que en este mundo el dinero es necesario, aunque no suficiente para asegurarse exitoso; porque en la vida se debe pelear como si se fuera a ganar algo, aunque al final no haya ningún trofeo que se pueda llevar.

Al margen de esta cándida ilusión, nos queda una reflexión final más importante: ¿les estamos dejando a nuestros descendientes un mejor lugar para vivir? El mundo de hoy está absolutamente desbocado por el consumo. Y lo peor es que este capitalismo desbordado obliga a gastar para que los demás puedan ganar. Es ridículo que, por ejemplo, en Colombia haya tanta gente dependiendo de ayudas estatales para comer al tiempo que se pierden miles de toneladas de comida en el campo.

Ojalá salgamos mejor de estas lides, más solidarios y humanos. Cuando volvamos a la ‘normalidad’, con tapabocas, millones de empleos perdidos, con una pobreza que seguirá matando más personas que el covid-19 y evitando el contacto físico con los demás, habremos de considerarnos afortunados por sobrevivir. De pronto en el futuro inmediato podremos ser nuevas personas con refrescantes pensamientos. Claro, si es que lo logramos, porque aún nadie puede cantar victoria.

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