Un economista en el país de Alicia
Por: Orlando Cadavid Correa
Cuando el finado senador Víctor Renán Barco López, —el ministro más breve de Colombia, pues apenas duró 19 días en el cargo– quería menospreciar a algún economista, decía en su recordado estilo marrullero: “Es tan regularcito en su oficio que se equivoca pasando la plata de un bolsillo de otro”.
Suponemos que así reaccionaría al leer estas reflexiones y consideraciones el aguadeño que cambió las brumas de la Villa de la Iraca por las tórridas tierras de La Dorada, a orillas del Magdalena:
El modelo económico colombiano tiene tanto desequilibrio que las políticas sociales pierden sus objetivos.
Las viviendas gratis para los pobres son un paliativo “para erradicar la pobreza”, casi un espejismo frente al ingreso que obtiene la mayoría de la población trabajadora con base en un salario mínimo legal mensual, que en las próximas semanas estarán “concertando” una minoría de acaudalados empresarios con otra minoría de dirigentes obreros que cada año representan a cada vez menos trabajadores.
En la “concertación” tripartita el gobierno parece un convidado de piedra a actuar como mediador en la discusión, para finalmente inclinarse en favor de las argumentaciones llevadas a la mesa por los empresarios a quienes el aumento mensual de veinte mil o treinta mil pesos en el salario mínimo puede significarles una hecatombe económica y el cierre de puestos de trabajo.
La contraparte está en dos centrales obreras (CUT y CGT) que representan a una minoría de trabajadores estigmatizados por estar afiliados a los cada vez menos sindicatos existentes.
Los informales que son la mayoría de la masa trabajadora y los no sindicalizados, no tienen asiento en esa mesa que mantiene como un adorno al vocero de los pensionados, sometido a lo que dispone la ley que estableció que el único derecho económico para ellos es el aumento de su mesada de acuerdo con el comportamiento de los precios al consumidor del último año. Los dolores de los pensionados no tienen alivio. Parecen de peor familia.
Cuando se trata de mirar el modelo económico de precios y de impuestos de Colombia, se le compara con otros países y particularmente con Estados Unidos, como si el estándar de vida fueran similares.
Para debatir las reformas tributarias, los ministros de hacienda exhiben ante el Congreso las tasas que se pagan en latitudes en donde el Estado es el que garantiza el bienestar y la seguridad social de sus ciudadanos.
Para debatir el aumento del salario mínimo legal mensual de los colombianos jamás se hace la comparación lo que gana un obrero en Estados Unidos o en Alemania, “porque eso es otra cosa y no es lo que estamos discutiendo”.
Cuando se habla del precio de la gasolina, se toma como referente el precio del barril de petróleo en el Golfo de México y de “la necesaria libertad de precios” para que suba y baje de acuerdo al comportamiento del mercado internacional. Ya, con los dedos metidos en la boca, los colombianos no chistan nada.
Por eso, con el precio de la gasolina y sin proponérselo, el gobierno -no éste sino todos los que han venido desde finales de los años 80- establecieron también dos clases de colombianos con carro.
La apostilla: Los colombianos mejor acomodados pagan menos por el galón de gasolina: El precio de referencia de la gasolina en el país está hoy por encima de los $8.000 por galón. En vísperas de la última campaña electoral le bajaron políticamente unos centavos para disimular la cosa.
El precio de la gasolina en el Estado de la Florida, Estados Unidos, en donde viven muchos colombianos acomodados y otros que se están acomodando, esta semana es de US$2,85, poco menos de $6.000 por galón.