martes julio 16 de 2024

El sancocho de Bateman

Por Augusto León Restrepo

Bogotá, 29 de Agosto _ RAM_ A veces hay frases, lemas, aforismos, o como los quieran llamar, que hacen carrera, caminan, se olvidan, pero vuelven a aparecer y terminan en boca de toda clase de cristianos, de ciudadanos de a pie o de empingorotadas figuras públicas que se creen el cuento de que son salvadores y que cualquier lugar común que expresen lo catapulta hacia la posteridad.

A raíz de mi anterior columna, en la que el plato principal fue el caldo de ojo, que en nuestra costa atlántica deviene en sancocho, por la cantidad de “recado” que le echan a la sustancia ósea, se me vino a la cabeza el nombre legendario de Jaime Bateman Cayón, ideólogo y padre del M19, el imaginativo y tenebroso movimiento revolucionario, cuya “hazaña” de haberse tomado el Palacio de Justicia colombiano, con las consecuencias por todos conocidas, es el magnicidio amnistiado más ignominioso en la historia colombiana.

Bateman inspiró con sus consignas, la belicosidad como método para hacerse al poder, la violencia para apoderarse de la tortilla estatal para repartirla luego con equidad y justicia. Gran equivocación del samario, considerado en su momento y más aún después de su misteriosa muerte casi como un santo por sus correligionarios y por ilusos ideólogos, que venden las balas y las acciones intrépidas como panaceas para el hambre, la justicia y la libertad. El ingreso del M19 a la lisa política, su figuración en cargos oficiales y su representatividad en el Congreso, han sido un mentís a sus pretensiones violentas revolucionarias.

La imaginación desbordada de los del M rodeó sus actitudes de un hálito de espectacularidad, inédito en los movimientos revolucionarios, y su intrepidez despertó inquietud y simpatía, aún entre la burguesía nacional, representada por los guerrilleros del Chicó, que vieron sus empresas intrépidas, letales y deleznables como las patrocinadas por los jefes del conservatismo y del liberalismo en la época aciaga conocida en Colombia como La Violencia., como una cuadrilla de un carnaval reivindicatorio.

El robo de la espada de Bolívar, la toma de la Embajada de la República Dominicana en Bogotá, el asalto del Cantón del Norte, fue como una puesta en escena, muy cerca de lo preconizado por Bateman de que “la Revolución es una fiesta”. Sin olvidar su campaña publicitaria en que se anunciaba al M19, su aparición, como un remedio para el decaimiento, la falta de memoria, la inactividad, los parásitos y los gusanos.

Se me había olvidado lo del sancocho de Bateman. El sancocho nacional al que aspiraba era posterior a la llegada al poder por las armas, del M19, como una revolución triunfante, La olla, la leña, los muertos, si se quiere, serían puestos por Bateman y sus camaradas. Pero quien manejaría el mecedor para revolver el sancocho y el cucharón para servirlo, sería Jaime Bateman Cayón, quien perdió su vida, en un “accidente” de aviación el 28 de abril de 1983. Sería un sancocho al que estaríamos invitados todos los colombianos, sin distinción alguna, incluyente, democrático, alegre, equitativo, abundante, pero a un costo muy alto, como es el de la guerra, en la que todos perdemos, los que ganan y los que pierden. Sancochos como el de Bateman, deben saber a grillos y escorpiones y culebras. Propio de un Aquelarre. Del Gran Aquelarre Nacional.

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