Café con aroma de mujer
BOGOTA, 26 septiembre,2021_ RAM_ «Sebastián Vallejo, perteneciente a una distinguida familia de la región cafetera, fue puesto en libertad, después de que el fiscal y el juez a cargo de su caso, recibieron declaración testimonial que puso al descubierto que el autor de los delitos que le habían imputado, fueron cometidos por su hermano Iván Vallejo, en complicidad con un reconocido delincuente, dedicado al lavado de activos. La investigación adelantada en contra del señor Sebastián Vallejo fue resuelta en un tiempo récord y fue rodeada de acontecimientos novelescos que hoy ocupan la atención de los círculos sociales y económicos altos, en los cuales la familia Vallejo es ampliamente conocida». (Noticia imaginada para un diario colombiano)
En tiempo récord, la justicia colombiana, en este caso a cargo de dos mujeres, la fiscal y la juez, resolvió un intrincado caso de delitos cuya ejecución tienen que ver con la industria cafetera, que no sé si es con asidero en la realidad o sucedido solo en la imaginación de los guionistas. Ojalá esa celeridad existiera en la vida real. De acuerdo con el paquidérmico caminado de la justicia de ahora, Sebastián Vallejo estaría disfrutando de su libertad cuando su hijo Fernandito, mínimo, esté haciendo la primera comunión y su padre asista con un permiso especial de la jueza de ejecución de penas. En todo caso, los delincuentes, porque son como tres, si mal no recuerdo Iván Vallejo, Carlos Mario Alzate y Pablo Emilio, cuyo apellido olvido (Mario Duarte, el novio de Betty la Fea), en la novela de RCN, están puestos a buen recaudo. Tal vez por su estrato social, Iván en una guarnición militar y Carlos Mario y Pablo Emilio en La Picota. Carlos Mario, como mafioso de cartel, en el pabellón de Especiales, con celulares, televisores, trago y fiesticas vallenatas cada vez que quiera, como cualquier Emilio Tapias.
La familia Vallejo, cuyo emporio está situado en la Vereda San Peregrino, jurisdicción de Manizales, ha padecido las duras y las maduras con esta historia. No solo por la pelea a muerte, personal y económica entre el mayorazgo Sebastián y el calavera de Iván, sino porque se les coló como cuñado un negrito, que se quedó al fin con una heredera y que les aportó un descendiente que está a punta de nacer. Lástima que la novela hubiera terminado este viernes, y me hubiera privado de ver la cara de los Vallejo, así se las tiren de muy liberados e incluyentes, donde la piel del infante sea oscurita y su pelo chuto.
Porque liberados, para qué, si lo han demostrado. Tanto, que no pude evitar comparar Café, con Aroma de Mujer, con una telenovela norteamericana, la primera del género en Estados Unidos, que no nos perdíamos, emitida durante años y años, en los 60, La Caldera del Diablo, cuya trama escandalizó y abrió los ojos a la sociedad de entonces, conservadora y confesional, muy en especial en lo relacionado con el sexo y con el adulterio. La novela colombiana, fue una calderita del diablo, con tratamiento de temas como las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo o cierta promiscuidad sexual entre cuñadas y cuñados y amigos de la familia, y noviazgos y amistades entre los trabajadores del campo, que terminaban también en la cama. A mí se me hace que se les fue un poco la mano, no por lo del sexo en sí, sino porque esa dosis de cama y de deslealtades o infidelidades o como quieran llamarlas, termina por hostigar. El gordo empalaga, decían los viejos paisas.
Pero bueno. Todo tuvo final feliz. Sebastián Vallejo se casó por lo católico con la recolectora de café, La
Gaviota, de nombre, Teresa Suárez; su hijo extramatrimonial, Fernandito, reconocido como heredero en un 25% de la Hacienda Casablanca; Iván, en la cárcel, a la espera de cumplir su condena para salir a montar una exportadora de café; Marcela, la chef, va a ser madre, después de haber pensado en abortar; Bernardo, el hermano gay, en relación estable y reconocida con su novio, y la hermosa Paula Vallejo – la actriz Laura Archbold- recuperada de la envolatada que le pegó un pretendiente que se consiguió por internet, que fingía de español, y la matrona Doña Julia Vallejo, reconciliada con la vida y con su familia después de haber pasado las duras y las maduras. Las cuñadas se perdonaron sus brincos y sus refociladas, los novios campesinos se casaron, La Gaviota recibió un trofeo por el éxito en la fundación de una cooperativa de mujeres, entregado en el kiosco construido por el arquitecto manizaleño Simón Vélez en La Hacienda Venecia, ahí, en San Peregrino, y colorín colorado.
Con Ricardo de los Ríos Tobón, historiador y escritor, fallecido en Pereira hace seis meses, conversábamos de largo sobre el fenómeno sociológico que son las telenovelas. Ricardo dejó sin concluir, por su fallecimiento, una serie de artículos en los que analizaba la historia de las radionovelas y de las telenovelas en Latinoamérica y su influencia en la cultura. Aquí, en Eje 21, se publicaron algunos capítulos, cuya lectura recomiendo. Vamos a ver con cual telenovela nos encarretamos y les estaremos reportando.