La explotación del volcán (2)
Por Augusto León Restrepo
BOGOTA, 28 noviembre,2021_ RAM_ Los había invitado hace una semana, a que abordaran la lectura de La Explotación del Volcán, de Octavio Hernández Jiménez, para que tuvieran a la mano un recuento reflexivo, analítico, bien escrito, sobre los antecedentes, los hechos y las consecuencias de la mayor tragedia ocasionada por la naturaleza en el Siglo XX, como que borró del mapa una población, Armero, en el Departamento del Tolima, Colombia, con 25.000 víctimas, y ocasionó en las riberas de los ríos cercanos a Villamaría y Chinchiná, en el departamento de Caldas, unos tres mil muertos. El día: 13 de noviembre de 1985. Se calcularon los daños producidos por la explosión del Ruiz, en unos 7.000 millones de dólares de la época, para información de los econometristas.
Ya les hablé sobre que el libro se lee de corrido. Es una crónica versátil, en la que el autor nos cuenta con trágico humor, qué significó para los manizaleños, los caldenses, la explosión del volcán. Y para los colombianos todos. Porque es que, durante varios años, tres o cuatro, este episodio fue magnificente. Tanto es así, que por las regiones afectadas desfilaron autoridades estatales, funcionarios de instituciones, investigadores geológicos, de todo el mundo, con visitas incluídas de Su Santidad el Papa Juan Pablo II en julio de 1986, y en diciembre de 1985, de Su Majestad, la Reina Sofía de España, como lo recuerda Octavio en su crónica de éstos días, que aparece en Eje 21 y que constituye una afortunada síntesis de su obra. Imperdible su lectura. El Papa, en Chinchiná, dejó su discurso trunco porque tenía que ordenar unos sacerdotes en Medellín. Donó 1000.000 dólares del tesoro vaticano. Se me olvidaba. La Reina Sofía tuvo la intención de aterrizar en Armero, su helicóptero, pero el hedor circundante desaconsejó su aterrizaje, según cruda observación periodística de la época. Entonces vino a almorzar al Club Manizales y aquí los heliotropos y azucenos pudieron codearse con la realeza de verdad.
Como anoté, hay mucho humor en la relación patética de Hernández. Que le permite hacer digresiones y paréntesis. A mí en especial me gustó este aporte, que relacioné con la tragedia a cuenta gotas que estamos padeciendo pór causa del covid 19, que ha dado lugar a profusión de apuntes y chascarrillos y humor gráfico, o memes, como los denominan ahora.
«Es incómodo hablar de humorismo en casos tan trágicos como el del Nevado. La tragedia es tabú intocable. Pero ¿quién dijo que humorismo es buen humor? Para Eduardo Stilman en «El libro del humor negro», el humorismo es una actitud ante el mundo: no se trata de una actitud alegre; los últimos límites del humorismo lindan más con los laberintos de la desesperación que con el decorado de la felicidad convencional. El humorismo es malhumorado; un incursor de los mismos territorios que ambicionan la úlcera y el suicidio.»
Y continúa Hernández, de su propio caletre: «Hay casos en que el humor es lo único que nos queda de la esperanza. Y mientras lo tengamos, estaremos en vía de salvación y de salud mental para afrontar nuevos embates. El humor (el verdadero humor) siempre es negro, es chocante, porque destruye mitos, fetiches y tabúes. Es la caries de la solemnidad. Es la broma del estiramiento. Su respuesta no es la vulgar carcajada sino la sonrisa del que ríe por no llorar.» Son certeras sus observaciones, Maestro.
No quisiera terminar esta aproximación al trabajo literario de Hernández, sin recomendarles la consecución de Los Funerales de Don Quijote, el imaginativo homenaje que le rinde a la ciudad de Popayán, en el que traslada a vivir por una temporada a la Casa del Maestro Guillermo Valencia Quijano y a caminar por sus calles, a nadie más ni nadie menos que al mismísimo Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que respondía al nombre de Don Alonso Quijano El Bueno, primos el anfitrión y su huésped entre sí, en la imaginación del escritor caldense. Ni sin que los antoje de leer su página sobre los fantasmas en «Los ídolos del Hogar». Algún día le preguntaron a Churchill si creía en los fantasmas. Y respondió que sí. Y el interlocutor le dijo: ¿pero, los ha visto? Y el Nobel inglés le contestó: los verdaderos fantasmas, son los que no se dejan ver. Pues Octavio Hernández nos sorprende, con que estamos rodeados de fantasmas. Por centenares. Hay que leerlo. Y aquí termino, porque «La lectura deleitosa es la varita mágica con la que despertamos los fantasmas de genios en uso de buen retiro»