martes julio 16 de 2024

Reflexiones zoológicas

06 febrero, 2022 Opinión Augusto León Restrepo

Por Augusto León Restrepo

BOGOTA, 06 febrero,2022_RAM_ Los salvajes de verdad, los grupos étnicos que andan por las espesuras vírgenes, con toda seguridad, carecen de instintos bestiales. En cambio, en los conglomerados que se hacen llamar civilizados, los individuos salvajes, pululan. Las ciudades grandes y pequeñas, en todo el mundo, se ven escandalizadas por actos de sus moradores que tienen las características de ser obras de animales hambrientos y feroces. Y no me hagan poner ejemplos, porque entonces esta columna terminaría convertida en un noticiero de televisión escrito, un telediario, exponente de la ferocidad rampante, en éste caso, en nuestro país. Ferocidad, viene de fiera. Infanticidios, feminicidios, matricidios, linchamientos, nos hacen santiguar.

Entonces dejemos esta alusión a las salvajadas y hablemos más bien de algunos animales que viven en la selva, pero que hacen travesuras y se incorporan con gracia y con humor en el ámbito humano, en especial en la política rampante. La palabra humor la utilizo adrede, porque yo también he leído, como dos o tres intelectuales que me honran con ojear estas letras, que lo único que tal vez nos diferencia de los irracionales, es el sentido del humor, la sonrisa, la carcajada. Claro que hay humanoides que carecen del sentido del humor. En la vida y en la política. Y gente que nunca ríe. Que son más serios que un problema con el gobierno, diría un chistoso. Conclusión: sáquenla ustedes. No me metan en honduras ni «en Camila de once varas».

Hay un animal que no es selvático, sino de praderas, de  grandes extensiones abiertas, que es el elefante. De este no vamos a decir mayor cosa, salvo que en Colombia debiera ser incorporado en el escudo nacional, puesto que sin ser uno de nuestros especímenes endémicos, se ha involucrado en nuestra historia y aún hace de las suyas, en tesorerías de campañas políticas, y al que le damos nuestras espaldas y, cómplices, nos hacemos con él los de las gafas para ignorar los destrozos que produce con sus descomunales extremidades.

Los micos, son traviesos y juguetones, pero irritables y obscenos. A una amiga, a quien invité al Lago de Aranguito, situado hace los años de upa en el lugar donde hoy está el monumento  recordatorio de los colonizadores antioqueños, del Maestro Guillermo Vallejo, en Manizales, y donde había una jaula con varios de ellos, uno, cuyo rostro terrorífico aún recuerdo -uno de los micos, no de los colonizadores- la hizo huir en volandas, porque a unas tímidas caricias, le respondió con un mordisco en uno de los dedos de su mano, para, a renglón seguido, y ante su ostensibles encantos femeninos, apresurarse a demostrarle su admiración y aprecio, en forma también ostensible. Pero a los miquitos les gustan más que las mujeres, las leyes, las ordenanzas, los acuerdos. Tratan de pasar desapercibidos, mas su cola los delata. Terminan como víctimas de burdas jugaditas y a pesar de que son detectados, insisten en hacer presencia en las columnas y en los pupitres de los llamados cuerpos colegiados. Pero les aparecen dignos émulos. Dicen que es más difícil, por su necedad, poner de acuerdo a los del centro verde esperanza, que cuadrar unos micos para un retrato.

En los últimos días, sin embargo, es el oso el que impera en los campos colombianos. Yo conocí por primera vez a un oso, para ser exactos, a una osa, cuando llegó un circo a mi pueblo. Por las calles salieron payasos y saltimbanquis, pero abría el desfile la osa Carolina, a quien le habían puesto una coqueta falda y un sombrerito de fieltro. Iba, encadenada, de la mano del dueño del circo, quien manejaba a discreción sus descoordinados pasos. A los niños nos atraía su pelaje, como de felpa y tratábamos de tocarla con imprudencia manifiesta. Y gozábamos cuando su domador trataba de hacerla bailar, o sea, que ponía a la osa a hacer el oso. Una torpeza. Una danza ridícula. Un despropósito. Una comicidad. Que es lo que hacemos cuando queremos ser o posar, de lo que no somos. Oso peludo, es tratar de obtener el reconocimiento de los demás, cuando en público realizamos actuaciones que no consecutan con nuestra personalidad o modo de ser. Osos peludos son los que rumban en las campañas políticas. Voy a reducir su inventario a tres o cuatro, o de pronto a cinco,  los de más abultada presencia.

Para mí el primero, es el de las peregrinaciones. A Roma, a Jericó, donde la Madre Laura o el Padre Marianito, a la Virgen de la Candelaria de Riohacha, al Milagroso de Buga, a la Virgen de Chinquinquirá, o a las congregaciones cristianas, a tratar de competir con los pastores. Oso peligroso ese de revolver asuntos  terrenales con agua bendita. Oso, tomarse fotos con afrodescendientes, indígenas, muchachitos mocosos, campesinos desdentados y todo lo que se les parezca. Oso, competir en concursos de bailes regionalesy bailar mapalé, porro, currulao, salsa, sin tener la menor idea del ritmo, ni la sabrosura de los nativos. O bambucos y pasillos en los ancianatos, con viejitos disfrazados de paisas. Oso, políticos y políticas embluyinados a toda hora, algunos con zapatos multicolores o tenis de marca, porque dizque eso les quita años y los acerca a las juventudes y al pueblo. Y algunos hasta en sudadera. Sí Dr Alberto Casas: frondio. Oso, aparecer con plumas en la cabeza, tatuajes, aseguranzas, sombreros vueltiaos o aguadeños chiviados, cachuchas resudadas, mantas guajiras, ruanas pastusas y vestimentas de regiones distintas a las de su propia región. Y oso, pintarse el pelo de amarillo, de blanco o con tintura negra. Y untarse a diario, en vez de  bloqueador para las quemaduras electorales. cicatricure, que esconde las arrugas y disimula las cicatrices. Y Osa Mayor, venir de otra Galaxia y creerse un nuevo Principito, que aterriza en el mundo ideal de los incontaminados e impolutos. Esta caja, se aurodestruirá el próximo 13 de marzo. Bip…bip…bip

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