Qué vaina
BOGOTA, 09 abril de 2022_RAM_ Siento que tengo la obligación de contarles a ustedes los que leen lo que escribo los domingos en Eje 21, el estado de ánimo en que me encuentro. Estoy desolado. Y la desolación, salvo que uno sea de palo, como los santos de las iglesias, conduce a la rabia, que es una ira, un enojo grande. Cómo es que el Ejército Nacional, es acusado de nuevo de ser autor de falsos positivos. Miren. Quienes en algunas ocasiones hemos tenido contacto con la institución, con sus integrantes, admiramos, entendemos y aplaudimos su misión. Igual que la de la Policía Nacional.
Sus oficiales, soldados, reclutas y profesionales-abogados, médicos, ingenieros- que lucen los uniformes impecables, son, en su inmensa mayoría, sacrificados idealistas que sostienen la institucionalidad del Estado, y que, con la justicia, constituyen su base, su soporte. Que debiera ser blindado contra las acciones desbocadas e irracionales de sus integrantes, que conducen a la desmoralización de las propias filas, pero también a la de la de la sociedad, que deposita en ellos su confianza.
Estoy y estaré de lado de los que creen que quienes actúan en contra de los principios y los valores que infunden al ejército y la policía, son manzanas, naranjas podridas, o escojan la fruta que les parezca. En tiempos lejanos, a los que no es necesario retrotraernos con detalles, tuve la ocasión de visitar sus tropas en zonas rojas de mi departamento, Caldas, para conocer su accionar y su forma de sobrevivir. Los recuerdos de las caras de la soldadesca, envejecidas por el miedo y el sufrimiento que implica la posibilidad de morir en el momento menos pensado o de tener que disponer de la vida de quien se les enfrenta, se quedan gravados en la memoria hasta del más escéptico o impasible.
En ese entonces no era abuelo. Ahora que lo soy, pienso en mis nietos, en las mismas circunstancias. Que, desde luego, son las de la guerra. La pólvora huele, se oye y se siente lo mismo en las ciudades que destruye, que en la apartada selva de un país tercermundista. Y los muertos tienen sus dolientes, en cualquier lugar que se presenten y en el que caigan, sean de uno u otro bando.
Lo anterior, es para volver una vez más, a lo que hemos escrito desde que tuve la oportunidad de sentarme a opinar en público, de lo que hace ya muchos, muchísimos años. El precio de representar la institucionalidad, es el de que se tenga que actuar dentro de los márgenes establecidos por los reglamentos, la constitución, las leyes, el derecho de gentes y el Derecho Internacional Humanitario. Cuando se sale de esos marcos y se asesina con sevicia y a sangre fría, tortura o desaparece, se queda de inmediato del lado de los bandidos que se combaten, éstos, que pregonan y practican que ellos no tienen por qué someterse a estrategia ni código alguno, porque son irregulares, insurrectos, revolucionarios, cuya única mira es acabar con las tropas, reemplazar el orden establecido, apelando a cualquiera de las formas de lucha. De ahí el terrorismo, los fusilamientos, los campos de concentración, las torturas físicas y sicológicas, las muertes en estado de indefensión, y todas las atrocidades habidas y por haber, que presenciamos en el conflicto que nos ha conducido a llorar día a día tantas muertas inútiles. Hay que levantar la voz entonces, cada vez que el ejército y la policía arremete contra la ciudadanía y la hace víctima de violaciones de sus derechos o de atropellos y ataques aleves contra su integridad física. Porque, reiteramos, no queremos que queden iguales a las cuadrillas de bandidos.
Lo sucedido en El Remanso, Puerto Leguízamo, Putumayo, ha de esclarecerse por las instancias respectivas a la brevedad posible. Esas 11 víctimas, desde sus tumbas, merecen su reivindicación, si como aseguran sus vecinos y conocidos no eran subversivos y cayeron indefensos por las balas del ejército regular. O si su muerte obedeció al hecho de haberse enfrentado como guerrilleros a las fuerzas del Estado, para que se haga luz y se legitime el proceder de los militares. Y que la investigación, paso a paso, sea escrutada por las entidades nacionales e internacionales que sean del caso, para que no quede la menor duda sobre las responsabilidades de los actores y los procedimientos.
Para que el aire enrarecido que respiramos no nos asfixie, porque hay que rescatar la fe en las instituciones, porque duelen las víctimas, más que siempre, en este camino de sangre que parece no tener fin, es indispensable la verdad. Sin contemporizar ni tratar de enmelarla, sea cual sea. Mientras aparece, la desolación ahí estará. Qué vaina.