martes julio 16 de 2024

Jorge Mario Eastman ha muerto

De izquierda a derecha, Miguel Álvarez de los Ríos, Augusto León Restrepo, Jaime Ramírez Rojas, Marta Lucía Eastman Vélez, Jorge Mario Eastman Vélez y Jaime Osorio, presidente del Concejo de Anserma.

Por Augusto León Restrepo

BOGOTA, 16 abril de 2022_RAM_ Jorge Mario Eastman Vélez, ha muerto. Lo que se escribe y dice de su trayectoria y exalta su memoria como figura pública, política, periodística e intelectual, es merecido. Honores y homenajes, de igual manera. Eastman estuvo a boca de telón, en el escenario público, visible durante muchos años. Quiso, se lo escuchamos, ganarse el premio mayor, como él decía, la Presidencia de la República, pero le faltó un terminal, que la Diosa Fortuna esquivó para favorecerlo. Por sus condiciones personales e intelectuales, merecía que los colombianos le hubieran permitido lucir la banda presidencial sobre su pecho. Pero, de estos aspectos de su vida, otros se ocuparán.

Eastman fue un leal y permanente amigo de sus amigos. Tenía la virtud de alimentar esa hermandad, la de los hermanos que uno escoge, que son los amigos según el aforismo conocido. Que los tenía en los más disímiles estadios. Uno, del que voy a hablar, que ​lo constituimos, quienes fuimos sus paisanos y sus contemporáneos, – contemporáneo es quien va adelante o atrás, máximo hasta quince años – que fraternizábamos en almuerzos, tertulias y jolgorios, que era donde aterrizaba Eastman, después de ser actor en cenáculos y cocteles de alto voltaje. Llegaba a veces eufórico, a veces preocupado y meditabundo, a hacernos análisis y especulaciones sobre lo que acababa de oír y discutir en los salones en que se definía la estrategia política de las élites y de los poderosos. Con nosotros, todos de provincia, se explayaba a sus anchas y elaboraba soluciones y propuestas para el país, que fue siempre objeto de sus inquietudes y desvelos. Fue un ciudadano, a lo griego, para el que la polis, la sociedad, era su campo de contradicciones y propuestas.

Eastman logró, no sin esfuerzo y tenacidad, ser uno de los colombianos con un periplo más exitoso en la vida pública. Se hizo bachiller en el Instituto Universitario, colegio oficial de Manizales y Abogado en la Universidad Nacional de Colombia. Ni javeriano, ni externadista, ni rosarista. Lideró jornadas estudiantiles contra la dictadura de Rojas Pinilla y a partir de entonces su liderazgo fue reconocido. Liberal de temperamento y de ideales, ascendió en la dirección de su partido, en representación del cual ocupó las posiciones más altas del Estado. Venía de Pereira, su ciudad natal. Y su padre era un juez, un Magistrado, Julio Eastman Díaz, y su madre Carlina Vélez, oriundos de Anserma Caldas, ciudad en la que yo nací.

Las primeras conversaciones con Jorge Mario fueron sobre la historia de Anserma, la de Caldas. Y de comunes amigos. Y de las familias, cuyas raíces eran provincianas. Eastman mostró siempre afección por la tierra de sus mayores. Y cuando iba, en sus giras políticas, recalcaba sobre sus orígenes. La última vez que visitó a Anserma, fue para acompañarme a recibir una condecoración que me concedió el Concejo Municipal. Estuvo en compañía de su hermana Marta Lucía y de Miguel Álvarez de los Ríos, figura cimera de las letras risaraldenses y el biógrafo de Eastman más fiel y documentado, además de amigo entrañable. Gesto de amistad para conmigo y mis gentes, imborrable. Y compañía, enaltecedora.

Si bien su trayectoria exitosa se escenificó en gran parte en la capital del país, era pleno y jocundo cuando volvía al eje cafetero. Y recorría sus municipios y sus campos. Los sabores de sus platos y de sus licores, la desbordada belleza de sus mujeres y el proverbial talante acogedor de sus gentes, lo volvían aún más querendón de sus ancestros. De los que se sentía ufano y orgulloso. Los Eastman de su estirpe, iniciada en las minas de Marmato, con su primer antepasado que llegó hacia 1829, fueron destacadas figuras en sus pueblos y en el país. Su árbol genealógico por la rama de su progenitor, está en las memorias escritas, como ya lo anotamos, de Miguel Álvarez de los Ríos, del periodista Álvaro Gartner y de cronistas e historiadores del occidente de Caldas.

Pero los apellidos que le aportaron su señora madre, Carlina Vélez, sus abuelas y bisabuelas, – Díaz, Chavarriaga, Forero- lo aterrizaban en Colombia, su tierra, su nación, la de todos sus desvelos y utopías. Y ¿cómo va el país?, era su inicial pregunta para iniciar los diálogos telefónicos con sus amigos.  Jorge Mario fue patriota de bandera, de himno, de Selección Colombia de fútbol, deporte que lo emocionaba y conocía. Si hasta dirigente fue, en su condición de miembro del tribunal de penas de la Dimayor. Y, como les parece, hacía aumentar el volumen del radio y del televisor, cuando los locutores, con teatral paroxismo verbal, cantaban los goles. Fue hasta sus últimos días, espectador permanente de los encuentros futboleros europeos. Pero también de los torneos de golf y de tenis, deportes que practicó. Y el ajedrez. Su tío, Carlos Eastman Díaz, como que fue campeón nacional. Y su hermano Gustavo, de Jorge Mario, sobresaliente en el manejo de peones y alfiles.

La clase dirigente del país, siempre puso sus ojos en Eastman, en su futuro y en sus capacidades para encausar lo más conveniente para sus ideologías y alcances pragmáticos. Presidentes como Julio César Turbay Ayala y Misael Pastrana Borrero, de quienes fue su ministro y embajador, lo tuvieron cerca. Y López Michelsen, disfrutaba de la compañía de Eastman, en largas caminatas y tenidas, que realizaban con el pretexto de competir en los campos de golf del Country Club de Bogotá. Reconocido el Doctor Alfonso  por  su afición al cotilleo, a la maliciosa pequeña historia de sus conciudadanos, hacía partícipe a Jorge Mario de su información y éste a su vez nos la transmitía a quienes como César Montoya Ocampo (+), Otto Aristizábal Hoyos, Affan Buitrago (+), Diego Giraldo Restrepo (+), Jorge Trejos Jaramillo(+), Darío Vera Jiménez (+) y yo, seres más o menos anónimos, de provincia, que nos ufanábamos de estar al día en las infidencias que se entretejían en los  clubes bogotanos y que con donosura, sal y pimienta, nos repetía Jorge Mario Eastman, cuando teníamos ocasión de sentarnos a manteles. Y cuando, en tertulias interminables, de lunas y de versos, de tangos y milongas, boleros y Borges y Neruda nos convocábamos para exaltar la vida, pero también para entristecernos, cada uno a su manera, con Gardel, con Magaldi, con Goyeneche y Piazzola, con Leo Marini, Hugo Romani y Roberto Ledesma.

Durante más de veinte años, además, compartimos en frecuentes estadías en el Anapoima Club Campestre, con la inolvidable Cecilia Robledo, compañera, amiga y solícita esposa de Jorge Mario, con sus hijos Jorge Mario Junior y Alejandro, efemérides familiares, celebraciones, duelos y quebrantos. Expectativas, triunfos y derrotas. Y allí, nuestros más cercanos, esposas, hijos y nietos, también aprendieron a querer a Jorge Mario. Hoy lo evocan con sincero afecto. Al rededor de las mesas, en largas e informales conversaciones, le dimos pábulo al ocio creativo, al humor y al festejo del instante.  Pompilio Casasfranco y Clarita, Luis Guillermo Giraldo y Lucrecia, Eduardo López Villegas y Sonia del Pilar, Fernando Vásquez y Ligia, Sonia Cristina y yo, que vamos a extrañar su compañía. Como Felipe Nauffal Correa, que nos abrió su apartamento para espirituosos encuentros y Humberto de la Calle Lombana, quien recibió admiración y estímulo permanentes de Eastman y que fue recíproco en su afecto.

Estas apretujadas recordaciones, son para aproximar a los lectores a Jorge Mario Eastman, al incondicional amigo y al ser humano y buen hombre, que lo fue. Incompletas y a vuelapluma si se quiere. Y que, desde luego, tienen, lo confieso, un marcado dejo de pesadumbre. Parodiando a García Márquez, quien escribió que no hay nada que equipare en el dolor humano al hecho de quedar uno huérfano de un hijo, con las debidas proporciones, uno podría decir que tal vez solo se equipara ese sentimiento a la orfandad en que uno queda cuando se va a la inescrutable dimensión, un amigo. Para paliar lo desolado de este domingo en que las cenizas de Eastman son despedidas con los ritos y la religiosidad de sus creencias y de su fe, son devueltas al infinito, voy a dejar aquí, algo del peruano César Vallejo, qué con Neruda, fue poeta del corazón de Eastman. Y que leímos en voz alta y catamos en su surrealista dimensión, después de que regresó de Lima, con una admiración indeclinable por el Perú, donde fungió como embajador: «Fue domingo en las claras orejas/ de mi burro, / de mi burro peruano en el Perú/ (Perdonen la tristeza)».

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