martes diciembre 17 de 2024

LA AMAZONÍA, TAN MENCIONADA Y TAN MARGINADA

Juan Manuel Ospina

La Amazonía, el pulmón del mundo…mucho se la menciona, pero poco se hace por ella. En la campaña presidencial brasileña, país amazónico por excelencia, ha sido la gran ausente en los discursos de los candidatos. En Colombia, en el gobierno que se proclama defensor universal de la naturaleza, sucede algo semejante. Solamente hay declaraciones oficiales sobre una posible presencia de fuerzas del Comando Sur norteamericano en esa región. De resto, la atención y la «pulsión verde» de las posiciones gubernamentales se han dirigido a otro tema ambiental sin duda importante, la producción y exportación de petróleo; ahí si pusieron el grito en el cielo, como si esa fuera nuestra contribución mayor a la catástrofe climática que toca a las puertas del mundo, razón por la cual las debíamos suspender. Y para rematar la estupidez, pues no merece otro calificativo, plantean la suspensión de las exploraciones.

Con una eventual decisión en ese sentido, ni arañaríamos la crisis ambiental mundial – insisto, nuestra responsabilidad es mínima – pero ciertamente le daríamos un mazazo a las finanzas del Estado en momentos en que este debe solventar la deuda pública, $US 175.917 millones a la fecha, el 50,6% del PIB, y simultáneamente atender una lista interminable de compromisos electorales, muchos válidos, para responder al justo reclamo ciudadano. Los ambientalistas, con la ministra de Minas a la cabeza, le han planteado al país, más concretamente al gobierno, la cuadratura del círculo: no más exploraciones de petróleo y de carbón pero, eso sí, a cumplir con lo prometido en inversión pública, principalmente social. En este punto hay que ser serios y responsables, en primer lugar, con los electores y luego con el país en general, pues si el gobierno se despeña financieramente, lo arrastraría en su caída.

En concreto, para ser consistentes y responsables con la naturaleza y con el futuro de la humanidad, debemos volcar prioridades y energías a la protección de nuestra cuenca en la región sur amazónica; protección y cuidado tanto de una riqueza única y estratégica para la vida en el planeta, como de los 36 pueblos indígenas y 300 comunidades aborígenes que la habitan, que es su casa que bien conocen. Urge una acción continuada y coordinada entre el Estado y esas comunidades, fundamentada en el entendimiento y respeto, como lo planteó en 2018 el Sínodo o reunión de los obispos latinoamericanos de la región amazónica: Fortalecer una cultura del diálogo, de la escucha recíproca, de consenso y comunión, respetuosa y atenta a los procesos culturales, para encontrar espacios y modos de decisión conjunta en el marco de una ecología integral de la Amazonia, gran territorio sociocultural, para construir una sociedad justa y solidaria en el cuidado de la «casa común».

Además, esa aproximación permitiría algo fundamental para Colombia, desterrar los narcocultivos de esas tierras, por medio de la acción respetuosa y transformadora de la vida de las comunidades que las habitan, incluidas las familias de campesinos colonos allí asentados; una acción adelantada conforme a su sabiduría y a su capacidad para orientar y apoyar la tarea, no con programas impuestos por el gobierno central, diseñados a espaldas de esa sabiduría ancestral, fruto de su conocimiento y vivencia de la casa común, es decir, de las potencialidades y limitaciones que ese medio natural presenta y además, conforme con sus cosmovisiones. Se trataría de apoyar una actividad productiva alternativa al narcocultivo dominante, que no es impuesta desde fuera del contexto amazónico, como ha sucedido y sucede, siendo ésta la causa principal del fracaso de los diferentes programas adelantados por sucesivos gobiernos.

Una política que bien podría inspirarse en los planteamientos de Mariana Mazzucato, la economista de moda entre nosotros, al sustentarse en acciones coordinadas entre el Estado, las comunidades de la región y organizaciones civiles, empresariales o solidarias, con el propósito de generar valor colectivo, valor social. El Estado y las organizaciones civiles acompañarían y aún fortalecerían, las iniciativas de las comunidades originarias y campesinas de la región, y no al contrario como suele suceder. El propósito sería entonces generar bienes públicos de naturaleza étnica, no impuestos o trasplantados de fuera de la región, a través de una especie de alianza entre lo público y lo étnico comunitario.

Llegó la hora de bajarse del discurso para arremangarse y de manera solidaria y respetuosa, acordada y no impuesta, apoyar los proyectos y acciones de las comunidades y su sabiduría, por parte de agentes externos a la región amazónica – estatales y ciudadanos y empresariales, nacionales e internacionales-, haciéndolo desde una posición de respeto y colaboración y no de imposición que llega hasta el atropello y fracasa en su empeño. La crisis climática, que es de la vida, no da espera.

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