martes julio 16 de 2024

El laberinto de la mente humana

11 diciembre, 2022 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

La mente humana, multiplicada por 8.000 millones de versiones, es de muy lejos el centro de nuestro mundo. Sin embargo, a cada rato nos juega pasadas chuecas. Mente muy dotada tuvo Hitler, mente dotada tiene Putin, mente genial tuvo Einstein.

Aunque después sigue cambiando hasta el final de la vida, la formación de cualquier mente toma algo más de 20 años. Por ese camino se suelen dar fuertes fluctuaciones —hormonales, físicas, afectivas, con las drogas— que a unas pocas personas las vuelven líderes y a otras muchas las desequilibran por el resto de la vida.

Es normal que la mente trastabille mucho. Dese, por ejemplo, un paseo en la madrugada con los ojos cerrados y lo más posible es que se le aparezcan personajes, episodios o engendros que olvidará en instantes y que después no podrá saber de dónde salieron. O sea que una persona en esos momentos sufre un deschavete temporal. ¿Es eso mismo lo que, muy intensificado, persigue a una persona depresiva o incluso a un psicótico? De seguro que sí. La locura se parece al paso por un laberinto sin salida y sin explicación. Otros, quizá la mayoría de los humanos, podemos movernos en ambientes análogos con soltura y eficacia. Escribir, por si acaso, es una forma de trazar rutas certeras y atinadas para navegar por el laberinto. Otro instrumento esencial es la duda, no las ideas fijas.

Con el paso de los años la memoria se va llenando de más y más huecos que a veces se vuelven lagunas. Nada de pánico con apellido alemán. Lo que pasa es que la vida contemporánea con su tráfico cada vez más intenso nos bombardea día a día sin piedad con información saturada, atiborrando lo que yo alguna vez llamé la memoria RAM de la cabeza. Claro, la “maquinaria” de la mente no actualiza su modelo ni crece en su capacidad de gestión como lo hacen el hardware y el software, de modo que las fallas son comprensibles. Y uno no siempre toma los correctivos necesarios, como dejar de lado temas que no son de primer orden.

Muy cierto sí es que la humanidad ha progresado a pasos gigantes. Lo duro de semejante constatación es que quienes han contribuido a ese progreso suelen hacer parte de unas minorías con frecuencia exiguas. Dicho de otro modo, las mayorías se benefician de las vacunas, de los tratamientos contra el cáncer, de las grandes hidroeléctricas, pero no participaron en su diseño, implantación o construcción, tanto que a veces incluso se oponen a cualquier cambio. La gran pregunta de hoy, y de hace muchos siglos, es cómo se puede acrecentar el caudal de mentes lúcidas y pensantes que inventan el mundo nuevo. Pues bien, en unos pocos países ricos y avanzados este caudal ha crecido de manera clara y tiene una cierta abundancia. Sin embargo, las grandes mayorías siguen siendo espectadores despistados. Poco se hecho para despertar en ellas la gran creatividad. Hombre, Andrés, no sea pesimista. Bueno, entonces concedo que algo sí se ha hecho, pero demasiado poco. O para ser más preciso, en la gran localidad de Suba, cercana de donde trabajo, la densidad de sabios por cuadra es mínima, y eso que no se trata del barrio más pobre de Bogotá.

No hay tal, como solía postular el racismo abierto o encubierto, que las razas que habitan este barrio sean incapaces de grandes golpes de talento. El problema está en otra parte. Volveré sobre el tema.

  1. S. Participo a mis lectores del nacimiento de La tía Lola, mi última novela.

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