martes julio 16 de 2024

DECÍAMOS AYER

19 enero, 2023 Opinión Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Tras casi un mes de vacaciones, durante las cuales dejé descansar a los lectores, a quienes uno siempre debe agradecer la atención prestada, vuelvo con mis columnas.

En una ocasión como esta conviene hacer un balance de visiones y actitudes. Sé muy bien, por las pocas oportunidades recientes que he tenido de tomar posiciones taxativas y en blanco y negro sobre un tema de actualidad, que eso es lo que prefieren los lectores, aunque el columnista piense que la carencia de grises lo induce a estar equivocado. Un ejemplo sirve. Sobre la invasión de Putin a Ucrania no caben matices. Ha sido una barbaridad por donde se mire y sin que importe que entre los ucranianos haya gente indeseable. En contraste, no es posible una definición maniquea sobre el gobierno colombiano, así yo no haya sido partidario de Petro en el pasado. En las últimas décadas el inmovilismo fue subiendo en la cota de la represa de la paciencia río arriba y acumuló una presión excesiva hasta que llegó la ruptura del cambio un poco a los trompicones y en medio de declaraciones altisonantes y extremas. Si todo lo que los funcionarios más radicales dicen que quieren hacer se hace, tocaría oponerse sin matices, pero lo cierto es que hablan mucho y hacen mucho menos, tal vez porque sigue flotando entre ellos una pulsión de sensatez que no les permite tantas locuras. Por ello, que los lectores de esta columna esperen matices y gradaciones, así mi supuesta timidez los exaspere. ¿Quieren alguna opinión más extrema, como quien dice beberse una taza de agua hirviendo? Adelante, quémense.

Dicho lo anterior, les prometo –o mejor sería decir, me prometo– abordar temas artísticos y culturales con mayor frecuencia. Las artes, en particular la literatura, son el terreno de mi vida y por ello mismo tengo más qué decir al respecto. Conviene aclarar, sí, mi método para abordar cualquier tema candente de actualidad. Leo y consulto ampliamente antes de escribir nada y, aparte de tener convicciones y principios, procuro no tomar otras posiciones de ante mano. O sea, examino la evidencia y escribo, con el obvio riesgo señalado arriba, de que las cosas agarren por su propio rumbo. Porque los columnistas profetas, que abundan, saben del futuro lo mismo que usted y que yo, o sea, casi nada. Otro cantar es que los maniqueos ignoren los riesgos, riesgos que con excesiva frecuencia se materializan en resultados dañinos, cuando no catastróficos. A una persona de mi talante le gusta señalar y examinar estos riesgos, sin poder asegurar que son inevitables, por supuesto.

Ahora bien, no sé si consolarme o hasta alegrarme de que los asuntos claves del mundo se muevan sobre todo en territorios grises. Por fortuna, hace mucho que no son comunes las revoluciones intransigentes, que en muchos lugares han demostrado su fracaso, cuando no su proclividad al crimen. Sí, es de lejos preferible el cambio matizado y sopesado, por pasos, no el salto al vacío. De ahí la desconfianza que uno debe sentir ante los pintores de pajaritos en el aire, tan abundantes en América Latina. ¿No vislumbra el señor presidente ningún problema en lo que quiere hacer? Mal asunto. Eso quiere decir que no ha pensado el tema a fondo ni con la debida seriedad.

En fin, aquí estoy otra vez de trompo de poner para los críticos. Por fortuna vivimos todavía en una democracia y el derecho a llevar la contraria no está prohibido.

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