REVOLUCIONARIO POR AMOR Nacido y fallecido en febrero: Camilo Torres
Oscar Domínguez G
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No es usual que amor y revolución vayan juntos. Caminando rápido, uno diría que nada tienen que ver ambas palabras, que se repelen. Pero no fue así y Camilo Torres Restrepo, “el cura guerrillero” que tenía el libro gordo de Dios, la Biblia, como su biblia revolucionaria, postulaba que había que dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento. A esto lo llamaba el amor eficaz.
En Colombia se recuerda por estos días al revolucionario por amor, el padre Camilo, muerto en combate hace 51 años. (Nació el 3 de febrero de 1929 y murió el 15 de febrero de 1966).
Falleció cuando hacía el prekinder en el manejo de armas en las filas del Ejército de Liberación Nacional. Sabía más del amor al prójimo, esencia del cristianismo, que de manipular cachivaches para la guerra.
Sociólogo de la Universidad de Lovaina, Bélgica, Torres Restrepo se convenció de que esa revolución del amor no la harían los platudos y que alguien tenía que hacerlo. Y trató de hacerla él, nacido en aristrocrática familia.
Tuvo tiempo de bautizar a Rodrigo, el hijo mayor del Nobel García Márquez, con quien estudió derecho en la Universidad Nacional.
Gustavo Pérez Ramírez, sociólogo de Lovaina como Camilo, y autor del libro “Camilo Torres, profeta para nuestro tiempo”, – además, emparentado con su colega y amigo- , explica que su antiguo camarada fue profeta porque dio testimonio de una realidad y llegó hasta el sacrificio para transformar esa realidad.
PROFETA POR PARTIDA DOBLE
– ¿Por qué no desglosa un poco el título de su libro?
– El profetismo de Camilo hay que considerarlo en su doble aspecto: bíblico y sociológico. Profeta, en el sentido bíblico, no es el que adivina el futuro; profeta es quien interpreta la historia para servir de guía, quien llama a la conversión para volver a los caminos de Dios, para transformar la realidad en función del porvenir. Camilo se adelantó al futuro. Fue anterior a la revolucionaria Encíclica «Populorum Progresio» del
Papa Pablo VI, 1968; a la Conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, Celam, en Medellín 1968. No le tocaron los debates sobre teología de la liberación que se iniciaron en el año 1971, con la publicación del libro del peruano Gustavo Gutiérrez, pionero de la teología de la liberación en América Latina. Aún no se hablaba de la Pedagogía del Oprimido, de Freire. En fin, hay una serie de aspectos en lo eclesiástico a los cuales Camilo se adelantó. Y en lo civil también. A Camilo no le tocaron las revueltas estudiantiles del año 68, en Francia, ni las protestas contra guerra de Vietnam. O sea que Camilo fue el hombre que analizó una realidad, vio la urgencia de transformarla, clamó por la necesidad de que hubiera un cambio e instigó a los laicos para que se comprometieran. En vista de que no tuvo éxito, él mismo se comprometió y entregó su vida por esa causa. En este sentido ejerció también el profetismo sociológico, de Max Weber, porque hizo coincidir en su palabra y acción las exigencias de su
pueblo. Dijo lo que había que decir, cuando había que decirlo. Interpretó su sociedad en función del futuro y expresó las necesidades no articuladas de la población.
– Cuando usted habla de Camilo ¿qué es lo primero que se le viene a la mente de él?
– El Profeta. Lamentablemente un profeta desoído, que merece ser escuchado, sobre todo en nuestros días. Camilo se adelantó a su tiempo. Por eso en el libro nos propusimos revaluar su imagen de sacerdote-sociólogo comprometido, sacándola del
estereotipo de «cura guerrillero», algo coyuntural en su vida. Me apropio de una de esas frases lapidarias de Vargas Vila para decir que el heroísmo de Camilo no fue de una hora, el de la batalla en que murió, pequeño ante el heroísmo continuado y tenaz de toda
una vida. A Camilo hay que recordarlo en su integridad de humanista cristiano y científico social revolucionario, no sólo en su aspecto sensacionalista de cura guerrillero. Y, ante todo, como un profeta que con sus mensajes y testimonios sigue inquietando e iluminando el camino.
EFICACIA DEL SACERDOCIO
– ¿En ese Camilo sociólogo que usted quiere destacar, el cura y el guerrillero qué papel tienen?
– Para Camilo, el cura era lo fundamental. Es un error disociar al Camilo-sociólogo del Camilo-sacerdote o del Camilo-guerrillero. Camilo siempre hizo prevalecer su condición sacerdotal. La sociología la puso al servicio de su ministerio sacerdotal. Consideró que era la técnica indispensable para que el amor al prójimo pudiera ser eficaz. El sociólogo se dedica a analizar la realidad, la dinámica de la sociedad en busca de su transformación, como lo proponía Marx. Camilo no disoció su sacerdocio del sociólogo y para transformar la realidad se comprometió en política y llegó hasta hacerse guerrillero, lo que es comprensible en las circunstancias de la Colombia de los años 60. Dio el paso sin renunciar a su fe ni a su sacerdocio a cuyo ejercicio ministerial pensaba regresar una vez que triunfara la revolución. Hay que comprender la motivación para esos dos pasos: primero invocó el principio de subsidiaridad para
poder meterse en política como cura, porque veía un laicado sin compromiso revolucionario para las transformaciones que necesitaba el país. Además, yo creo que en lo íntimo reaccionaba contra la formación obsesiva recibida en el seminario contra los curas metidos en política, que era una especie de catarsis para salir de esa época nefasta en que estuvo el clero metido en política sectaria azuzando la confrontación entre liberales y conservadores, que los condujo al campo de batalla donde no era pecado matar liberales. Para Camilo, política era salir en defensa del pobre.
AUSENCIA DE LOS LAICOS
– ¿Y esto de no meterse los sacerdotes en política no le ha hecho perder espacio a la Iglesia frente a otros credos que inclusive ya tienen sus representantes en el Congreso?
– Lo que ha fallado es el concepto que se tiene de Iglesia, un concepto muy clerical. La Iglesia no es el Papa, los obispos y sacerdotes. La Iglesia es la Jerarquía con todos los religiosos/as y el laicado. Entonces el católico que está en el parlamento debería aplicar la ética y doctrina social de la Iglesia. Los laicos han estado ausentes, y a las mujeres la Iglesia las ha tenido en el limbo. Los buenos laicos se quedan generalmente con su misa y comunión diaria, les falta responsabilidad política, no se les ve en una actitud revolucionaria. Y ser revolucionario no implica necesariamente irse para la guerrilla. Hay múltiples formas de ser revolucionario.
LA GUERRILLA QUE NO QUERÍA CAMILO
– Hablando de la guerrilla, no hay ninguna duda que hay una mayor beligerancia de parte de ella, ha crecido en forma desproporcionada. ¿A qué atribuye usted ese fenómeno?
– Esa es otra guerrilla. La que usted dice que tiene mayor beligerancia, es la guerrilla del secuestro, terrorismo, extorsión, destrucción de la infraestructura, a la que no le importa la opinión pública. Camilo entró a una guerrilla de los años 60 que tenía todavía una orientación ideológica, y que creía que se podía tomar el poder para instaurar un hombre nuevo y una nueva sociedad solidaria. La guerrilla ha cambiado de estrategia: no pudiendo tomarse el poder, no ha dudado en recurrir al terrorismo. Su mayor
beligerancia no es la de las ideas, sino la de la fuerza sin contemplación por la sociedad civil. En este momento Camilo no estaría comprometido con esa guerrilla y menos con una guerrilla comprometida con el narcotráfico, violadora de elementales Derechos
Humanos. Camilo, estoy seguro, estaría en este momento luchando para hacerle entender a esa guerrilla que opte por la vía del diálogo y desista de las
violaciones del Derecho Humanitario Internacional.
VIDAS PARALELAS
– ¿Usted se atrevería a hacer como un paralelo entre el Cura Pérez (el fallecido jefe del ELN) y el padre Camilo?
– Sí y no. Son dos curas muy diferentes. Si bien el inicio de su sacerdocio y de su compromiso guerrillero fue el mismo, de entrega al prójimo y de lucha por un hombre nuevo, el Cura Pérez terminó obsesivo por una senda que nunca hubiera transitado Camilo. María López Vigil, periodista mexicana, autora del libro “Camilo Camina en Colombia” (1990), hace allí una semblanza extraordinaria del Cura Pérez y de sus
nobles propósitos cuando llegó a Colombia, siguiendo el ejemplo de entrega al amor eficaz de Camilo Torres. Pero el Cura Pérez terminó dirigiendo la otra guerrilla que describí antes.
AMOR EFICAZ, ESENCIA DEL CRISTIANISMO
– ¿Pero de todas formas el legado cristiano, el del Evangelio, a lo largo de la obra de Camilo están vigentes?
– Claro que sí. Eso es lo fundamental. La esencia de su legado es la búsqueda del amor eficaz, esencia del Cristianismo. Cuando lo descubrió no sólo se decidió a vivirlo a fondo, sino que se hizo sacerdote para dedicarse de tiempo completo a su práctica. Y se hizo sociólogo, en busca de una metodología para hacer eficaz el amor. Por la misma razón se metió en política y finalmente en la guerrilla. Fue el hilo conductor de su vida. También es integral su legado de la búsqueda de la unidad de los colombianos, dejando a un lado lo que nos desune y su sentido de servicio por encima de todo interés personal. Este tríptico: amor eficaz, unidad y servicio, tienen plena actualidad en
nuestra patria desgarrada por la violencia, la falta de solidaridad, y la corrupción.
Su legado del amor eficaz sigue siendo eso, una consigna de gran actualidad. El cristiano tiene que ser revolucionario en una situación estructural de injusticia y corrupción.
EL AMOR ES MAS QUE LIMOSNA
– ¿Por qué no nos precisa más lo del amor eficaz desde esa óptica de Camilo?
– El amor o caridad es un mandato evangélico fundamental: «En esto conoceréis que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros». Pero ese amor es ridículo, como decía Camilo, si se queda en la limosnita, en regalar ropa vieja, medicinas pasadas, en el puro asistencialismo y conformismo con las estructuras injustas. Si es necesario para realizar el amor al prójimo, el cristiano debe ser revolucionario. Era su consigna. Sobre cómo hayamos hecho eficaz el amor será el Juicio Final. «Tuve hambre y no me diste de comer; tuve sed y no me diste de beber». Eso lo citaba Camilo continuamente para
explicar que ello implicaba reformas estructurales, agraria, urbana, crear empleo productivo, ser justo en el pago de los trabajadores, acabar el analfabetismo. Es decir, salir de una práctica de caridad individual, en busca de la salvación personal, haciéndola trascender a lo macro-social para que esa caridad realmente tenga impacto en la sociedad.
EL COMPROMISO POLÍTICO
– Pero de pronto ese impacto no fue más fuerte, debido precisamente a lo tradicionalistas que somos…
– Así lo creo. A Camilo le tocó vivir en una sociedad civil y religiosa muy tradicionalista. Otra cosa hubiera sido si le hubiera tocado actuar bajo la jerarquía chilena de la época. En Colombia le correspondió un superior eclesiástico ultra
conservador, el cardenal Concha. A pesar de que éste en sus primeros años de episcopado fue de avanzada, llegó desgastado física e intelectualmente a la
Arquidiócesis de Bogotá. Como decía su Canciller, ya no tenía capacidad para concentrarse más de media hora en un tema. El problema con Camilo, fundamentalmente, no fue que iba en contra de la doctrina social de la iglesia. Esa fue una excusa. El problema era disciplinario para quien insistía obsesivamente en que los sacerdotes no se metieran en política. Como Camilo persistió en su compromiso político, no quiso dialogar con él.
VIGENCIA DE LO FUNDAMENTAL
– ¿Y esos postulados de Camilo qué vigencia tienen hoy?
– La vigencia de Camilo está en lo fundamental, no en lo coyuntural. Camilo no es vigente con un fusil, sino con su Frente Unido, en las comunidades eclesiales de base, en el campo político, no en el monte. Es a través de movimientos sociales, de la organización de la sociedad civil, de la unión de los colombianos contra la corrupción y la injusticia, como puede haber una salida para el país. Ahí es donde está la vigencia de Camilo, y ahí es donde está el error del Ejército de Liberación Nacional, ELN-UC, que no entendió la importancia del Camilo del Frente Unido y lo presionó para que se uniera a la guerrilla. Su mensaje es de la mayor actualidad, especialmente para los elenos que se autodenominan Unión Camilista y se dicen sus seguidores.
CAMILO-GUSTAVO
La amistad de Gustavo Pérez con su biografiado Camilo Torres se inició en 1949 en el Seminario Conciliar de San José, en Bogotá. Allí fundaron el Círculo de Estudios Sociales.
En 1952 Gustavo viajó a la universidad Gregoriana de Roma y en 1954 a Lovaina (Bélgica).
En Lovaina se volvieron a encontrar. Después Pérez se fue a vivir en un barrio obrero con unos estudiantes y Camilo pasó a ser vicepresidente del Seminario para América Latina.
A principios de 1957, el reencuentro es en la Maison St. Jean, un hogar internacional y ecuménico para estudiantes de posgrado donde convivieron con judíos, musulmanes, protestantes….
Camilo regresó a Bogota a fines de ese año con su licenciatura en Ciencias Políticas y Sociales. Pérez se quedó un año más para terminar su doctorado que obtuvo en 1958.
Con Camilo viajaron por Europa contactando a estudiantes colombianos para interesarlos en trabajar en equipo y poner sus conocimientos al servicio del desarrollo de Colombia. Fundaron el Equipo colombiano de Investigación Socio-Económica, ECSISE.
También viajaron juntos a París donde establecieron contacto con el abate Pierre y se pusieron en contacto con un grupo de estudiantes argelinos y franceses que apoyaban la revolución en el país africano.
Una de las estudiantes fue la famosa Marguerite Olivieri, que después estuvo en Colombia donde trabajó con Camilo.
Gustavo Pérez, exconsultor de Naciones Unidas, historiador de alto vuelo, conferencista y columnista de diarios en Colombia y Ecuador. Hace varios años reside en Quito.
En Bogotá ha hablado varias veces sobre el legado de Camilo. En una de sus visitas presentó libro “Alborada Bolivariana”, (Ediciones La Tierra) considerado un aporte al progreso de integración latinoamericana y del Caribe.