Un rompecabezas para armar
Juan Manuel Ospina
Entre 1950 cuando se fundó el Instituto Colombiano de Seguros Sociales a hoy, aumentaron significativamente los viejos jubilables – la esperanza de vida pasó de 55 a 75 años -, mientras que con una demografía en descenso, van a disminuir los jóvenes en edad de trabajar. El país y el mundo se está envejeciendo. Urge ajustar las políticas a esas nuevas realidades. En plata blanca, cada joven que trabaja debe cotizar para sostener a un número creciente de jubilados, que son los hijos del baby boom de la postguerra y que como pensionados, van a vivir más años. Sigamos desenredando la cuestión, esos jóvenes deben enfrentarse a un mercado laboral altamente informal que, entre otras, los excluye de la seguridad social. Para rematar, crece el número de jóvenes que rechazan la maternidad y aún la paternidad; no avanzamos hacia otro baby boom, sino a una sociedad de viejos y sin niños. Por estas razones, pretender que en el frente demográfico y humano nada ha cambiado y de manera fundamental, es un acto de ceguera irresponsable; son cambios estructurales, no desajustes coyunturales pasajeros, que se arreglan solos. Por este camino, sino se deciden rápidamente cambios, la crisis será grande en términos de costos sociales y económicos.
Han cambiado fundamentalmente los datos demográficos y esto es central cuando se trata de políticas que tienen en el corazón, en su razón de ser, a personas con sus condiciones y posibilidades. Demografía cambiante que debe expresarse en las políticas de empleo, de capacitación para el trabajo en estos tiempos de cambios y de nuevas posibilidades, mirando más allá de lo ya conocido y que en mucho está siendo superado por los hechos y las nuevas posibilidades; una capacitación para estos nuevos escenarios y posibilidades; estabilidad en el empleo que no debe confundirse con inmovilidad sino con una flexibilidad que respete derechos y permita construir una experiencia laboral adaptada a las nuevas condiciones del trabajo. No se trata de trabajar como los abuelos, sino de integrarse y aprovechar las posibilidades que ofrecen los nuevos desarrollos tecnológicos y organización del trabajo que, entre otras, hacen que este sea más suelto y menos reglamentado, asunto que le interesa especialmente a los jóvenes.
Hay acá un punto que quiero destacar sabiendo que no es popular, pero que no se puede seguir obviando y en esto el presidente Macron nos da un ejemplo. El sistema pensional tradicional opera a partir de la solidaridad intergeneracional: los jóvenes que trabajan hoy pagan las pensiones que reciben los viejos que ya trabajaron y así sucesivamente, pero cada vez los viejos viven más, mientras que la población juvenil no crece al mismo ritmo; llegará el momento en que la carga que tendrían que asumir los jóvenes será simplemente imposible.
La solución se conoce y se ha ido implementando en distintos países: reconocer que la vida hoy dura más y que por consiguiente puede y debe aumentarse la edad para pensionarse. Es una consideración para analizar con cabeza fría, pues genera emocionalidad, a nadie le interesa en principio que le prolonguen los años de trabajo. El hecho irrefutable es que con las dinámicas demográficas en curso, sin cambios, el déficit que ya conoce el sistema pensional se va a disparar y ahí viene la pregunta del billón, ¿quién lo va a pagar? La respuesta lógica y responsable es que el pago se reparta. El estado asumiría el saldo que queda por cubrir luego de que cotizantes y pensionados pongan de su parte, aumentando los años de trabajo laboral y los años cubiertos por pensión. Adicionalmente, las pensiones altas deben estar sometidas al pago de impuesto por un ingreso que se beneficia de los apoyos estatales. Colombia no puede seguir pasando de agache frente a este asunto que es mayúsculo en términos económicos y sociales.