Moderación
Andrés Hoyos
Pocas palabras menos bienvenidas en el territorio de las columnas de opinión o de las polémicas públicas que la del título.
A ver, es más fácil despertar reacciones a favor o en contra mediante una opinión extrema. Los que están de acuerdo con el extremismo que tal vez uno escoja, se alegrarán sobre medida y alborotarán mucho con lo que uno diga, lo que constituye una forma de propaganda. Los que sostengan la opinión contraria la expresarán obviamente de forma inmoderada, lo cual, como bien se sabe, también sirve de propaganda. Lo notable en ello es que esa misma gente contraria a una determinada opinión presumirá por lo general que quien la expresa es un extremista, solo que camuflado, o sea un extremista que no se atreve a decir su nombre. ¿Pruebas de semejante hipocresía? Ninguna, pero claro que en estos territorios las pruebas son lo último que se considera, lo aburrido, lo que incluso sobra. En la mayoría de las polémicas públicas nunca suelen quedar claros los dos, tres o cinco puntos de divergencia, sino que resuenan los epítetos, los calificativos hirientes entre dos o más personas que algún mérito tienen. Pésimo el método.
¿Surge una denuncia que dice que X o Y alto funcionario es un ladrón de siete suelas? Pasa varias veces al mes. De inmediato, la gente les salta encima. ¿Sirve de algo que los moderados pidamos pruebas, variedad de argumentos, explicaciones sobre la denuncia? De ningún modo; lo que pasa es que usted es amigo de X o de Y, si no es que esté untado hasta el cogote. Gulp.
La mayoría de las encuestas que se hacen dicen que la gente es de centro, o sea, moderada por definición. ¿Por qué entonces se prefiere tanto a los alborotadores, a los extremistas? Pues porque en blanco y negro los debates son más emocionantes. Las sutilezas no excitan a nadie. Un ojo morado nunca sobra.
Sí es cierto que existen unas pocas polémicas en la que no se puede ser moderado, por ejemplo, cuando uno tiene que medir su actitud ante la invasión genocida que la Rusia de Putin desató contra Ucrania. Ahí lo único es pedir que por casi cualquier medio los ucranianos expulsen a los rusos. Punto. Sin embargo, asuntos como este no son comunes.
Con frecuencia, actitudes moderadas que se veían venir y hasta estaban anunciadas no se concretan y la gente opta por radicalizarse. En esos casos, el problema con la polarización resultante es que suele paralizar cualquier problema. Si más o menos deja de existir territorio para lo negociable, lo normal es que las cosas se congelen. La dramática inconveniencia de esto último la ve uno a dario. Examine el lector casi cualquier problema que tenga que ver, por ejemplo, con el calentamiento global y encontrará que los científicos y los tecnólogos del mundo ya tienen probadas soluciones de inmenso valor. ¿Qué les pasa? Que en medio de la polarización su implementación se hace en extremo lenta, si no es que se paraliza. O sea que la moderación también tiene la virtud de poner las cosas en movimiento.
Por todo lo anterior, no hay moderación en las posiciones de Bukele, Milei o Donald Trump, según lo escribía por estos días Miguel Enrique Otero. En fin, para unos, como quien esto escribe, la moderación es una marca de pertenencia y, digan lo que digan, algunos siempre querremos entender los dos lados de un problema y aún más enterarnos de las posibles soluciones. Las pedradas no nos sirven para nada.