miércoles diciembre 18 de 2024

Davos y una dirigencia mundial a espaldas de la realidad

27 enero, 2024 Opinión Juan Manuel Ospina

Juan Manuel Ospina

En Davos, la crisis ambiental se asomó, pero no fue el tema central, a pesar de su gravedad. Por ello, urge ayudar a ubicarla en un contexto que trascienda la simple y reiterada denuncia. Hay quienes, como nuestro gobierno, que la tienen como una de sus principales banderas y la presentan como hija del capitalismo, como una excrecencia suya. Es una posición políticamente interesada, pues olvida que históricamente y hasta hoy, China y la Rusia desde la antigua Unión Soviética, en sus tiempos de líderes del bloque socialista, eran ya campeones en polución; continúan siéndolo. Este sesgo en el análisis, deja de lado lo fundamental, que esta crisis, que va camino a ser catástrofe para la vida en el planeta, es el producto de los sucesivos y fundamentales desarrollos tecnológicos, que desde finales del siglo XVIII no han cesado, dando origen a otra revolución, la industrial, sustento del sistema de producción propio de la modernidad, tanto la socialista como la capitalista.

El imperio de una economía mundial globalizada, se consolidó en los cuatro puntos cardinales del globo, estructurada en torno a un dinámico sistema de entraña productivista, guiado única o principalmente por la maximización de los beneficios, al impulso de la lógica del mercado, que penetró al antiguo mundo socialista. Un sistema capturado por la búsqueda irracional y destructiva, del crecimiento por el crecimiento, que impregna todas las áreas de la vida social. Mundo globalizado y mercantilizado, que arrasa con la naturaleza, convertido en consumidor voraz y desenfrenado de unos recursos o bienes de la naturaleza que son finitos, a la par que controla y hace dependientes suyas, a las economías de las sociedades de la periferia, reducidas a mercados para sus mercancías y proveedoras de las materias primas y del trabajo que su febril producción requiere.

Este escenario es igualmente el motor de dos grandes tragedias e irracionalidades de los tiempos de hoy, los conflictos armados por el control de la riqueza y las olas migratorias movidas por la pobreza y la falta de horizontes de supervivencia; olas de pobladores, no solo pobres, de esos países sobreexplotados que, esperanzados van incontenibles en búsqueda de lo que en sus tierras, se les niega, el empleo y las oportunidades, concentrados en las economías poseedoras de la producción y el capital, es decir, de la esperanza y el sueño de una vida digna. Y lo absurdo es que la respuesta de los ricos a esa marea humana, es encerrarse para protegerse «de los bárbaros», en una triste repetición del imperio romano asediado por los bárbaros de entonces, que dio paso a la era feudal. Estamos bordeando una nueva era feudal, pero ya no a escala europea sino mundial donde el arcabuz ha sido sustituido por las más modernas tecnologías que permiten matar limpia y masivamente, como lo vemos hoy en Gaza y, en menor grado, en Ucrania. Y las hordas que cruzan el Mediterráneo en búsqueda desesperada de un mejor futuro; solo su angustia y necesidad, permiten entender los riesgos que asumen. Y en América, desafían la selva del Darién para llegar al esquivo paraíso norteamericano, nuevamente explotados en su necesidad por mafias multicrimen, como las ha caracterizado el presidente Petro.

La ceguera de los ricos no es nueva pero hoy alcanza una condición dramática y a unos volúmenes de población que nunca antes se había conocido. La naturaleza y media humanidad están acorraladas. Un mundo sumido en la inconciencia, va hacia un gran estallido, que no puedo dejar de comparar con lo sucedido cuando el derrumbe del Imperio Romano, pero en una magnitud y velocidad desconocida, y con una complejidad que aterra.

En Davos talvez pensaron ingenuamente que, de la tragedia nos salvaría la inteligencia artificial, el tema estrella de la reunión, pero lo único claro son los nubarrones de tormenta en el horizonte; se está formando un tsunami planetario. Ojalá esto sea solo una pesadilla y que despertemos, pero…

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