martes julio 16 de 2024

Macrolingotes Guillermo Cano

Óscar Alarcón Núñez

Para   mi   han   pasado   muchas   navidades   y   ninguna   nochebuena   desde   aquel   17   de diciembre en que sicarios enviados y pagados por Pablo Escobar atentaron y dejaron sin vida al gran maestro del periodismo y de la verdad como fue Guillermo Cano. Fue él quien desde muy joven me enseñó el camino por el que debía transitar para llegar a ser uno   de   sus   muchos   discípulos   de   esa   escuela   como   lo   ha   sido   siempre   esta   casa periodística, mucho más que centenaria. Con paciencia, con pedagogía, me mostró nosolo esas primeras letras –entonces en plomo— de como el reportero debía relatar los hechos que eran noticia, siempre con la verdad. Me asignó la tarea difícil de cubrir Congreso y política para que conociera el país y lo investigara a través de las conductas buenas, pero sobre todo las malas, que han caracterizado por años a muchos de nuestros legisladores. Con su apoyo elaboré un sinnúmero de reportajes y crónicas que reflejaban la   radiografía  de   un  país  que  estábamos   construyendo  y   que  hoy  lo   vemos  con  la grandeza de muchos y la pequeñez de quienes desean verlo destruido.

Avisoró Guillermo Cano las desgracias que nos generaría el narcotráfico. Los carteles de entonces sacaron sus armas para impedir que su pluma siguiera señalándolos como los mayores delincuentes. Eso lo llevó a que esos que combatió quisieran callarlo a él y a  su periódico, pero siguiendo  su sendero y  las enseñanzas, que le  demarcaron sus antepasados, el medio sigue adelante en su lucha por la libertad de prensa y la defensa de la democracia.

Con   treinta   y   cuatro   años   de   retraso,   atendiendo   una   orden   de   la   Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el ministro Néstor Osuna, a nombre del Estado colombiano hizo el pasado 9 febrero, día del periodista, un acto de reconocimiento de su responsabilidad por su magnicidio. Es lo menos que se puede hacer cuando la justicia ha dejado en sus anaqueles la investigación de esa tragedia que aún nos pone a lamentar cuando el país sabe quiénes fueron sus instigadores.

Ante su tumba no nos queda más que seguir por el sendero que nos demarcó a fin mantener vivos sus ideales para que algún día logremos ser el país con el que soñó.

(El anterior comentario fue tomado del periódico «El  Espectador», edición impresa del día martes 13 de febrero).

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